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No se nace mujer, se parece

Si naces con vagina estás jodida. Aquí y allá. Dijo Simone de Beauvoir que las mujeres no nacemos mujeres sino que nos construimos así en el camino. Me imagino que ella trataba de explicar que los genitales son una pista para que nos comportemos de una determinada manera. Esa manera cambia con el tiempo. A veces, ser mujer significa abnegación. Luego, llega cierta corriente política y ser mujer empieza a significar que tienes que ser madre abnegada, sí; pero también profesional de éxito y, cómo no, una tipa sexy. En fin, que ser mujer significa cosas distintas en cada momento histórico, en cada territorio, en cada cultura. Resultará sorprendente que, ahora, un adalid del feminismo como Lidia Falcón se cargue una consenso tan importante diciendo que las mujeres nacemos y punto, pero, vamos, que pronto será la historia, y no yo, quien le de un lugar en el mundo. El caso es que cuento esto porque parece que las feministas estamos divididas por eso de la participación de las mujeres trans en “nuestro movimiento” aunque, en realidad, estamos divididas porque algunas son tránsfobas y otras no.

Un día, pegué a un crío. Yo también era una cría, así que lo que podría parecer un delito es una simple anécdota. Salía de casa con una amiga y el muy imbécil gritó “maricón” antes de esconderse. Fuimos a por él y le pegamos un tortazo. Me daba miedo que su madre pidiera explicaciones a la mía, así que lo conté en casa y no recibí ningún reproche. Bueno, quizá sí que me dijeron algo, pero no lo recuerdo. Es la primera acción de autodefensa de la que soy consciente, pero, luego, hemos vivido muchas más. Juntas y por separado, me imagino. Nada nuevo para las mujeres, que hemos crecido sabiendo que en cualquier momento podíamos ser agredidas por cualquier tipo que no tuviera nada mejor que hacer en este momento. Porque pueden y punto. Mi amiga es una mujer trans y, como todas, ha tenido que enfrentarse al odio de una sociedad que llama “no entender” a la violencia. Yo pensaba que el mundo siempre había así una mierda para las personas trans porque la educación que he recibido nunca ha tenido en cuenta otras cosmovisiones. Por eso, estoy entusiasmada con una historia que hemos contado en Pikara Magazine hace poco. Resulta que el pueblo mojave, un pueblo indígena norteamericano, cuenta con rituales de aceptación para las personas trans. A las mujeres trans se refieren como “Alyha” y a los hombres trans les llaman “Hwame”. Entendiendo, me imagino, la importancia de lo simbólico, el pueblo mojave cuenta con tradiciones específicas para que las personas trans sientan el reconocimiento de su pueblo. Las mujeres trans eran consideradas como tal desde que bailaban como bailaban las mujeres cis (las que no son trans) de su cultura; al encontrar marido, simulan tener la menstruación. Más adelante, además, “con el fin de performar un embarazo, la ”alyha“ introducían trapos en su camiseta y, para cuando le hubiera tocado parir, tomaba una decocción de estreñimiento. Al cabo de uno o dos días de dolores estomacales, cavaba un agujero donde defecaba en posición de dar a luz. Las heces eran tratadas como un recién nacido fallecido y la pareja se recogía el pelo en una señal típica de luto”. Todo esto lo cuenta Serena Nanda en su libro Gender Diversity: Crosscultural Variations, que creo que no está traducido al castellano.

Me emociono cada vez que lo leo porque si bien me preocupan todas las formas de violencia que aún sufrimos, más me preocupa que el movimiento feminista no esté siendo siempre el espacio para imaginar vidas libres de violencias que a mí me gustaría para las personas trans. Últimamente se suceden los comentarios y las polémicas que evidencian que no todas estamos dispuestas a construir un mundo más habitable para todas nosotras. TODAS NOSOTRAS. La última polémica parte del ideario que se ha publicado del Partido Socialista, que recoge, no podemos negarlo, el sentir de una parte importante del movimiento feminista. Parten de una obviedad (nacer con vulva nos pone en una situación de vulnerabilidad evidente en todo el mundo) para negar la existencia de las mujeres trans. Y no, no puede asumirse un discurso así o, al menos, muchas de nosotras no estamos dispuestas a que nos reconozcan en esas palabras.

Y vamos a ir poco a poco porque esto es complejo y no todo el mundo tiene asumidos ciertos conceptos que sí tenemos asumidos las feministas. En la especie humana hay infinidad de formas corporales, pero podemos distinguir, a grandes rasgos, entre cuerpos con vulva y cuerpos con pene. Eso sí, sin dejar de reconocer por esto que hay muchas otras formas de corporalidad entre esas dos y, sobre todo, que ninguna de ellas puede considerarse ni anormal ni errónea. Cada uno de esos cuerpos, desde el mismo momento en el que nacemos, recibe una educación muy específica. Una educación y unas expectativas, claro. A las niñas se nos trata con más delicadeza, por ejemplo, esperando que lo seamos nosotras también. Se nos agujerean las orejas para distinguirnos de los niños. Se nos ponen a jugar con muñecas y a las cocinitas. Se nos pide que elijamos a nuestro novio en la guardería y nos inculcan unos valores que buscan despertar un instinto que, por aprendido, deja de serlo. A partir de una forma de educación muy concreta, nosotras nos construimos de una manera determinada. A esos patrones culturales es a lo que llamamos ‘género’, lo que determina qué significa ser mujer y qué significa ser hombre.

