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Sobre este blog

A los que miran a Irán

Me hice periodista movida por dos motores: la curiosidad y las ganas de escuchar. Me siento afortunada de que mi trabajo consista en algo tan nutritivo como escuchar y difundir discursos y vivencias distintas que me interpelan, sacuden mis prejuicios, me provocan cortocircuitos que me hacen seguir dudando y también afianzando algunas certezas. No muchas. Una de esas certezas es que todas las personas, incluso en los contextos más opresivos, tenemos agencia, es decir, poder de actuación.

Como periodista, y como editora de un medio, me interesa poner el foco en las estrategias de las personas para defender su integridad y su libertad, de forma individual y también en colectivo, en sus formas de rebelarse contra las opresiones, de reapropiarse del insulto y el estigma y transformar la violencia en empoderamiento. No parecen compartir ese interés los ciertos de usuarios y usuarias de Twitter que nos han bombardeado esta semana con respuestas difamatorias, insultantes y de brocha gorda por publicar una entrevista de la que os hablaré más abajo. Extrañada de que ese torrente de odio fuera espontáneo, ya que llegó varios días después de que difundiéramos la entrevista, busqué en esos foros monopolizados por machos supremacistas y ¡bingo! parece que todo empezó con que en LaBurbuja.info un usuario compartió una cita de la entrevistada descontextualizada.

Vivimos una situación similar, hace medio año, cuando cometí el pecado capital —para muchas— de entrevistar a Amarna Miller. La avalancha de comentarios de gente muy indignada incluyó acusaciones de estar promoviendo la explotación sexual por entrevistar a una actriz porno. Mi compañera Andrea Momoitio respondió a las críticas con una Carta a las lectoras de Pikara que terminó teniendo más visitas que la entrevista en sí, probablemente por la cantidad de periodistas y medios que se sintieron identificados y los tuitearon. Reproduzco un fragmento:

Esta vez se trata de una entrevista de Lucía Mbomío a Iman El Azrik, una joven madrileña de origen marroquí, que ha iniciado en redes sociales un proyecto fotográfico llamado Too Faces, en el que se fotografía con la cara cubierta y descubierta con el objetivo de expresar sus dilemas identitarios y desafiar los prejuicios hacia las mujeres musulmanas. Reproduzco un fragmento:

Siguiendo a Andrea, la entrevista es buena, tiene sentido en Pikara y no tiene por qué gustarnos lo que contesta la entrevistada (a mí, por si os interesa, me gusta leerla, como también me gustó entrevistar a Amarna Miller). No es tan difícil de entender que de eso trata el periodismo. Tampoco es difícil de entender que El Azrik hace una propuesta artística de significado abierto, y que no sólo no hace proselitismo del hiyab sino que cuenta que ha tenido una relación contradictoria con él y ha decidido no usarlo.

Hay quien lo ha entendido. Pero en Twitter la mayoría de tuits dicen básicamente esto:

Somos unas sinvergüenzas, unas subnormales y unas zumbadas (sic.) por escuchar a una mujer española de origen marroquí (a ella también se la insulta con calificativos similares) que expresa a través de la fotografía su vivencia y su discurso sobre el hiyab en su contexto particular. Nos mandan fotos de chicas en minifalda en Irán y en Afganistán en los años 70, comparan a Iman con una miembro del Daesh, dicen que lo próximo es justificar la ablación y que estamos promoviendo el salafismo y el wahabismo (me gustaría saber qué opinan los wahabíes de Imán fumando y luciendo su cabellera rizada o practicando deporte con el niqab). Las mujeres musulmanas son víctimas de su religión y quien intenta desmontar ese estereotipo es una terrorista.

Mejor mirar a Irán que preocuparnos por la realidad que denuncian las asociaciones de mujeres musulmanas: que en España se discrimina a las mujeres con hiyab en el acceso al empleo, a la vivienda o a la educación.

Hace unos días nos hicimos eco de la denuncia de la fotógrafa y periodista Laila Serroukh, que acudió a una entrevista de trabajo y la despacharon en cuanto vieron su hiyab. Ella replicó que en la foto del currículum ya se veía que usaba pañuelo y le contestaron: “Esperábamos que fueras una de esas chicas marroquíes que están dispuestas a quitarse el velo por trabajo”. Laia Serroukh, como Iman El Azrik, es española. Sigamos mirando a Irán. ¿No es eso lo que hacen Trump y Netanyahu? Sigamos hablando de ayatollahs en vez de sumarnos a las denuncias contra los capataces que abusan sexualmente de las jornaleras de la fresa en Huelva. las jornaleras de la fresa en Huelva.

