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Homenaje a las activistas trans que han inspirado mi feminismo
- Con este artículo me sumo a la campaña #HastaElCoñodeTransfobia, en respuesta a un congreso feminista celebrado en Gijón con dinero y respaldo institucional en el que se ha vertido discurso del odio transmisógino
Cuando una ha desarrollado su conciencia, su pensamiento y su práctica feminista rodeada de mujeres trans, todo cuestionamiento sobre su participación en el movimiento feminista no solo resulta absurda e incomprensible sino muy dolorosa e injusta. Porque para mí no se trata de un debate teórico y abstracto sino de un ejercicio de exclusión y violencia al que le pongo nombres, apellidos y rostros; los de compañeras cuya trayectoria política y vital feminista admiro.
Algunos debates son un ejercicio de violencia en sí mismo por parte de quienes se otorgan a sí mismas el monopolio sobre una lucha social y el derecho a reconocer o no a “las otras” como sujetos políticos. Alertó Brigitte Vasallo ante la polémica feminista en torno a la prohibición del mal llamado burkini que “una buena parte de los feminismos se han enmarañado en alimentar la serpiente con debates fuera de lugar en vez de articularse con las compañeras agredidas”. Yo no voy a caer en ese error. Prefiero centrarme en poner algunos nombres, apellidos y rostros a lo que La CISterna Transfemmenista condensó en un artículo en Pikara Magazine:
Las transmisóginas emplean varias estrategias de despiste para intentar negar la existencia de las compañeras trans que participan en el movimiento feminista. Una es afirmar que la lucha feminista y la LGTBI son independientes, y que por tanto el lugar de las mujeres trans es el activismo LGTBI y no el feminista. Esto es, por un lado, absurdo, porque la lucha LGTBI es precisamente la de las personas disidentes sexuales y de género ante las violencias patriarcales que vivimos por no encajar o desobedecer las normas de la heterosexualidad y el binarismo obligatorios. Pero además es una trampa porque lo que subyace es que niegan a las mujeres trans su condición de mujeres, que es por la que participan en el movimiento feminista. Ocurre otro tanto cuando las lesbianas transexcluyentes niegan la participación de las mujeres trans: están negando a las mujeres trans lesbianas su condición de lesbianas. Y otra tercera trampa es poner el foco en la teoría queer, obviando que las mujeres trans son tan diversas ideológicamente como las cis: las hay queer y las hay marxistas, radicales, anarquistas, de la igualdad, poscoloniales, y un etcétera tan largo como en el caso de las feministas cis.
Por cierto, ahora que he dicho 'cis', prefijo opuesto a 'trans' para designar a quienes nos sentimos razonablemente conformes con el sexo que se nos asignó al nacer, añado que si a las feministas transexcluyentes les enfada tanto (“no vamos a consentir que nos llamen cis”, exclaman con aspavientos) es porque ellas se autoproclaman LAS MUJERES con mayúsculas, y desde esa posición se sienten con capacidad de decidir quién entra y quién no en su club.
En fin, al final me estoy enredando. Voy al grano; estas son algunas de mis compañeras y maestras feministas:
1. Laura Bugalho: 'Referente feminista' se queda corto teniendo en cuenta que esta activista gallega es sindicalista, independentista, está comprometida con los derechos de las personas LGTBI y de las personas migradas. Bugalho ha sido una de tantas activistas antirracistas criminalizadas por apoyar a personas migradas sin papeles, cuando denunció a una trama mafiosa que vendía tarjetas de residencia falsas y terminó siendo ella la condenada por falsedad documental. Ocurrió en 2009 y el calvario judicial duró hasta 2016. En esos años, estuvo respaldada por una campaña de solidaridad apoyada por el movimiento feminista. Bugalho participó, junto con Kim Pérez, en los Encuentros Feministas Estatales en Córdoba del año 2000, precisamente con una ponencia titulada “¿Mujer o trans? La inserción de las transexuales en el movimiento feminista”.
2. Aitzole Araneta: Fue junto con Bugalho la primera activista trans feminista que conocí, en unas jornadas maravillosas sobre diversidad sexual en Bilbao en 2010. Araneta es técnica de igualdad y sexóloga, y este año se presentó como candidata a la Alcaldía de Donostia por Podemos. Leyendo a Aitzole me formé en transfeminismo, en despatologización de la transexualidad y en su comprensión desde el punto de vista de la sexología (que difiere mucho, por cierto, de la teoría queer).
3. Juanita Urbina: Es una de las primeras amigas que hice en Nicaragua. Juanita trabaja en el Programa Feminista La Corriente, una de las organizaciones más potentes e incómodas para el poder de Daniel Ortega. Juanita tiene claro que la lucha feminista y la LGTBI son una porque comparten la defensa del derecho a una vida libre de violencia, el derecho a decidir sobre tu cuerpo, tu sexualidad, tu identidad. Le dediqué un capítulo en mi libro 10 ingobernables cuando volvía a nombrarse como Juan Carlos, a llevar pelo corto, barbita y ropa masculina, como estrategia de supervivencia ante la violencia transmisógina. Algunas feministas decidieron que ya no había sitio para ella en el feminismo haciendo la lectura simplista de que volvía a ser varón, con los consecuentes privilegios, y algunas mujeres trans la juzgaron como traidora de su género. Gracias a la teoría queer, Juanita sigue defendiendo que la masculinidad no es su identidad sino su refugio temporal mientras expresar su género sentido deje de ponerla en peligro.
