Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Este San Valentín... ¡regala mandarinas!
Leire se fue a recorrer los Balcanes con su buena amiga, Marta. Poblaron sus redes sociales de fotografías, pequeños relatos y otras expresiones de la felicidad de esa aventura compartida. Una colega me preguntó si habían empezado a salir juntas. Curiosamente, es una colega muy crítica con el “parejismo” y el modelo único de amor romántico. No, no salen juntas.
“Pere es el hombre más guapo del mundo”, me dice Joan. Pere es su ex. Viven muy cerquita, viajan juntos y se quieren. La gente del pueblo siempre se pregunta si han vuelto juntos.
Carmen y Rosa tienen 40 años, son amigas y viven juntas desde hace años. Amparo tiene pareja pero no tiene intención de mudarse con ella. Cuando tiene un accidente, un disgusto o se pone enferma, tiende a llamar a Carmen.
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El pensamiento monógamo está tan arraigado que toda relación afectiva fuera de la pareja convencional sorprende, extraña, provoca curiosidad y chismorreos. Hemos aprendido que el amor romántico es el más intenso (en el caso de las mujeres, superado sólo por el amor de madre) y que nuestra pareja tiene que ser nuestra única amante, nuestra mejor compañera de piso, nuestra compañera de viaje, nuestra mejor amiga. Si no es así, es que ese amor no es suficientemente puro. La antropóloga Mari Luz Esteben define ese discurso como “pensamiento amoroso”. La comunicadora Brigitte Vasallo utiliza la expresión “amores Disney” para hacer referencia a los mitos que alimenta la industria cultural desde la infancia, y Coral Herrera Gómez se refiere al “masoquismo romántico” por aquello de “quien bien te quiere te hará sufrir”: el amor romántico vinculado irremediablemente al sufrimiento, al drama, al desgarro.
Son algunas de las académicas y comunicadoras que se han dedicado a fondo a desmitificar ese modelo de amor desde el feminismo. Una pieza clave en su discurso es cuestionar la monogamia o, al menos, el ideal de un amor para toda la vida. Entusiasmadas con sus discursos, desde hace unos años dedicamos horas de conversaciones y cientos de tuits a debatir sobre modelos alternativos, como el poliamor y la anarquía relacional.
Es muy sintomático que entre los textos más leídos en los seis años de historia de Pikara Magazine destaquen dos artículos: ‘Romper la monogamia como apuesta política’, de Brigitte Vasallo, y ‘No eres tú es la estructura: desmontando la poliamoría feminista’, de Coral Herrera Gómez. El primero nos animaba a reconocer en el mandato de la monogamia una estructura represiva y opresiva que genera dependencia y violencia; el segundo alertaba del riesgo de que el poliamor se convierta en un nuevo mandato, y que se perciba como la utopía feminista, cuando ese modelo también viene acompañado de frustraciones y desengaños. (Pequeño apunte: la propia Brigitte Vasallo ya había reflexionado un año antes sobre los riesgos del poliamor mal entendido / mal aplicado, en ‘El poliamor is the new black’).
El caso es que, quienes venimos de relaciones de pareja supuestamente monógamas y basadas en el control y la represión de otros deseos y afectos, hemos intentado incorporar estos aprendizajes de una forma un tanto atolondrada. Hemos crecido escuchando que ser infiel de pensamiento es igualmente pecado o que si te masturbas teniendo pareja (especialmente si eres mujer) es porque ésta no te da todo lo que necesitas. Hemos aprendido que todo ejercicio de autonomía sexual es una amenaza y toda ausencia de celos resulta sospechoso. Y con esos mimbres nos hemos esforzado por acostumbrarnos a relacionarnos con la otra pareja de nuestro amor. Pues estaba complicado.
Recientemente una compañera subía a Instagram una página de fanzine que declaraba que “el poliamor es una mierda”, con su dibujito de chorongo sonriente rodeado de moscas. Yo misma he afirmado en mis desahogos con amigas que mejor los cuernos de toda la vida, porque una se desgasta en esto de hablar y negociar, para que luego las traiciones sean bastante parecidas al adulterio. Fracasar en el intento de tener más de una pareja o de acostarse con otras personas sin ocultarlo a la pareja y echarle la culpa a la moda del poliamor es tendencia al menos en mi entorno. ¿La solución pasa por tirar la toalla y volver al modelo que limitaba nuestra capacidad de desear y de amar? No, pero nadie dijo que fuera fácil. No bastaba con leer y subrayar ‘Ética promiscua’ para aprender a convivir con los celos y desprendernos de la culpa.
