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Sobre este blog

Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Sálvame.
24 de marzo de 2021 22:29 h

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Cuando Carmina Ordóñez en noviembre del 2001 denuncio en Crónicas Marcianas que su expareja Ernesto Neyra le había dado una paliza que casi la mata, inició un periplo televisivo nada fácil para “La Divina”. La acusaron de mentirosa, de denunciar malos tratos por dinero y por notoriedad. Este viaje no benefició a Ordoñez cuya imagen estaba ya bastante deteriorada. Casi nadie la creyó y no despertó demasiadas simpatías en el feminismo por ser una mujer que procedía de ambiente muy machista, había flirteado en su juventud con la derecha más brutal y le gustaba mucho la juerga y vender exclusivas.

Pocos años antes, en 1997, Ana Orantes contaba su infierno como víctima de violencia de género en el talk show de Canal Sur De tarde en tarde. Días después su marido le prendía fuego. Orantes, a diferencia de Carmina Ordóñez, se ha convertido en un símbolo y un referente. Por ser la primera en denunciar públicamente y porque despertaba más simpatías por el modelo femenino que representaba. Podía haber sido tu madre o tu vecina. Tanto Ana Orantes como Carmina Ordóñez pagaron demasiado caro hacer público un problema que en aquellos años aún se consideraba como privado.

El domingo pasado el país entero escuchaba con el corazón en un puño el relato en primera persona de Rocío Carrasco. Rocío, contar la verdad para estar viva coincide en el tiempo con otro documental Nevenka (Netflix) que se centra en el testimonio de dos víctimas de violencia de género y violencia sexual. Ellas son las protagonistas absolutas. Ellas toman la voz. Sus verdugos ya llevan años hablando y nos conocemos de sobra sus argumentos. La hija de “la más grande” cuenta su historia mirando directamente a la cámara tras ser acusada durante muchos años de haber abandonado a su hija y a su hijo y de ser una mala madre. Carrasco se desnuda, se rompe, llora y cuenta su historia de supuesto maltrato sistemático. Es imposible no conmoverse y compartir su dolor.

Uno de los mayores dolores que hace público es que se le haya acusado de mala madre. No hay más que tirar de hemeroteca pare ver cómo se le ha criticado hasta la saciedad y la crueldad. Calificar a una mujer de mala madre es estigmatizarla. Pocos estigmas hay más violentos que el de mala madre, puta o víctima. No puedo evitar tener cierta empatía inmediata con toda mujer a la que se acusa de mala madre (sí, incluso por la Pantoja) y debo reconocer que siempre me ha fascinado la historia de Rocío Carrasco. Como hija de famosa y famoso ha sido carne de cañón de las revistas del corazón desde que nació. Recuerdo que dio una rueda de prensa para contar que estaba embarazada, recuerdo también cómo la perseguía la prensa y lo cruel que fue con ella. Tuvo una traumática separación, vivió la huida de su hija y un silencio largo y sepulcral durante muchos años.

El relato de Rocío Carrasco supone un antes y un después a escala televisiva, pero también social y políticamente. El paso adelante que ha dado, que va más allá de lo judicial, es una flecha que da en la diana de la empatía de la sociedad. Ella misma se reconoce como víctima y asume sus errores. Pocas cosas hay más valientes que definirse como tal para pulverizar el estigma y sensibilizar. Ha conseguido llegar a muchísima gente, ha conseguido remover conciencias y que mucha gente se haya revuelto al ver cómo la han juzgado como madre. Reivindicarse como mujer y ver cómo la han afectado las acusaciones de mala madre funciona como espejo. Nos devuelve y nos escupe toda la culpa y todos los juicios que lleva soportando año tras año. Y además, nos guste más o menos, su testimonio, con su historia familiar de saga folclórica llena de vicisitudes y ramificaciones, está visibilizando la violencia de género más que otros.

Hay algo muy relevante que quizá con todo el ruido mediático haya pasado desapercibido. Rocío no ha hecho ese programa para vengarse, lo ha hecho para terminar de curarse y seguir viva. Vale, es imposible no sentir cierta venganza cuasi bíblica en saber cómo vas a joder a tu ex, pero para ella no es lo más importante. Y esto rompe con la imagen de mala mujer que quiere buscar la ruina de su expareja.

¿Son los programas de televisión el lugar adecuado para denunciar violencia de género? En los tiempos de Carmina Ordóñez, el mantra era que esos problemas se resolvían en los juzgados y no en la tele. Como si fuera fácil denunciar, asumir el estigma, pasar a ser tutorizada y juzgada por un sistema judicial que no te protege. La respuesta ahora sería diferente.

El tono del documental de Rocío Carrasco, su contenido y su fondo son un producto muy elaborado, pensado y creado con mucha sensibilidad. Hace ya tiempo que en el plató de Sálvame no dejan pasar ninguno de los comentarios machistas de colaboradores o colaboradoras. Se implicaron con el caso de la manada y tienen una sección sobre feminismo. El día posterior a la emisión de los primeros capítulos, Carlota Corredera estuvo impecable. No dejó que nadie dudara de las palabras de la protagonista, y se rodeó, como en la emisión del documental, de expertas en violencia de género. Expertas muy didácticas y algo cabreadas con el sistema judicial. La presencia, distendida y sin prisa de la ministra de Igualdad, Irene Montero, con su contundente discurso, no hace sino respaldar este momento de inflexión y de cambio. Gracias.

La cadena de Mediaset es única creando contenidos. Es capaz de sorprender y de ir más allá siempre. Emite el documental de Rocío Carrasco, impide a Antonio David trabajar en sus programas ¡oh sorpresa! y meten a su actual mujer en Supervivientes, uno de sus programas estrellas. Pactar con las televisiones es pactar con el enemigo. Como lo es pactar con los partidos políticos, con las empresas, con las productoras de cine... Somos expertas en hacerlo.

Sabemos en qué aguas nos movemos. Por eso sabemos que no podemos desaprovechar la oportunidad de estar en los medios de comunicación, incluso en una cadena que tiene sus cuentas pendientes como la agresión sexual en el año 2017 en Gran Hermano, que fomenta -como todas - en según qué programas el machismo más atávico y feroz, pero que ahora mismo está realizando un riguroso ejercicio de dar voz a una víctima. Y desde un altavoz que llega hasta donde no llega el movimiento feminista. Navegar las contradicciones en una sociedad como la actual y crear nuevas representaciones y nuevos relatos que reparen el sufrimiento de las víctimas y creen nuevos referentes son lo que nos toca en esta cuarta ola del feminismo. Hagámoslo como mejor podamos y sepamos. También en la tele.

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