Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Las señoras del macramé
Desde que en Pikara Magazine alquilamos un local a pie de calle para establecer nuestra redacción, recibimos frecuentemente visitas que nos alegran el alma. La semana pasada hubo dos muy distintas e igualmente emocionantes. Elías Knörr, poeta gallego de origen e islandés de adopción, vino a preguntarnos referencias de literatura queer en euskera, y nos regaló una sobrecogedora actuación.
Dos días después, la redacción se llenó de representantes de las asociaciones de mujeres, como una actividad del Foro de Igualdad que dinamiza la Diputación de Bizkaia. Treinta y pico mujeres, la mayoría mayores de 60 años, nos preguntaron con mucha curiosidad sobre nuestro proyecto, hojearon con avidez nuestras revistas en papel y les vendimos unos cuantos ejemplares: “Os he conocido por mi hija, que es feminista y os sigue mucho”. “Quiero regalárselo a mi nieta, a ver si espabila, que la veo muy atontá”. “Yo ya tengo toda la colección; la primera me la regaló mi marido”. Varias se comprometieron también a proponer a su asociación hacerse colectivo amigo de Pikara. Las mujeres del grupo de teatro Diz-Diz de Mungia —el pueblo en el que estudié secundaria e hice vida hasta los 22 años— nos contaron que cada 8 de marzo hacen una lectura dramatizada del testimonio de una sobreviviente de violencia machista publicado en nuestra sección de libre publicación, en 2011.
No es la primera vez, ni la última, que prejuzgo la reacción de las mujeres mayores hacia lo que hago. Hace unas semanas me invitaron a clubs de lectura de pueblos pequeños de Bizkaia, para comentar con sus asistentes —también mujeres mayores de 60 años— mi libro de periodismo narrativo sobre disidencias corporales, sexuales y de género, 10 ingobernables. ¿Lo habrán entendido? ¿Les habrá escandalizado? ¿Les habrá parecido una marcianada? Esas preguntas entrañan un cuestionamiento a su capacidad intelectual, el prejuicio de que las mujeres mayores son conservadoras y que las disidencias corporales, sexuales y de género son ajenas a su universo. Las respuestas fueron muy distintas: agradecían haber aprendido mucho, tanto de realidades que no conocían, como la intersexualidad, como de realidades que reconocían en su día a día, como la gordofobia. La que más resistencias mostró, me contó después que lo está pasando mal porque su hija acaba de tener un bebé con su pareja mujer, y está asistiendo al peso del heterosexismo sobre las familias homoparentales.
Me acordé entonces de la columna del escritor Ander Izagirre en El Diario Vasco titulada ‘Señoras’. Empezaba recriminando a un crítico cultural que tuitease con sorna sobre la escena de unas señoras mayores haciendo cola para ver una película sobre el colonialismo en África. A partir de su experiencia dando una charla en una asociación de personas mayores, Izagirre sacaba la siguiente conclusión-lección: “No conozco ningún público más interesado, activo y exigente que estos señores y estas señoras, sea cual sea el tema, y me apunto su lección discreta: prejuzgar poco, preguntar mucho”.
Pese a que la sororidad es, a priori, uno de los principios básicos del feminismo, este movimiento social tampoco está exento de incurrir en la desvalorización de las mujeres mayores. Entre nuestros referentes teóricos, políticos y vitales hay mujeres septuagenarias y octogenarias como Silvia Federici, Dolores Juliano, Angela Davis o Lidia Falcón. Mujeres con una trayectoria política y académica reconocida. ¿Pero cómo percibimos a las mujeres mayores sin currículum conocido? ¿A las amas de casa, a las viudas, a las mujeres rurales? ¿Qué sabemos de la actividad de sus asociaciones y qué valor le damos?
Más de una vez he escuchado a feministas referirse a las mujeres de asociaciones socioculturales, con cierto desdén o al menos condescendencia, como “las del macramé”. En ese sambenito subyace la idea de que, mientras los colectivos feministas hacen política, estas otras asociaciones se limitan a poco más que organizar cursillos de costura. Las periodistas feministas cuestionamos la tendencia dentro de los medios de jerarquizar entre secciones duras (política, economía, internacional) y blandas (sociedad y cultura). Lo duro se relaciona con el poder, político y simbólico; lo blando es lo accesorio, de segundo orden. En coherencia, sería interesante cuestionar también qué actividades sociales gozan de prestigio, qué entendemos por activismo o por militancia. Habrá quien diga que reunirse a hacer macramé o teatro no es política sino ocio. ¿Aplicamos entonces la misma vara de medir a un colectivo cuya principal actividad sea organizar fiestas transfeministas?