4. La Dámaso Jussete Vargas. La conocí también en La Corriente, en su caso como alumna de unos talleres de comunicación feminista que estuve impartiendo. La Dámaso no necesita cambiar su cuerpo para sentirse y afirmarse como mujer pero, lo que fue más nuevo para mí, tampoco necesita cambiar su nombre. Dice que el feminismo le ayudó a vivir su identidad de una forma libre y relajada, y también a reflexionar que “si podemos vivir nuestro género desde otros cuerpos y el hecho de ser mujeres no se prueba con la vagina, no había mucha necesidad de que mi nombre fuera otro”.
5. Nicole Santamaría: A esta salvadoreña intersex y trans la conocí en un maravillo encuentro en Suchitoto organizado por la Colectiva Feminista, en el que participó como tallerista. Es otra de 'mis' 10 ingobernables y conoce la violencia machista y la violencia sexual desde pequeña. Está especialmente sensibilizada con el transfeminicidio. Varias compañeras de activismo fueron asesinadas, con saña y sin investigaciones de oficio para esclarecer sus muertes. Ella se exilió después de recibir varias amenazas y ataques. Aunque tenía motivos para pedir que respetase su anonimato poniéndole un nombre ficticio, decidió salir con su nombre y apellido porque pesó más en ella el deseo de que, si algo le ocurre, haya constancia de su existencia y de su lucha. “Contar mi historia es una forma de honrar mi vida”.
6. Zuriñe Baztan: Como Laura Bugalho, Baztan es activista sin apellidos porque se ha volcado en (ya sea de forma sucesiva o simultánea) el movimiento antimilitarista, en el ecologista y en el de acogida a las personas refugiadas; de hecho, hace un par de años se fue a vivir a Grecia para echar una mano en la crisis del refugio. La conocí en Súkubo, lugar de encuentro transfeminista en Gasteiz. En aquel momento era una de las caras visibles del movimiento contra el fracking en Araba. Dice Andrea Momoitio sobre ella que “reivindica su papel como mujer trans, lesbiana y machorra; su apariencia más masculina, su voz rota, sus andares, sus botas de monte, su estar en el mundo como mujer sin reproducir los estereotipos de género más tradicionales”. Por ella, y por tantas otras de las citadas, me parece absurda la acusación recurrente de que las mujeres trans perpetúan el modelo de feminidad hegemónico. Algunas calzan tacones y otras botas de monte, igualito que las mujeres cis.
7. Irina Layevska: Irina no se considera transexual, sino mujer. Para ella la transexualidad es un proceso que inició en 2001, cuando se asumió como mujer, y que ya culminó. Esta comunista mexicana se unió siendo muy joven y desde su silla de ruedas a la revolución nicaragüense y después al movimiento de solidaridad con Cuba. Convive con la esclerosis múltiple y defiende el derecho a decidir sobre su vida, sobre su cuerpo y sobre su muerte. En la entrevista que le hice, da una clave para contestar a las TERF que hablan de las mujeres trans como pertenecientes a una “casta sexual privilegiada”: “Cuando asumí mi feminidad me di cuenta de que ser hombre me ubicaba en un estatus social privilegiado; después de pasar mi proceso y viví en carne propia las agresiones machistas, pude vivir la lucha feminista con mayor congruencia”.
8. Alicia Ramos: Las letras de esta cantautora canaria afincada en Madrid no tienen desperdicio, tanto las más contestarias como las más soñadoras, ingeniosas o surrealistas. Es integrante de la plataforma Arte Muhé, un proyecto artístico multidisciplinar creado por mujeres para visibilizarse juntas. Cito sus contundentes palabras en una entrevista en Pikara: “Es importante que la gente tenga muy claro que ser transexual no es en ningún caso, en ningún contexto, en ninguna circunstancia y bajo ningún concepto una ventaja, de ninguna manera. Al menos no en esta cultura. Qué sé yo, igual en Samoa Occidental sí, no lo sé. Pero aquí no. Nunca. Ayuda ser guapa, joven, cis, tener un lunar guay en algún sitio divertido ¡e incluso cantar bien! Pero ser trans* no”.
Podría citar a tantas otras a las que sigo sin haber convivido con ellas (Juana Ramos, Alana Portero, Claudia Ancapán...) o a las que ya no están (Lohana Berkins, Diana Sacayán, Marsha P. Johnson, Sylvia Riviera...).
A veces, mi lado ingenuo piensa que quienes niegan que las mujeres trans sean sujeto del feminismo, quienes hablan de ellas como hombres disfrazados, quienes afirman que tienen privilegios por “haber nacido con un sexo masculino”, quienes las acusan de perpetuar la feminidad hegemónica o quienes incluso las tratan como violadoras potenciales lo hacen por ignorancia, por no haber tenido referentes como los que os acabo de presentar. Me temo que en el caso de las conferenciantes de la Escuela Feminista Rosario Acuña, no es ignorancia sino odio, soberbia y desprecio. Por eso este artículo no va dirigido a ellas.
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