Hemos pasado unos años atrapadas en esa dicotomía monogamia vs. poliamor; lo malo conocido vs. a por lo bueno a trancas y barrancas. Pero, leyendo a las compañeras que participan en el reportaje de hoy de Marta Borraz, creo que hemos salido de ese atolladero. Cuestionar el pensamiento monógamo no se traduce en convertir el poliamor en obligación (¿sólo tienes una pareja y sólo follas con ella? Uhhh, ¡qué antigua!) sino en practicar un modelo horizontal y rico en el que nos nutrimos de afectos distintos. Brigitte Vasallo habla de rizomas, de campos de patatas. A mí también me ha gustado la metáfora de las mandarinas que he conocido a través de Queer Avengers: la pareja es un gajo en nuestras vidas, pero tenemos más gajos, como las amistades, las aficiones, la vida profesional, la familia… Perder un gajo no es el fin del mundo. Durante un tiempo será difícil no llorar eso de “sin ti no soy nada”, pero si me he tejido ese mando sólido de afectos, en seguida me sentiré arropada.
Me gusta la metáfora de la mandarina también para recoger alternativas a ese modelo en el que la pareja tiene que cubrir todas nuestras necesidades afectivas, vitales e incluso logísticas. En la mandarina de Andrea Momoitio, las amigas ocupan muchos gajos. Ella propone en su blog que aumentando la intimidad y el compromiso entre amigas, liberaremos a las eventuales parejas de la presión de responder a nuestras necesidades. En la mandarina de algunas personas habrá varios gajos dedicados a relaciones de pareja paralelas, a amantes, a amistades con derecho a roce… Algunas personas necesitarán jerarquizar esas relaciones y otras tratarán de aplicar el concepto de anarquía relacional. Otras sentimos que con un gajo va que chuta: nuestra vida está tan llena de proyectos y de afectos de otro tipo que no tenemos energía ni deseo de enamorarnos de más personas. Pero se trata de una decisión consciente, de haber escuchado en qué momento estamos y saber que podemos cambiar de acuerdo.
El artículo de Coral hoy en Pikara es optimista, celebra que seamos cada vez más las personas que abogamos por ese “amor compañero” que, tanto en el caso de la pareja como de las amistades, consiste en “disfrutar, de acompañarse, de pasarlo bien, de darse calorcito humano, de reírse mucho, de conversar rico, de compartir placeres, de crecer juntos, de cuidarse mutuamente”, el rato o los ratitos que queramos.
Me he alegrado mucho leyéndola porque eso es lo que llevaba yo rumiando últimamente. No se trata de saltar de la monogamia al poliamor sin paracaídas, no hay atajos para alcanzar El Dorado de la evolución emocional en el que seamos capaces de amarnos de forma libre y honesta. Entre la autoexigencia de aprender abruptamente a movernos como pez en el agua de la anarquía relacional y la vuelta resignada a “la mierda de siempre”, hay un camino largo, pedregoso pero tranquilo: ir dando pasitos para ampliar nuestra red de afectos y potenciar los cuidados (incluido el autocuidado), para tejer en colectivo una nueva cultura afectiva rica y diversa.
Más allá de los procesos de cada quien, creo que podemos empezar por normalizar y visibilizar esa diversidad que ya existe. Como decían Lucas Platero y Fefa Vila en un artículo que podéis leer en el tercer anuario de Pikara en papel, ya existen personas que viven en estructuras sentimentales y familiares distintas a las convencionales y que topan con la desprotección de un Estado que impone un modelo único. Ya existen personas que han roto con la monogamia pero están en el armario, porque a ver quién es la guapa que explica a la familia que, además de la pareja oficial, tiene otra relación estable y amantes. Ya hay personas que desligan amor romántico, convivencia y crianza. Que viven con amistades, que crían en comunidad, que envejecen en comunidad.
Si esas alternativas de vida dejasen de topar con incomprensión social y fueran reconocidas, podríamos resquebrajas ese guion de película Disney que tanto criticamos cada 14 de febrero. Por lo pronto, yo que soy una romántica, siento que hemos avanzado algo: este San Valentín hemos pasado de cagarnos en el amor (monógamo o poliamoroso) a celebrar nuestra inmensa capacidad de querer bien y ser bien queridas.
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