Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Hablemos de la ley trans
Era el año 2014. Judith Butler pasaba unos días por el Estado y una colaboradora de Pikara Magazine decidió darle un carnet de la revista –entonces repartíamos carnets de feministas, sí (nótese la ironía)–. Días después la autora norteamericana escribió para decir que no quería colaborar con un medio tránsfobo y que, por favor, se retirara la foto en la que posaba con la tarjetita.
A quienes sigan de cerca Pikara Magazine, y si además están al tanto del debate sobre la ley de las personas trans –o más bien, del despropósito de insultos y desacreditaciones en que ha desembocado–, esta afirmación de Butler les puede sorprender. Sobre todo porque si de algo se acusa a esta revista desde ciertos sectores feministas es de ser antifeminista y misógina por considerar que las mujeres trans son sujetos políticos del movimiento. Porque no cuestionamos que las mujeres trans sean mujeres.
Digo esto porque creo que es la primera vez que desde Pikara Magazine y ante un debate feminista de este tipo podemos considerar una postura concreta como editorial, es decir, compartida por todas las que trabajamos aquí. Y aun así hubo un momento en que hasta Butler tachó a Pikara de medio tránsfobo –esta acusación nos ha llegado más veces desde otras personas, por publicar, por ejemplo, fotos en que se hacía el gesto feminista del triángulo con las manos, que para algunas es un útero, para otras, un triángulo invertido–. Según intuyeron mis compañeras por entonces, la crítica de Butler se debía a que se había publicado este artículo en el que se defendía que los menores trans no fueran sometidos a ciertas prácticas médicas como la hormonación. Algo que, por cierto, deja caer también Belén en esta entrevista cuando habla de que empezó a hormonarse a los 16 años, argumento en el que Lidia Falcón también se ampara para sustentar su transfobia, como si fuera exclusivo de su ala feminista. En fin, que el artículo de 'El sexo sentido' había originado un aluvión de críticas y las pikaras supusieron –en ese momento yo no formaba parte del equipo– que le habrían llegado a la Butler.
Introduzco así este artículo porque quiero defender al menos una idea: que Pikara Magazine es una revista de periodismo y debate feminista y que, como tal, ha publicado y promovido ideas diversas, a veces enfrentadas. Y que, aun así, no admitimos debate en cuanto a que las mujeres trans son eso, mujeres. Y lo digo también porque, a partir de aquí, unas en Pikara Magazine consideraremos que hay cosas que se pueden debatir y otras que no. Yo en concreto creo que lo que debe someterse a debate es la legislación que regule el cambio de registro de género y/o sexo –no digo que este debate me competa a mí, sino que entiendo que se dé– y no la naturaleza de las personas que transitan ni su derecho a hacerlo sin que suponga un estigma.
Eso es lo mismo que se promete en este artículo, hablar de la legislación, aunque la discusión se enturbia con otras cuestiones. Se habla de que el sexo es real como si el transfeminismo lo negara, cuando lo que hace es cuestionar cuál es el concepto de sexo que se utiliza, o cómo se lee el sexo. De hecho, hay estudios científicos que apuntan a que el sexo es un espectro, como también se puede leer aquí. En el artículo citado, sin embargo, se asegura que, al ser el sexo “real”, es decir, se es macho o hembra, este no atenta contra ningún derecho –obviando que esta concepción binaria del sexo como realidad biológica inquebrantable atenta contra el derecho de las personas trans a despatologizar su condición, que es justo lo que la ley pretende–. Se habla de las afirmaciones de J.K. Rowling, que nada tienen que ver, de nuevo, con la ley. Se afirma que, desde el transinclusivimo, se ha llegado “a considerar transfóbico explicar a las niñas que cuando llegan a la pubertad, menstrúan”. ¿Quién ha dicho eso y en qué contexto? ¿Es esta afirmación un punto fuerte de la argumentación transfeminista? ¿Qué tiene que ver, de nuevo, con el texto legal? Se habla de lo insólito –estoy de acuerdo– que fue que se censurara 'Monólogos de la vagina', obra que se prohibió en la Universidad de Michigan por considerarla sensible para las mujeres con pene; pero, de nuevo, repetir una y otra vez este hecho no responde al debate sobre la ley. Es más, incluso se acepta en el propio artículo que hay personas trans a quienes aquella censura les suena “marciana”. ¿Por qué, entonces, se le otorga categoría de argumento sólido?
