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De género y suicidio

A los 11 años, Sara Morales intentó suicidarse por primera vez. Tiempo después vendrían otras situaciones similares, aunque ya antes había conocido las conductas autolíticas. “El primer recuerdo que tengo de pequeñita es la imagen de mi madre intentando suicidarse”, explica. Aunque la causalidad de un suicidio suele ser múltiple, a Morales le parece que ciertos hechos cobran relevancia. “Hay gente que dirá que esto pasa por un bajón de serotonina o herencia genética, pero para es importante que fuimos las dos mujeres de la familia en un entorno en el que la violencia estaba en el día a día”.

El porcentaje de mujeres que se suicidan es considerablemente menor que el de hombres, pero las tentativas de suicidio son mucho más elevadas en ellas. La psicóloga Lidia Luna considera que la accesibilidad a ciertos métodos puede explicar ese desfase de cifras. “Los hombres acceden a vías más eficaces, en cambio las mujeres optan por otro tipo de métodos que les resultan más accesibles y ante los que es más fácil que haya un rescate, como la ingesta de medicamentos”, explica. “Estas mujeres puede que se contabilicen como tentativas, pero lo que realmente quieren es suicidarse”.

En el Informe sobre el estado de los Derechos Humanos de las personas con trastorno mental en España, realizado por la Confederación Salud Mental España y publicado en 2018, se apunta: “La relación existente entre suicidio y violencia de género es una realidad enormemente ignorada en medios de comunicación y estudios estadísticos”. Dicho informe, donde se incluye un apartado específico sobre violencia machista y salud mental, expone que el maltrato constituye un factor precipitante que se considera la causa del 25% de los intentos de suicidio de las mujeres. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) revela que uno de los mecanismos de abordaje de la prevención del suicidio es la actuación sobre factores de riesgo, como es el maltrato. En este sentido, hace algunos años, Miguel Lorente, Cruz Sánchez de Lara y Covadonga Naredo, se centraron en una idea de Enriqueta Chicano y desarrollaron un informe sobre la relación suicidio-violencia machista donde se manifiesta el estrecho vínculo entre ambas. Algunas de las conclusiones extraídas apuntan a que el clima de dominio puede ser el desencadenante de una conducta autolítica. Además, abogan por la Inclusión de la perspectiva de género en los planes nacionales de prevención del suicidio.

Para la psicóloga Mónica Sánchez, las violencias estructurales y simbólicas ejercidas en los cuerpos femeninos, sumadas a violencias en el entorno de la pareja o expareja, acoso o abusos sexuales, deterioran muy corrosivamente la salud mental de las mujeres y pueden llevar a decidir el suicidio. “Las mujeres experimentamos numerosas secuelas de situaciones traumáticas que no se nombran y cuyos síntomas no son reconocidos por personas cercanas ni por profesionales de la salud”. Sara Morales coincide en esta lectura y apunta: “Las mujeres nos encontramos ante violencias patriarcales muy contundentes; me parece importante señalarlo porque puede llegar un momento en que no se tengan los suficientes recursos para afrontar el sufrimiento psíquico y al final una vea como única solución posible acabar con su vida”.

Masculinidad

Si nos acercamos a las cifras oficiales registradas, estas indican que una media de diez personas se suicidan diariamente en el Estado español, más de 3.600 el pasado año. Dos tercios eran hombres. La tasa de suicidio masculino es cuatro veces mayor que la femenina en todos los países de la Unión Europea. ¿Se pueden analizar estos datos desde un enfoque de género? Habría que indagar en los orígenes, lo profundo. La psicóloga Mónica Sánchez lo explica: “Se fomentan actitudes que se consideran adecuadas para cada sexo y se reprimen aquellas que no se ajustan a los roles o estereotipos establecidos”. Estaríamos hablando de la tradicional socialización de género.

La masculinidad hegemónica identifica a los hombres con la actividad y el control. “Se da una necesidad y presión constante para demostrar que se está ajustado al modelo: joven, adulto, heterosexual, blanco, fuerte, con éxito económico, social profesional y sexual”, explica Sánchez. Pero si esta orientación hacia lo exterior, la racionalidad y la dominación de espacios otorga privilegios, también deja huecos. “Hay un gran vacío respecto al manejo de habilidades emocionales, y de acompañarse a sí mismos en momentos de dificultad sin reprimir emociones y pidiendo ayuda”, comenta Sánchez.

En el estudio El suicidio masculino: una cuestión de género , publicado en la revista Prisma social de la Fundación para la investigación social avanzada (IS+D), se exponen varias líneas de investigación sobre esta temática. Según algunos autores, algunas de las desventajas de la masculinidad dominante serían: “por un lado, la opresión que experimentan aquellos hombres que no encajan en el modelo; por otro, la ausencia de recursos económicos, emocionales, de autoayuda, etc., destinados a los hombres cuando se les presentan problemas que les tornan vulnerables, pues la vulnerabilidad es un tema tabú para la masculinidad”. El estudio también refleja “el silencio cuando se sienten vulnerables por el incumplimiento de rol de género, como la falta de trabajo, no poder suministrar recursos económicos a la familia, su falta de autoestima por un sentimiento de inferioridad, o alguna causa que les haga sentirse débiles”.

Mónica Sánchez explica que el incumplimiento de los mandatos y expectativas de género provocan un gran sufrimiento. “En función de su carácter, antecedentes biográficos y familiares o la exposición previa a la violencia, los hombres tendrían tendencia a la depresión, a la agresividad o a la violencia cuando se sienten cuestionados o no cumplen las expectativas sociales”. Dicha violencia la dirigirían hacia otras personas (hombres o mujeres) o hacia sí mismos. Según comenta Sánchez, el hecho de demostrar o defender su masculinidad también conllevaría más conductas de riesgo como el consumo de alcohol o drogas. Con esta idea de fuerza, control y riesgo de la masculinidad se vincularía también la elección de métodos más letales para materializar la decisión de suicidio; por ello habría menos intentos no consumados.

Llevar al límite su sufrimiento emocional provoca severas consecuencias. Además, Sánchez apunta que el personal experto en salud implementa también su sesgo machista. “Cuando los hombres van a su consulta médica y expresan malestar se tiende a animarlos, a apelar a su fuerza, a su valentía… y se medicalizan mucho menos sus síntomas”.

Un asunto, en cualquier caso, complejo, de naturaleza multidimensional e interseccional. Y muy desconocido, como casi todo lo que compete a la salud mental.

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A los 11 años, Sara Morales intentó suicidarse por primera vez. Tiempo después vendrían otras situaciones similares, aunque ya antes había conocido las conductas autolíticas. “El primer recuerdo que tengo de pequeñita es la imagen de mi madre intentando suicidarse”, explica. Aunque la causalidad de un suicidio suele ser múltiple, a Morales le parece que ciertos hechos cobran relevancia. “Hay gente que dirá que esto pasa por un bajón de serotonina o herencia genética, pero para es importante que fuimos las dos mujeres de la familia en un entorno en el que la violencia estaba en el día a día”.

El porcentaje de mujeres que se suicidan es considerablemente menor que el de hombres, pero las tentativas de suicidio son mucho más elevadas en ellas. La psicóloga Lidia Luna considera que la accesibilidad a ciertos métodos puede explicar ese desfase de cifras. “Los hombres acceden a vías más eficaces, en cambio las mujeres optan por otro tipo de métodos que les resultan más accesibles y ante los que es más fácil que haya un rescate, como la ingesta de medicamentos”, explica. “Estas mujeres puede que se contabilicen como tentativas, pero lo que realmente quieren es suicidarse”.