No me interesa ahora entrar en el denso debate sobre qué es político y qué no, qué es transformador y qué no, qué es transgresor y qué no. Por lo pronto, quiero expresar esa inquietud y reconocer mi ignorancia y mi falta de conexión con lo que se mueve en esas asociaciones.
¿A cuántas mujeres les ha cambiado la vida reunirse con otras mujeres de su pueblo? ¿Qué impacto ha tenido ese empoderamiento en sus familias y en sus barrios? ¿Sabemos cómo intervienen cuando identifican que una mujer de la asociación vive una situación de maltrato? ¿Qué mandatos sociales desobedecen? ¿Hay suficiente diálogo y reconocimiento mutuo entre ellas y las feministas jóvenes de su pueblo? ¿Son muy distintas las agendas de unas y de otras; se podrían enriquecer mutuamente? Siempre recuerdo a una señora que, en una presentación de Pikara en papel, me dijo que estaba muy interesante todo lo que contaba sobre sexualidad o identidades, pero que su principal preocupación era cómo sostener a su familia con un hijo desempleado de larga duración.
Estamos preparando el próximo anuario de Pikara en papel y, si en el número 5 el tema motor era el juego, en el número 6, bajo el lema #TejerSinPatrón, hablamos no sólo de la importancia de las redes sino también de la transmisión de saberes y el reconocimiento a los conocimientos despreciados en la cultura patriarcal. Vane Calero Blanco y Yasmina Elhamdi García argumentaron en un artículo por qué el ganchillo “es una práctica subversiva por sí misma. Una técnica que en su aparente sencillez esconde dominio de las matemáticas, además de memoria, historia, tradición y cuidado”. El ganchillo, los bolillos, el punto de cruz, la cestería, son parte de nuestro patrimonio cultural, que se empobrece y se pierde debido a esa desvalorización. La práctica de tejer en grupo ha sido tradicionalmente un espacio en el que las mujeres compartían y tramaban mucho más.
Cuando se me ocurrió escribir este artículo, caí en la cuenta de que ni siquiera tengo muy claro qué es el macramé. Lo busqué en Google. También volví a sentir pesar por no haber llegado a aprender a hacer punto con mi abuela. De niña sólo alcancé a tejer un pareo para la Barbie. Luego me hice feminista y cambié de intereses. Pero bueno, nunca es tarde.
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Y, sobre todo, encarga ya tu número 6 de Pikara en papel.
Desde que en Pikara Magazine alquilamos un local a pie de calle para establecer nuestra redacción, recibimos frecuentemente visitas que nos alegran el alma. La semana pasada hubo dos muy distintas e igualmente emocionantes. Elías Knörr, poeta gallego de origen e islandés de adopción, vino a preguntarnos referencias de literatura queer en euskera, y nos regaló una sobrecogedora actuación.
Dos días después, la redacción se llenó de representantes de las asociaciones de mujeres, como una actividad del Foro de Igualdad que dinamiza la Diputación de Bizkaia. Treinta y pico mujeres, la mayoría mayores de 60 años, nos preguntaron con mucha curiosidad sobre nuestro proyecto, hojearon con avidez nuestras revistas en papel y les vendimos unos cuantos ejemplares: “Os he conocido por mi hija, que es feminista y os sigue mucho”. “Quiero regalárselo a mi nieta, a ver si espabila, que la veo muy atontá”. “Yo ya tengo toda la colección; la primera me la regaló mi marido”. Varias se comprometieron también a proponer a su asociación hacerse colectivo amigo de Pikara. Las mujeres del grupo de teatro Diz-Diz de Mungia —el pueblo en el que estudié secundaria e hice vida hasta los 22 años— nos contaron que cada 8 de marzo hacen una lectura dramatizada del testimonio de una sobreviviente de violencia machista publicado en nuestra sección de libre publicación, en 2011.