El género es una construcción social y, sorpresa, en esto estamos de acuerdo todas las feministas. Eso sí, eso no significa que sea fácilmente deconstruible, ni muchísimo menos. Si así fuera, con arrancarnos los pendientes, con quemar sujetadores o tirar todos los zapatos de tacón ya habríamos acabado con el patriarcado. Y muchas de esas excompañeras que braman en los púlpitos contra las personas trans llevan agujereadas sus orejas y el patriarcado en sus tacones. El ‘género’ es una construcción social que sufrimos todas, pero que no podemos quitarnos de encima tan fácilmente, que nos configura como personas y sociedad; que nos delimita y nos sitúa; que nos abre y nos cierra puertas; que nos permite ser y nos evita serlo.

Nos sitúa de una manera muy concreta en el mundo, pero no es menos cierto que esas construcciones sociales asociadas a esa cuestión biológica, la vulva, cambian con cada tiempo y cada cultura. Dice Lidia Falcón que las mujeres no nos hacemos sino que somos y punto. Contradice así a la mismísima Simone de Beauvoir con su famoso: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Pero, perdonadme el atrevimiento, las dos se equivocan: las mujeres ni nos hacemos ni nacemos mujeres, lo parecemos. Por eso, las bolleras somos violentadas. Porque no parecemos mujeres de verdad (Guiño a Wittig). Por eso, las maricas son violentadas porque parecen mujeres, pero no llegan a serlo. Por eso, las mujeres trans son violentadas también: a veces porque parecen mujeres y, otras veces, porque no llegan a parecerlo. Por eso, los hombres trans, cuando se evidencian, son rechazados. Nadie sirve si deserta y somos muchas las que decidimos hacerlo. Las tipas cis que decidimos follar con otras tipas; las trans que presumen de sus pollas; los trans que reivindican sus coños y sus úteros; las maricas que plumean, las bolleras que se exhiben. Todas las raritas vamos a una y en nuestra barca (de mierda) no caben aquellas que nos hacen elegir a quién salvar.

Sigue el debate en Pikara Magazine:

La menstruación y embarazo trans en la Nación Mojave

La falacia del argumentario terf y la necesidad de feminismos interseccionales

 

Si naces con vagina estás jodida. Aquí y allá. Dijo Simone de Beauvoir que las mujeres no nacemos mujeres sino que nos construimos así en el camino. Me imagino que ella trataba de explicar que los genitales son una pista para que nos comportemos de una determinada manera. Esa manera cambia con el tiempo. A veces, ser mujer significa abnegación. Luego, llega cierta corriente política y ser mujer empieza a significar que tienes que ser madre abnegada, sí; pero también profesional de éxito y, cómo no, una tipa sexy. En fin, que ser mujer significa cosas distintas en cada momento histórico, en cada territorio, en cada cultura. Resultará sorprendente que, ahora, un adalid del feminismo como Lidia Falcón se cargue una consenso tan importante diciendo que las mujeres nacemos y punto, pero, vamos, que pronto será la historia, y no yo, quien le de un lugar en el mundo. El caso es que cuento esto porque parece que las feministas estamos divididas por eso de la participación de las mujeres trans en “nuestro movimiento” aunque, en realidad, estamos divididas porque algunas son tránsfobas y otras no.

Un día, pegué a un crío. Yo también era una cría, así que lo que podría parecer un delito es una simple anécdota. Salía de casa con una amiga y el muy imbécil gritó “maricón” antes de esconderse. Fuimos a por él y le pegamos un tortazo. Me daba miedo que su madre pidiera explicaciones a la mía, así que lo conté en casa y no recibí ningún reproche. Bueno, quizá sí que me dijeron algo, pero no lo recuerdo. Es la primera acción de autodefensa de la que soy consciente, pero, luego, hemos vivido muchas más. Juntas y por separado, me imagino. Nada nuevo para las mujeres, que hemos crecido sabiendo que en cualquier momento podíamos ser agredidas por cualquier tipo que no tuviera nada mejor que hacer en este momento. Porque pueden y punto. Mi amiga es una mujer trans y, como todas, ha tenido que enfrentarse al odio de una sociedad que llama “no entender” a la violencia. Yo pensaba que el mundo siempre había así una mierda para las personas trans porque la educación que he recibido nunca ha tenido en cuenta otras cosmovisiones. Por eso, estoy entusiasmada con una historia que hemos contado en Pikara Magazine hace poco. Resulta que el pueblo mojave, un pueblo indígena norteamericano, cuenta con rituales de aceptación para las personas trans. A las mujeres trans se refieren como “Alyha” y a los hombres trans les llaman “Hwame”. Entendiendo, me imagino, la importancia de lo simbólico, el pueblo mojave cuenta con tradiciones específicas para que las personas trans sientan el reconocimiento de su pueblo. Las mujeres trans eran consideradas como tal desde que bailaban como bailaban las mujeres cis (las que no son trans) de su cultura; al encontrar marido, simulan tener la menstruación. Más adelante, además, “con el fin de performar un embarazo, la ”alyha“ introducían trapos en su camiseta y, para cuando le hubiera tocado parir, tomaba una decocción de estreñimiento. Al cabo de uno o dos días de dolores estomacales, cavaba un agujero donde defecaba en posición de dar a luz. Las heces eran tratadas como un recién nacido fallecido y la pareja se recogía el pelo en una señal típica de luto”. Todo esto lo cuenta Serena Nanda en su libro Gender Diversity: Crosscultural Variations, que creo que no está traducido al castellano.