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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Me sumo a la huelga? Reflexiones desde mi profesión, mi género y mi piel

Lo que vais a leer a continuación no es una justificación, ni siquiera una explicación, se trata de un recorrido por mis reflexiones desde mi profesión, mi género y mi piel. Solo algunas son certezas.

Soy periodista y el sector en el que trabajo se ha visto muy (más aún) precarizado con la crisis, la inestabilidad laboral es crónica y la injerencia política es patente en demasiados medios. Esto atañe a todes les profesionales de la comunicación pero, además, se dan una serie de problemas específicos que nos afectan a nosotras.

Aunque internet haya escalado muchas posiciones, la televisión sigue siendo un medio de comunicación con relevancia e incidencia entre la población. Si nos dedicamos a hablar en los programas de feminismo, a condenar actitudes machistas y, sin embargo, la tele no practica aquello que predica, no sirve de nada. La imagen es importante, vernos es importante. Si somos, estemos y estemos bien, no nos están regalando nada.

Sigue habiendo pocas mujeres dirigiendo medios, aunque seamos mayoría en las redacciones y en las facultades; continúa habiendo una cobertura machista de la actualidad, desde la selección temática hasta la ejecución de cada pieza; las mesas de debate son masculinas con escasas excepciones; los expertos entrevistados, casi siempre, son hombres y hay unos cuantos derechos específicos que, especialmente en televisión, las mujeres parecemos no tener:

Derecho a envejecer: Salvo en las cadenas públicas , donde parece que se entiende que las mujeres hacemos algo tan normal como cumplir años y en los programas mañaneros o de corazón, cuyo público, por la franja horaria que ocupan, también tiene más edad, difícilmente veremos a presentadoras o reporteras que superen los cincuenta años. Y no es que no existan o mueran todas de una enfermedad de origen desconocido que solo afecta a las mujeres de más de cincuenta que hacen imagen. No. Parece ser que quienes mandan no entienden que más años es sinónimo de mayor experiencia y de confianza por parte de les espectadores en un rostro que ya conocen, cosa aplicable, por otro lado, a cualquier oficio o profesión. No obstante, no es tan complicado encontrar a hombres de esa edad o, incluso, mayores ya que ni las canas ni las arrugas ni los años se miran de la misma forma en nuestros compañeros.

Derecho a tener frío: ¿No os habéis fijado en esas parejas absolutamente asimétricas televisivas de mujeres jóvenes de físico imponente y hombres mayores que ellas y normalitos? Suelen aparecer en galas navideñas, de Nochevieja y/o programas especiales. Pues bien, para mí, lo más sorprendente no son las diferencias que existen entre ellas y ellos sino su atuendo: los hombres llevan camisas de manga larga, chaquetas o capas que parece que a las mujeres no nos hacen falta, ya que tenemos la piel de lana y goretex. Eso nos permite ponernos vestidazos de tirantes en pleno invierno y que no tenga consecuencias para nuestra salud: ni un estornudo, ni una tos, nada de nada. Magia.

Derecho a no estar delgada: Por supuesto, al igual que en el primer punto, a excepción de en las cadenas públicas y en espacios televisivos de temática muy concreta, hay muy pocas mujeres que presenten programas y que superen la talla 40.

Es más, es algo tan inusual que el hecho de que una presentadora engorde, provoca ríos de tinta. Un buen ejemplo de eso fue el aluvión de críticas que recibió en twitter la presentadora Tania Llasera, tras reaparecer en los medios con más peso. Los internautas le preguntaban si estaba embarazada y se reían del cambio que había experimentado. Finalmente, ella vio necesario explicar que estaba más gorda debido a que había dejado de fumar. Es terrible que el físico de una profesional de la televisión se debata y se ponga en entredicho de forma pública, cuando lo único que debería importar son sus habilidades para realizar su trabajo que, evidentemente, continuaban siendo las mismas. 

Fuera del Estado español, nos encontramos noticias como la que nos llegó de Egipto, país en el que un canal público suspendió, en 2016, a ocho trabajadoras durante un mes, tiempo que esperaban que les sirviera para adelgazar y regresar con lo que quien tuvo esta idea entendía que era una “apariencia correcta”.  

El horror, más aún si pensamos en cómo no resulta igual de sorprendente que un hombre no tenga unos abdominales como cojines. Las exigencia estéticas que recaen sobre nosotras, no es que no sean comparables con las que tienen los hombres, es que en su caso casi ni existen.

Derecho a no ser eso que llaman “guapa”. El peso no es la única imposición. Especialmente en los últimos tiempos, en ciertas cadenas, hay que tener rostro de modelo o serlo. La valía profesional de una mujer jamás debería radicar en su físico, más que nada porque a los hombres que trabajan en el mismo ámbito, lo que les piden es que sean ingeniosos, buenos comunicadores, rápidos o que tengan una excelente dicción… Lo mismo que a nosotras solo que para ellos, la categoría belleza rara vez entra en la ecuación. 