En el Facebook de Pikara mucha gente se solidarizó con Serroukh, pero otra mucha se puso a debatir sobre si el hiyab es violencia machista o no, si es comparable a la exigencia de depilarse o de llevar tacones… Incluso hubo quien dijo: “Opino que no deberían llevarlo, por ser absoluta y asquerosamente machista. Yo soy una de esas clientes que no soporta ver a una mujer oprimida voluntariamente. Menudo ejemplo”. Ante esos mensajes, primero doy gracias a la vida por que ‘El harén de occidente’ (spoiler: es la talla 38) de Fátima Mernissi fuera mi primera lectura feminista. Luego recuerdo el artículo de Brigitte Vasallo ante la polémica del llamado burkini. Reproduzco algunos fragmentos:

Así seguimos. Tengo pocas ganas de hacer pedagogía, entre otras cosas porque quiero que mi papel sea de escucha, de aprendizaje y, si acaso, de mediadora para difundir esos discursos que intentan tapar las poseedoras de la verdad absoluta. Porque reconozco mi ignorancia, más allá de haber leído a Mernissi y Marjane Satrapi (es que los mansplainers y womansplainer de Twitter también nos mandan leer ‘Persépolis’). Pero sí quiero subrayar que el contexto es fundamental, y eso no es relativismo cultural. El acto de ponerse el pañuelo no tiene el mismo significado ni las mismas consecuencias en Irán, en España o en Palestina, y en realidad, esa afirmación ya es de brocha gorda, porque en una misma ciudad, como la mía, conviven mujeres que se enfrentan a su comunidad por no llevar hiyab y no hacer Ramadán, con mujeres que deciden empezar a usar pañuelo como afirmación cultural y religiosa ante una sociedad islamófoba que las criminaliza o victimiza.

Nuestro colaborador Asier Santamari(c)a escribió lo siguiente en los comentarios en Facebook sobre la entrevista a Iman El Azrik:

Santamari(c)a, por cierto, acaba de publicar un artículo en Pikara en el que nos alerta sobre el uso del Orgullo para apuntalar el homonacionalismo (la estrategia de los Estados de instrumentalizar los derechos de las personas LGTBIQ+ para promover políticas y discursos racistas y xenófobos):

Estaría bien que la gente que tan preocupada se muestra por la situación de las mujeres en Irán, reflexionase también sobre el uso de la islamofobia y el homonacionalismo para sostener la ocupación israelí en los territorios palestinos, y cómo el imaginario que marca a las mujeres con hiyab como sumisas y alienadas impide a muchas personas reconocer los liderazgos y los activismos de las mujeres en contextos distintos.

Anteayer, cuando empecé a escribir este artículo —que dejé en cuarentena hasta hablar con Iman y que me dijera que está fuerte, que ya sabía que en España hay ese discurso cínico y discriminatorio y que no caigamos en la tentación de la autocensura— leí en Facebook un potente mensaje de Wadia N-Duhni, activista española de origen sirio, dirigido a las feministas euroblancas y coloniales que niegan a las feministas islámicas. Os invito a leerlo y rumiarlo, pero en este artículo me quedo con la biografía que he encontrado de Wadia N-Duhni en Diario 16, en la que se declara en guerra contra “los musulmachos (machirulos que usan la religión ilegítimamente para usurpar nuestros legítimos derechos coránicos), extremismos laicos (que practican la Inquisición a la inversa, y pretenden quemarnos en la hoguera por creer en Dios y practicar nuestra fe), y feminismos coloniales (que lapidan nuestra capacidad de empoderamiento y emancipación en nuestro propio contexto religioso y cultural)”.

Y termino compartiendo este vídeo de Laila Serroukh, que ha utilizado la situación de islamofobia que vivió para lanzar una campaña contra todas las discriminaciones laborales, ya estén motivadas por el sexismo, el racismo, la xenofobia, la gitanofobia, la islamofobia, las LGTBfobias o cualquier otro sistema de poder. Iman, Laila, Wadia, no son las otras. Estamos juntas contra los discursos del odio, o al menos yo quiero estar junto a ellas.

Lee también:

Entrevista a Daniel Ahmed: “El islam es queer por naturaleza”

Los artículos de Brigitte Vasallo “Por las grietas homófobas del homonacionalismo” y “La islamofobia de género como violencia machista”.

Me hice periodista movida por dos motores: la curiosidad y las ganas de escuchar. Me siento afortunada de que mi trabajo consista en algo tan nutritivo como escuchar y difundir discursos y vivencias distintas que me interpelan, sacuden mis prejuicios, me provocan cortocircuitos que me hacen seguir dudando y también afianzando algunas certezas. No muchas. Una de esas certezas es que todas las personas, incluso en los contextos más opresivos, tenemos agencia, es decir, poder de actuación.

Como periodista, y como editora de un medio, me interesa poner el foco en las estrategias de las personas para defender su integridad y su libertad, de forma individual y también en colectivo, en sus formas de rebelarse contra las opresiones, de reapropiarse del insulto y el estigma y transformar la violencia en empoderamiento. No parecen compartir ese interés los ciertos de usuarios y usuarias de Twitter que nos han bombardeado esta semana con respuestas difamatorias, insultantes y de brocha gorda por publicar una entrevista de la que os hablaré más abajo. Extrañada de que ese torrente de odio fuera espontáneo, ya que llegó varios días después de que difundiéramos la entrevista, busqué en esos foros monopolizados por machos supremacistas y ¡bingo! parece que todo empezó con que en LaBurbuja.info un usuario compartió una cita de la entrevistada descontextualizada.