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Por qué no tenemos que dejar de seguir a Lucía Etxebarria

20 de enero de 2021 22:58 h

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En Pikara Magazine llevamos 10 años sorteando polémicas. Han sido tantas que, de verdad, podríamos rifar alguna los lunes, el día que enviamos un boletín con productos para sortear entre nuestras suscriptoras. La primera creo que fue cuando publicamos ‘Tetas y toros’, un artículo de Emilia Arias sobre abusos sexuales en San Fermín; poco después llegaron los vídeos de Alicia Murillo, que indignaron a hordas de machirulos; tuvimos también bastantes grescas por publicar un artículo en contra de la lactancia materna de Beatriz Gimeno; con cada alusión a la prostitución en términos de “trabajo sexual” se ha montado la Marimorena; una vez se lio parda porque en un tuit podía parecer que estábamos en contra de la epidural y nunca olvidaremos aquel memorable día en el que publicamos una entrevista con Amarna Miller. Hemos recibido decenas de correos electrónicos de nuestras suscriptoras pidiendo que retiremos artículos o que rectifiquemos algunas afirmaciones; las abolicionistas nos han acusado de promover el proxenetismo; las feministas que están a favor de la regulación de la prostitución nos han insinuado que no nos mojamos suficiente en el debate; más de lo mismo con los vientres de alquiler. Podéis imaginar todas las veces que hemos decepcionado a alguien a lo largo de 10 años: lo que hemos dicho y lo que hemos dejado de decir, las entrevistas que hemos publicado y las que nos han faltado por hacer, los enfoques que hemos presentado y los que han quedado fuera. No voy a decir que ya no nos afectan las polémicas. En mi caso, de hecho, me agarra una angustia brutal cada vez que siento que nos atacan, pero también es cierto que, de alguna manera, hemos normalizado estar en el ojo del huracán. Es lo que hay, ni más ni menos.

Últimamente, sin embargo, no puedo más que observar atónita una nueva tendencia: mensajes de seguidoras de la revista que nos piden que dejemos de seguir en redes sociales a determinadas personas. Lucía Etxebarria, entre ellas. Vaya por delante que, a pesar del inevitable cariño que tengo a Beatriz y los cuerpos celestes, me horroriza el discurso actual de la escritora y, sobre todo, el escarnio contra una tuitera trans en Twitter en el que ha participado activamente. Por cierto, hace años publicamos una entrevista con ella que tuvo bastante éxito. A pesar del estupor que me producen algunos discursos, peticiones tan expresas por parte de nuestras lectoras me dejan helada. No sé si tiene que ver con una polarización de los discursos que tiene mucho que ver con las dinámicas propias de las redes sociales o con que las personas que nos leen sienten una cercanía con el proyecto que les da pie a hacer esas críticas, pero, en cualquier caso, me preocupa. Somos periodistas y, al margen de nuestras opiniones personales sobre algunas cuestiones, tenemos tan claro dónde están los límites entre la libertad de expresión y del odio, como que tratar de aportar enfoques plurales a nuestro trabajo es imprescindible. No quiero pecar de naif, por supuesto. No me interesa lo más mínimo ser altavoz de la violencia, pero creo que tenemos la obligación moral y política de denunciarlo; y la obligación periodística de seguir de cerca de las personas que generan discurso público aunque sea radicalmente opuesto al nuestro.

Me preocupa que creamos que los discursos con los que no estamos de acuerdo tienen, simplemente, que silenciarse. Me preocupa que nuestra argumentación contra la transfobia se limite a derribar dejando a un lado la construcción colectiva de pensamiento, la acción y la lucha política que nos permitan ganar esta batalla discursiva que cada vez es más violenta con las personas trans. En Pikara Magazine lo tenemos claro: no cabe la transfobia, pero si caben, por ejemplo, los debates reposados sobre cualquier ley. 