Lo peor es que a las mujeres que trabajan en la tele les exigen ser guapas, pero si lo son demasiado, les resta credibilidad. Hay quien asume que están ahí “por su cara bonita” invalidando su esfuerzo y cargándose de un plumazo su currículum.

Derecho a presentar un “late night”: Parece ser que hay gente que cree que las mujeres somos como gremlins y que si presentamos alrededor de la medianoche nos convertimos en monstruos. Eva Hache ya demostró que no con su “Noche Hache”, programa que estuvo en antena entre 2005 y 2008. 11 años después, ya es momento de levantar el veto. 

Derecho a no ser blanca:  Recientemente, hice un recuento de las personas afro que han trabajado en televisión presentando, en calidad de reporteres, contertulies o colaboradores en las últimas cinco décadas y me salían alrededor de cuarenta. Entre elles había 7 deportistas (hombres), alrededor de una decena de cantantes y varies bailarines, que se han dedicado o al periodismo deportivo o al musical, sectores tradicionalmente asociados a la gente negra. Presentadoras de informativos, solo dos. Eso no significa, ni mucho menos, que piense que es más importante un sector que otro dentro de la profesión, pero sí que es cierto, que no me parece casual que haya un desequilibrio tan importante entre el área de entretenimiento y el de informativos.

El caso es que somos pocas (mujeres afro, aproximadamente veinte) y a nadie parece importarle demasiado salvo a nosotras y a algunos medios que sí se están preocupando por transformarse, que sí se cuestionan y pueden equivocarse o no, pero se atreven a dudar, a cometer errores y a enmendarse. Sin embargo, aún falta.

Pensar en mujeres afro no es hacer un especial sobre nosotras, olvidarnos el resto del año y enfadaros si no estamos el 8 de Marzo; no es encerrarnos en nuestra dermis, en una categoría estanca, leer a Chimamanda o hacer una pregunta a la negra oráculo de turno, la que lo sabe todo, para que solvente dudas y tranquilice conciencias. Tampoco es invitarnos a un espacio o entrevistarnos en un reportaje, con el fin de que le demos el toque de color o para adornarlo, sino pensar los espacios y los medios que queremos tener y hacer de manera conjunta , urdirlos en equipo y asumir que nos estáis dando (devolviendo) el lugar que nos corresponde, no que nos estáis permitiendo participar.

Cuando desde los medios y los espacios feministas nos preguntáis machaconamente por el advenimiento de nuevos partidos , como si fueran los inventores del racismo, demostráis lo lejos que estáis de haberlo padecido o de haberos interesado por él, puesto que, si bien es cierto que sus postulados representan un riesgo, más aún desde un parlamento desde el cual tienen capacidad de legislar, también lo es que sus potenciales votantes precedieron a la creación del partido y celebran ver su sueño cumplido. Nosotras los conocemos y los conocíamos porque ya les hemos sufrido. “A las negras habría que violarlas y luego matarlas”, me dijeron a mí cuando tenía 17 años unos skin. “Pues claro, encima que nos quitáis los puestos de trabajo, ya solo faltaba que nos quitarais los asientos en el autobús”, me soltó una señora mayor cuando le cedí el paso para que subiera antes que yo a la camioneta. Estas cosas no son nuevas, pero quizá no lo sepáis, ya que, por suerte, nunca lo vivisteis.

Así las cosas, me parece fundamental que el discurso feminista se construya desde el antirracismo y el anticapacitismo, para que lo de que “todas somos todas”, sea algo más que una frase y se haga realidad. En ese sentido, celebro que tras la reunión que se llevó a cabo en Valencia en Enero, varios colectivos feministas pidieran la derogación de la Ley de Extranjería y el cierre de los CIE, pero no basta. Es importante asumir y reconocer la diversidad existente en el seno de las comunidades racializadas y sus aristas múltiples, derivadas no solo de una situación administrativa atroz y excluyente, también de unos planteamientos ideológicos y morales distintos, de cosmogonías, maneras de entender el sexo, la vida o la maternidad otras o de las limitaciones derivadas de aspectos estructurales que se traducen en racismos cotidianos que condicionan nuestro día a día. Incluso con un pasaporte español o un NIE, muchas mujeres negras tienen problemas para encontrar trabajo o para que este sea igualmente reconocido; algunas no recuerdan haber visto a una igual en la tele en su vida, leer sobre escritoras negras en clase de literatura (blancas, al menos, estaban Carmen Laforet o Emilia Pardo Bazán), pero tampoco en la de sociología o la de biología. En Historia Universal, nos hablaban del Norte político, repasábamos la revolución francesa o la rusa, pero no citaban ni por encima, la de Haití, que supuso el principio del fin de la esclavitud. En esa línea de ocultación, ni siquiera nombran el país en el que nació mi padre pese a que, hasta hace cincuenta años, fuera una provincia más del Estado español. El borrado histórico es un acto consciente y se trata de una de las máximas expresiones de racismo institucional.