Si hay algo que me molesta especialmente cuando hay debates –lo mismo da entre izquierda-derecha, feminismo transinclusivo y feminismo transexcluyente, izquierdas de distinto corte, abolicionismo-regulacionismo, velo sí-velo no, o cualquiera de los debates enconados que se enardecen especialmente en Twitter, plaza-cadalso donde ajusticiar a quien sea–, es que se presuponga que la parte oponente, o no ha entendido bien las cosas, o es ignorante o está directamente alienada por el neoliberalismo postmoderno. Y así, se niega el debate –si no se pasa al insulto y la acusación directa– o no se acepta que el enfrentamiento a veces es irresoluble, esperando siempre que la luz de Nuestra Verdad ilumine al de enfrente mientras se le mira con condescendencia: “Ya entenderá. Y si no, nosotras seguiremos resistiendo, porque si no, lo postmo nos comerá, financiado por los grandes lobbys de derechas del mundo”. Entiendo los argumentos que se dan en el artículo citado, y hasta comparto algunos de ellos. Estoy de acuerdo con que la categoría mujer tiene articulación política. Pero no comparto que esa categoría dependa solo de menstruar, tener vagina y poder dar a luz. Entiendo también que existen genitales diferenciados, no niego esa realidad ni digo que pueda ser performativa, es decir, que dependa de lo que alguien diga o deje de decir –crítica que se hace a las teorías queer–, sino que cuestiono que la lectura que ellas defienden sobre qué es el sexo sea La Realidad Biológica, y que solo sea maleable y social el constructo del género.
Entiendo también que cambiar la legislación en este sentido puede traer algunas complicaciones. Y entiendo el miedo, pero no podemos basar nuestras políticas en él. A las complicaciones habrá que hacerles frente desde otro lado, el lado de las compañeras trans.
Y lo que en ningún caso entiendo es que se niegue la realidad de una minoría oprimida –porque esta minoría existe, incluso desde antes de que llegara la postmodernidad, como se puede leer aquí, aquí o aquí–. Así que citar a mujeres que niegan esta realidad, hacen mofa de ella y defenderlas como garantes de la Verdad y víctimas del linchamiento de la Curia Misógina Mundial (de nuevo, es ironía, no existe, no vaya a ser que algunas la busquen), me parece, eso sí, transfobia.
Tampoco puedo coincidir con que la respuesta sea la de parar una ley que despatologice esta condición sin dar otra alternativa que la de enrocarnos en que se nos borra a las mujeres. Considero que si la ley tiene aspectos de los que deberíamos preocuparnos, no podemos salvarlos asumiendo como un mal menor la opresión a las personas trans. Señalar problemas concretos que se han dado en otros lugares como consecuencia de legislaciones similares puede ser pertinente, porque debemos estar alerta. Estaría bien añadir, si lo que queremos es informar a la sociedad desde un periodismo responsable, que ya existen legislaciones en este sentido en el Estado, como la de País Vasco o Extremadura. Y, de momento, las mujeres no hemos sido borradas de ningún sitio. O al menos, no más que antes de que se aprobaran.
Un periodismo responsable, como el que se pide en el artículo, no debe eludir los debates de calado social y mucho menos por miedo a la censura, sí. Por eso escribo esto, a pesar de mi temor a ser linchada o desacreditada. Así que hablemos, pero hablemos de la ley, de cómo puede mejorar las condiciones de vida de las personas trans, de lo que conlleva. Demos espacio, en el movimiento feminista, a estos debates sin trincheras ideológicas, sin insultos, burlas y hostigamiento. Y, sobre todo, sin asumir que la libertad de unas tiene que construirse sobre la opresión de otras, ya de por sí, más oprimidas.
Era el año 2014. Judith Butler pasaba unos días por el Estado y una colaboradora de Pikara Magazine decidió darle un carnet de la revista –entonces repartíamos carnets de feministas, sí (nótese la ironía)–. Días después la autora norteamericana escribió para decir que no quería colaborar con un medio tránsfobo y que, por favor, se retirara la foto en la que posaba con la tarjetita.
A quienes sigan de cerca Pikara Magazine, y si además están al tanto del debate sobre la ley de las personas trans –o más bien, del despropósito de insultos y desacreditaciones en que ha desembocado–, esta afirmación de Butler les puede sorprender. Sobre todo porque si de algo se acusa a esta revista desde ciertos sectores feministas es de ser antifeminista y misógina por considerar que las mujeres trans son sujetos políticos del movimiento. Porque no cuestionamos que las mujeres trans sean mujeres.