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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Disfrutar yendo de compras es un privilegio

3 de diciembre de 2021 06:02 h

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“Ser gitana es sospechoso. Lo compruebo cada vez que voy al supermercado, al hospital o a cualquier restaurante y siento el odio en las miradas y las palabras”, escribió Silvia Agüero Fernández en Pikara Magazine. Gitanas Feministas por la Diversidad también incluyó el pasado 8 de marzo entre sus Reivindicaciones del Feminismo Romaní “el derecho a ir a comprar sin que la señora de la tienda o la seguridad esté pegado a ti”.

La Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi (Amuge) ha conseguido grabar en vídeo varias escenas reales de criminalización, en las que trabajadoras y trabajadores van siguiendo a las mujeres gitanas y llaman a seguridad. Esas imágenes se enmarcan en el testing (una técnica de investigación) que han realizado en 15 supermercados y 5 centros comerciales de Bizkaia. En cada visita, entraban al mismo tiempo dos grupos de voluntarias de similar edad (uno formado por mujeres gitanas y otro por mujeres blancas), seguidos discretamente por observadoras independientes y por la técnica audiovisual. En 16 de los 20 establecimientos, las mujeres gitanas recibieron algún tipo de trato criminalizador: sobre todo, la persecución por los pasillos, los comentarios incriminadores y la petición de refuerzos.

Con niñas y desde niñas

En una conocida tienda de ropa, la encargada de supervisar los probadores pasó la mochila de Tamara Clavería, responsable de Amuge por el detector, pero no hizo otro tanto con la mochila de Maite Asensio, redactora del periódico BERRIA, quien participó como observadora. Yo las acompañé al centro comercial en el que se dio el mayor despliegue de personal de seguridad: un agente irrumpió en la tienda de ropa y dos esperaron a la entrada, identificando a las jóvenes gitanas por la vestimenta, como se escucha en el vídeo. Una de ellas soñó esa noche que la metían presa.

Las 14 mujeres gitanas que participaron en el experimento sufrieron discriminación en alguna de las visitas. Las más jóvenes expresaron decepción; las mayores subrayaron que ese es el pan de cada día para ellas. Unas y otras se sintieron acosadas y lo expresaron con hartazgo y rabia. Es algo que viven desde niñas; de hecho, la gota que colmó el vaso y que llevó a Amuge a organizar este testing fue la persecución por parte de varios vigilantes de Prosegur que sufrió un grupo de chavalas de entre 12 y 14 años y tres educadoras de la organización a la salida del cine en un centro comercial de Zubiarte. “El acoso que vivieron les hizo sentir miedo y 'entender' que un centro comercial de su ciudad no es un lugar seguro para ellas”, escribió Mª Ángeles Fernández entonces en Pikara Magazine.

Las voluntarias blancas, por su parte, pudieron hacer la compra tranquilamente en todos los establecimientos. No les pegaron toques de atención como a las voluntarias gitanas cuando hicieron las mismas cosas, como intentar oler un perfume. Sus principales observaciones fueron que el personal las ignoró porque estaba volcado en vigilar a las voluntarias gitanas y que les resultó duro asistir a ese trato diferencial. “Privilegiada, evidenciando desigualdad de trato”, ha contestado una en la ficha de recogida de observaciones, a la pregunta de “¿Cómo te has sentido?”.

Las visitas fueron duras pero, con todo, los testimonios a socias de Amuge recogidos los días previos (y que incluirán en el informe que publicarán próximamente) señalan escenas todavía más alarmantes, como la de una mujer que fue de compras con sus hijos pequeñas y el vigilante de seguridad le emplazó a entrar al cuartillo para revisar las cámaras de seguridad, porque había visto “algo”. “Miró y dijo 'perdón, perdón, que ha sido un error'. 'Ha sido un error, majo, pues vaya' y yo pasé una vergüenza, porque el mundo me miraba y me metió en el cuartillo sin haber hecho nada, con los dos niños demás, muertos de miedo”, cuenta. De hecho, desde Amuge señalan que la criminalización aumenta cuando las mujeres van acompañadas de sus criaturas.