Y mientras, les periodistas, en términos generales, nos siguen retratando desde la excepcionalidad y oscilamos entre “las primeras que”, ejemplos de éxito, y las víctimas, lo cual es importante, con todo, implica conformarse con la parte sin preocuparse por buscar ni mostrar el todo.

Por otro lado, resulta necesario entender que cuando una mujer negra es víctima de un ataque racista es algo que debe concernir al movimiento feminista y no solo al antirracista porque la interseccionalidad, esa palabra manoseada y “lenguoseada” hasta el infinito es, como diría la activista afrofeminista Esther (Mayoko) Ortega, “cuerpo y ya”. La cobertura mediática, la indignación y el apoyo a la víctima que generan ciertos casos de machismo flagrante debería extenderse a otros tantos. Cuando, recientemente, a una mujer negra, el conductor de un autobús de Vitoria le regañó porque una de sus hijas llevaba un patinete sin plegar y ella le pidió paciencia, puesto que su niña tenía necesidades especiales, un pasajero le dijo que “era militar y llevaba veinte años matando gente como ella”, provocando que aterrorizada se tuviera que bajar del autobús acompañada solo por un par de personas. Pues bien, lo que le sucedió no es únicamente racismo, también se trata de machismo. Era una mujer a la que un hombre amenazó, delante de todo el mundo y no se atrevió a denunciar por miedo. “Solo quiero un futuro para mis hijas”, afirmó en ese momento. Insisto, es racismo, es machismo, es soledad y es silencio cómplice. Ahí, no cabe el futuro.

¿Y qué decir de las temporeras de Huelva? En su caso, recibieron un apoyo inestimable de varios movimientos feministas andaluces y de algunos medios que se esforzaron por informar puntualmente de lo que estaba sucediendo pero, de ninguna manera, generaron la misma reacción de condena unánime que otras iniquidades padecidas por mujeres (blancas) a lo largo del pasado año.

En positivo, porque hubo victorias en 2018, celebro que el género sea un aspecto cada vez más transversal en las noticias, que haya incluso responsables que se encargan de velar por ello en algunos medios, ¿pero qué hay de la perspectiva de raza?, ¿dónde está?, ¿cuántas noticias habéis escrito o leído a lo largo del último año protagonizadas por personas racializadas?, ¿cómo eran? Y en el caso de los reportajes corales, ¿habéis hecho como Disney, que solo tiene princesas blancas y luego han ido poniendo a una de cada (negra, asiática, árabe, Rromá, pobladora originaria de Abya Yala y polinesia) para completar el cupo? Solo una persona racializada podría asumir la función de velar por la perspectiva que cito, ahora bien, ¿cuántas periodistas racializadas hay en vuestras redacciones? E, importante, ¿alguna vez habéis caído en ello?.

Justo de ahí venían mis dudas del principio. En efecto, soy periodista, soy feminista, me repugnó y ofendió la sentencia de “la manada”, me encoge el corazón y me subleva cada vez que matan o agreden a una mujer, el techo de cristal, la tasa rosa asquerosa o la disparidad de salarios. Pero también soy afrodescendiente y ni la piel se quita ni los estigmas asociados a ella. Nuestro techo es tan bajo que caminamos encorvadas. De modo que a las que se sorprenden por la no adscripción al 8 de Marzo de muchas mujeres afro, me gustaría preguntarles si sabían dónde estábamos y qué hacíamos el resto del año y les animo a que hablemos para construir juntas y transformar, a partir del 9 de marzo.

Lee también estos otros artículos de Lucía Mbomío en Pikara:

Queremos hacer de nosotres, no de lo que somos para vosotres. Sobre la falta de referentes y estereotipación de las personas afrodescendientes en la ficción española. 

Que nos pregunten ÚNICAMENTE sobre racismo es racista. Sobre la escasa participación de personas racializadas en los medios.

 

Lo que vais a leer a continuación no es una justificación, ni siquiera una explicación, se trata de un recorrido por mis reflexiones desde mi profesión, mi género y mi piel. Solo algunas son certezas.

Soy periodista y el sector en el que trabajo se ha visto muy (más aún) precarizado con la crisis, la inestabilidad laboral es crónica y la injerencia política es patente en demasiados medios. Esto atañe a todes les profesionales de la comunicación pero, además, se dan una serie de problemas específicos que nos afectan a nosotras.