Al margen de todo esto, me preocupa también cómo los medios de comunicación en la actualidad, sobre todo los que queremos hacer de las suscripciones nuestra principal fuente de ingresos, nos encontramos expuestos a las opiniones de una comunidad de personas lectoras que no siempre valoran la pluralidad ni la diversidad. En nuestro caso, que apenas tenemos ingresos por publicidad, por ejemplo, miramos con cierto miedo los comentarios de nuestras suscriptoras temerosas de fallarles, de no escribir exactamente lo que quieren leer. Insisto en algo que ya dije cuando tuvimos que explicar por qué entrevistamos a una actriz porno en la revista: si estás de acuerdo con todo lo que lees en un medio de comunicación, probablemente estés ante un panfleto político. No tienen nada de malo, por supuesto, ese tipo de publicaciones. Sólo faltaba. Cada colectivo, cada grupo político, tiene todo el derecho del mundo para crear los órganos de difusión que considere más oportuno para promover sus ideas. Eso, sin embargo, no tiene nada de periodismo aunque compartan ciertas técnicas o formatos.

No podemos prometer que os vaya a gustar todo lo que publicamos. Es más: a mí no me gusta todo lo que hemos publicado en esta década. Estaría bueno. Estaría mal hecho.

En Pikara Magazine llevamos 10 años sorteando polémicas. Han sido tantas que, de verdad, podríamos rifar alguna los lunes, el día que enviamos un boletín con productos para sortear entre nuestras suscriptoras. La primera creo que fue cuando publicamos ‘Tetas y toros’, un artículo de Emilia Arias sobre abusos sexuales en San Fermín; poco después llegaron los vídeos de Alicia Murillo, que indignaron a hordas de machirulos; tuvimos también bastantes grescas por publicar un artículo en contra de la lactancia materna de Beatriz Gimeno; con cada alusión a la prostitución en términos de “trabajo sexual” se ha montado la Marimorena; una vez se lio parda porque en un tuit podía parecer que estábamos en contra de la epidural y nunca olvidaremos aquel memorable día en el que publicamos una entrevista con Amarna Miller. Hemos recibido decenas de correos electrónicos de nuestras suscriptoras pidiendo que retiremos artículos o que rectifiquemos algunas afirmaciones; las abolicionistas nos han acusado de promover el proxenetismo; las feministas que están a favor de la regulación de la prostitución nos han insinuado que no nos mojamos suficiente en el debate; más de lo mismo con los vientres de alquiler. Podéis imaginar todas las veces que hemos decepcionado a alguien a lo largo de 10 años: lo que hemos dicho y lo que hemos dejado de decir, las entrevistas que hemos publicado y las que nos han faltado por hacer, los enfoques que hemos presentado y los que han quedado fuera. No voy a decir que ya no nos afectan las polémicas. En mi caso, de hecho, me agarra una angustia brutal cada vez que siento que nos atacan, pero también es cierto que, de alguna manera, hemos normalizado estar en el ojo del huracán. Es lo que hay, ni más ni menos.

Últimamente, sin embargo, no puedo más que observar atónita una nueva tendencia: mensajes de seguidoras de la revista que nos piden que dejemos de seguir en redes sociales a determinadas personas. Lucía Etxebarria, entre ellas. Vaya por delante que, a pesar del inevitable cariño que tengo a Beatriz y los cuerpos celestes, me horroriza el discurso actual de la escritora y, sobre todo, el escarnio contra una tuitera trans en Twitter en el que ha participado activamente. Por cierto, hace años publicamos una entrevista con ella que tuvo bastante éxito. A pesar del estupor que me producen algunos discursos, peticiones tan expresas por parte de nuestras lectoras me dejan helada. No sé si tiene que ver con una polarización de los discursos que tiene mucho que ver con las dinámicas propias de las redes sociales o con que las personas que nos leen sienten una cercanía con el proyecto que les da pie a hacer esas críticas, pero, en cualquier caso, me preocupa. Somos periodistas y, al margen de nuestras opiniones personales sobre algunas cuestiones, tenemos tan claro dónde están los límites entre la libertad de expresión y del odio, como que tratar de aportar enfoques plurales a nuestro trabajo es imprescindible. No quiero pecar de naif, por supuesto. No me interesa lo más mínimo ser altavoz de la violencia, pero creo que tenemos la obligación moral y política de denunciarlo; y la obligación periodística de seguir de cerca de las personas que generan discurso público aunque sea radicalmente opuesto al nuestro.