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¿Por qué da vergüenza leer novela rosa?
Las personas que cubren las portadas de sus libros con papel de regalo dan alas a la faceta más perversa de mi imaginación. Da igual quién sea, o cómo sea la persona que esté leyendo. Si la portada de su libro está oculta, una sonrisa traviesa me asoma en el rostro. Pienso que probablemente lee Las 50 sobras de Grey o algún otro título pillín como El deseo de Rosamund Heart o El amante salvaje.
Sé que mi regocijo al imaginar la escena no es casual. Tiene que ver con el valor que atribuimos al género romántico. A menudo, nos mofamos de las pocas personas que se atreven a decir, con la con la boca pequeña, que leen novela romántica. Les preguntamos, ¿tú lees eso?
La novela romántica es, al fin y al cabo, el género más denostado dentro de la ya denostada ficción popular. Pese a ello, no son pocas las personas adeptas. Los últimos informes anuales de la Federación de Gremios de Editores de España muestran que pese a que hay un descenso en la venta de novelas de cualquier género, la venta de novela romántica incrementa, generando una porción superior de beneficios al sector editorial. No hay más que mirar las listas de los libros más descargados en iTunes para darse cuenta. Aumentan, también, las especializaciones dentro del género: no solo está la novela romántica de personajes, o la erótica, sino que también hay novelas de romances que se desarrollan solo en hospitales o la chick lit, que representan a mujeres jóvenes y urbanitas. Pese a ser un género tan exitoso, muchas personas se avergüenzan al reconocer que lo consumen.
Decimos que es mala literatura. Algunas escritoras del género matizan: la novela rosa no es literatura. Es un tipo de lectura fácil y rápida, hecha para proporcionar momentos relajantes y hechizantes. Las personas que hemos leído algún libro del género podemos confirmarlo. En esas novelas hay tramas simples, a menudo predecibles y llenas de clichés. Pero también se brinda en ellas un espacio seguro con paisajes deslumbrantes en lugares recónditos, montañas, islas y cabañas en el lago con chimeneas. Simbolizan lo que es para muchas personas la novela rosa: una vía de escape de las vidas de las lectoras, una fuente de placer.
Me pregunto si descalificamos del mismo modo los textos de otros géneros que no gozan de una redacción impecable. Pienso en las novelas de ciencia ficción o de terror. Desconozco si las personas adeptas a este género forran a menudo sus portadas, pero sí veo algunas diferencias entre este tipo de novelas y las novelas rosas que levantan mis sospechas. La novela rosa está escrita principalmente por mujeres, para mujeres y trata, a menudo, sobre mujeres. Y lo que clasificamos como la cultura de la feminidad, ya cuenta con un desprestigio de antemano. No es extraño que se reste valor a un espacio en el que se cuentan vidas de mujeres y en el que se tratan preocupaciones atribuidas a la feminidad como las relaciones humanas, la vejez y la soledad. Tampoco sorprende que a penas se mencione que detrás de esos libros hay mujeres que se ganan la vida –y se la ganan muy bien– escribiendo.
Decimos que la novela romántica es sensiblera. Nos empachan las portadas almibaradas y recubiertas de pastelitos rosas. Poco nos afecta, sin embargo, la sensiblería de muchas novelas bélicas que glorifican la masculinidad y el honor o las novelas del oeste, que presentan al llanero solitario en la portada cargando un revólver con su amanerado movimiento de manos. Ese tipo de sensiblería goza de un estatus superior.
Decimos que la novela romántica genera falsas expectativas en las mujeres. También que construye modelos de mujeres pasivas que viven por y para el amor. Pero olvidamos la agencia de las lectoras, sus interpretaciones, cómo llevan la lectura a su terreno personal. La novela rosa, precisamente por ser un género sobre mujeres, brinda la oportunidad de transformar los valores atribuidos a la feminidad. La mujer pasiva de antaño deja paso a otras representaciones diversas. Ahora son populares las mujeres independientes y las que aspiran a tenerlo todo –trabajo, una familia grande, tiempo para ella mismas–.
Los cambios sociales y la cultura popular van de la mano. Hay escritoras que encuentran en la novela romántica su espacio para contar las experiencias de muchas personas infrarrepresentadas. Escritoras afroamericanas generan representaciones de las mujeres negras, hilan sus historias, expresan sus deseos. La escritora Len Barot publica historias de amor entre mujeres y presenta relaciones afectivas y sexuales positivas entre ellas. Una cura al anti-narcisismo femenino.
Si imagino que hay quien cubre la portada de su novela romántica por vergüenza es porque yo la siento. La violencia simbólica contra lo femenino y contra las personas que lo abrazan gana, una vez más, la partida.
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Las personas que cubren las portadas de sus libros con papel de regalo dan alas a la faceta más perversa de mi imaginación. Da igual quién sea, o cómo sea la persona que esté leyendo. Si la portada de su libro está oculta, una sonrisa traviesa me asoma en el rostro. Pienso que probablemente lee Las 50 sobras de Grey o algún otro título pillín como El deseo de Rosamund Heart o El amante salvaje.
Sé que mi regocijo al imaginar la escena no es casual. Tiene que ver con el valor que atribuimos al género romántico. A menudo, nos mofamos de las pocas personas que se atreven a decir, con la con la boca pequeña, que leen novela romántica. Les preguntamos, ¿tú lees eso?