El racismo social confluye con un antigitanismo institucionalizado. Es decir, los prejuicios y estereotipos condicionan la mirada del personal, pero éste recibe además instrucciones que estigmatizan directamente a las personas gitanas. Un ejemplo que trascendió mediáticamente fue el cartel que se colgó en un McDonald’s del País Vasco ordenando explícitamente “No se atiende a gitanos/rumanos”, argumentando que “ya van varios intentos de timos”. “¿Pero cuántos casos de personas blancas tienen que roban o timan? No lo saben, porque a ellas no las controlan como a nosotras y porque si roban personas blancas, no se extiende esa sospecha a todas”, subraya Clavería.

Utilizar nuestro privilegio

La activista feminista y antirracista estadounidense Peggy McIntosh publicó en 1989 un emblemático artículo, “White Privilege: Unpacking the Invisible Knapsack” (“Privilegio blanco: desempacando la mochila invisible”), en el que enumeró algunos de los privilegios de los que gozaba por ser blanca. Uno de los primeros en la lista era: “Puedo ir sola de compras la mayor parte del tiempo, bastante segura de que no voy a ser seguida ni acosada”. Cuando Tamara Clavería me invitó a participar en este proyecto de Amuge, también me señaló que ir tranquila e incluso disfrutar de compras es un privilegio, mientras que ese derecho sea negado sistemáticamente a las mujeres gitanas.

Clavería reclama a las aliadas blancas que empaticemos con la humillación pública que supone ser incriminada en público delante de toda la tienda sin haber hecho nada. “Necesitamos que las feministas entendáis que la primera violencia que sufrimos nosotras no es por ser mujeres sino por ser gitanas. Necesitamos que quienes sois padres, madres o educadoras, defendáis también a nuestras criaturas. Necesitamos aliadas y aliados que no miren para otro lado, que no piensen «algo habrá hecho». Necesitamos que os cuestionéis vuestros privilegios para luchar en contra de este sistema capitalista, patriarcal y racista y derrumbarlo”, ha escrito en un artículo de opinión publicado en Afroféminas y Gara.

Una de sus demandas es que se reforme el artículo 510 del código penal (relativo a los delitos de odio) para que contemple los actos de racismo cotidiano, ya que la redacción actual solo se refiere a “fomentar, promover, o incitar directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo, o contra una persona determinada por razón de su pertenencia”. Además, reclaman que se forme al personal de las tiendas y de seguridad en antirracismo para que dejen de guiarse por prejuicios, y que se hagan actos de reparación ante denuncias como la de Zubiarte.

Como decía en una entrevista en la radio Gessamí Forner, periodista de El Salto y otra de las observadoras del testing, esta investigación nos tiene que servir a las aliadas blancas para abrir bien los ojos cuando vayamos de compras. Porque si esto les ocurre a las mujeres gitanas a diario, significa que también ocurre a nuestro alrededor a diario. 

“Ser gitana es sospechoso. Lo compruebo cada vez que voy al supermercado, al hospital o a cualquier restaurante y siento el odio en las miradas y las palabras”, escribió Silvia Agüero Fernández en Pikara Magazine. Gitanas Feministas por la Diversidad también incluyó el pasado 8 de marzo entre sus Reivindicaciones del Feminismo Romaní “el derecho a ir a comprar sin que la señora de la tienda o la seguridad esté pegado a ti”.

La Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi (Amuge) ha conseguido grabar en vídeo varias escenas reales de criminalización, en las que trabajadoras y trabajadores van siguiendo a las mujeres gitanas y llaman a seguridad. Esas imágenes se enmarcan en el testing (una técnica de investigación) que han realizado en 15 supermercados y 5 centros comerciales de Bizkaia. En cada visita, entraban al mismo tiempo dos grupos de voluntarias de similar edad (uno formado por mujeres gitanas y otro por mujeres blancas), seguidos discretamente por observadoras independientes y por la técnica audiovisual. En 16 de los 20 establecimientos, las mujeres gitanas recibieron algún tipo de trato criminalizador: sobre todo, la persecución por los pasillos, los comentarios incriminadores y la petición de refuerzos.