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Dime cómo vistes y te diré quién eres
Las altas temperaturas no son compatibles con el exceso de tela en el cuerpo. Durante las últimas semanas, grupos de trabajadores y estudiantes se han rebelado contra los códigos de vestimenta. Primero, decenas de estudiantes del este de Inglaterra se presentan al colegio en falda, piernas depiladas y todo. Después, los conductores de una empresa de transportes en Nantes hacen lo propio en protesta contra la normativa empresarial que les prohíbe llevar pantalones cortos. Más de una compañera se ha reído entre dientes por la feliz coincidencia de estas pequeñas transgresiones de las normas de género con la celebración de las vísperas del Día Internacional del Orgullo LGTBI.
Días después de estas protestas, una joven reportera protagoniza un incidente en el Capitolio tras ser expulsada por llevar un vestido sin mangas, algo inapropiado para la Cámara de Representantes. La periodista no pudo entrar ni usando unas páginas de su cuaderno a modo de mangas.
Es evidente que el sexismo impregna las normas de etiqueta y que se ceba con las personas menos poderosas, pero lo cierto es que del código de vestimenta no se libró ni Obama durante su mandato. El expresidente de los Estados Unidos fue criticado duramente por parte de reputados hombres de negocios y políticos por no llevar chaqueta o por elegir un color inadecuado. Pareciera como si un fuerte escozor se colara en los pantalones del poder cada vez que alguien desentona con el atrezo del circo.
La semana pasada, sin ir más lejos, enrojecieron las caras de algunos diputados de la Cámara de los Comunes inglesa a causa de un cambio de reglamento que levantaba la obligación de llevar corbata. Después de esto, no es tan sorprendente que algunos políticos españoles se distraigan con las camisas de Pablo Iglesias. No simbolizan distinción, ni estatus, no representan el poder de un alto cargo.
La vulneración de las normas de etiqueta levanta muchas ampollas y los motivos van más allá de la desobediencia al decoro. No hay que tomar la moda a broma. Es la comunicación no verbal que revela instantáneamente nuestra identidad, nos iguala y nos diferencia. Distingue a hombres y mujeres y separa a las personas que tienen estatus de las que no lo tienen. Muchas personas leen en el vestuario de las demás su nivel de competencia cultural, de dónde vienen, sus conexiones familiares y su posición social.
Unos zapatos marrones y una corbata llamativa pueden ser motivo de descarte durante una entrevista de trabajo en algunos entornos laborales. Algunas trabajadoras de recursos humanos así lo expresan: no importa que tengas una gran competencia y un currículum excelente, si no pareces cómodo en el traje, estás acabado.
La moda es una herramienta política que nos coloca en nuestro sitio y se asegura de que no nos movamos de ahí. El rey Luis XIV conocía bien la artimaña. Exhibía su prestigio a través de su indumentaria y la de su nobleza cortesana que tenía la obligación de cuidar su apariencia para los actos sociales. Como buen árbitro de los códigos del lujo, se aseguró de mantener la distancia social prohibiendo al resto de la población usar objetos ostentosos. Supo ver que el vestido es más que un objeto, habla sobre quién eres y sobre quién querrías ser.
Circula la anécdota de que un americano de familia poderosa regaló un bolso Birkin vintage a su amada, –una mujer sin linaje familiar de prestigio–, antes de presentarla a sus parientes. Este complemento emblemático de Hermès es todo un símbolo de distinción ya que puede alcanzar hasta los 195.000 euros. El hombre tuvo el ingenio de ponerle en la mano a su pareja un Birkin “heredado”. ¿De qué mejor manera hubiera podido transformar a su amante en una mujer con familia de alta alcurnia?
Para leer más:
“Los rotos de la industria fashion”. El sistema de la moda rápida es un engranaje que atrapa, de distinta manera, a las trabajadoras explotadas que confeccionan las prendas y a las consumidoras.
“Bella, recatada y del hogar: el machismo político y mediático en Brasil”. La esposa del nuevo vicepresidente es el prototipo deseable de la mujer en la política: discreta y elegante.
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