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¿A quién van a votar las feministas? A una mujer no va a ser, no

Tras el atentado terrorista de un supremacista blanco que atacó mezquitas en Nueva Zelanda, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern se puso un hiyab (no es musulmana) y habló con la voz quebrada sobre lo que representa su pueblo: “la diversidad, la bondad y la compasión”, “hogar para aquellos que comparten” esos valores y “refugio para quienes los necesitan”. Cuando Trump le preguntó que qué podía hacer por Nueva Zelanda, Jacinda Arden le espetó: mostrar “simpatía y amor por todas las comunidades musulmanas”.

Ella, como feminista que se reconoce en la lucha por los derechos de las mujeres, está lejos de la agresividad, los ataques, la falta de diálogo y la grandilocuencia de palabras gruesas y fondo vacío de aquellos a los que en esta campaña se les rompe España, les liquidan la patria y hablan de rendición, vencer, conquistar y otras bravuconadas de púber machito de hormonas revolucionadas.

Aquí, la campaña y los debates dejan claras un par de cosas: hace falta más contenido feminista en los programas, que en algunos ya está presente gracias al empuje de los movimientos feministas (en otros las propuestas son un calco de El cuento de la Criada). Y hace falta sobre todo otra forma de hacer política: mujeres feministas en primera línea de la política. En abril de 2019 todavía ninguna mujer ha sido candidata a la presidencia del gobierno de España. Nunca.

La agresividad, los insultos, las mentiras, la mala educación, la interrupción, libros y objetos voladores, muertas como arma arrojadiza y marcos de fotos. El bochornoso espectáculo de los dos debates hace urgente que la política machuna aprenda de las formas de hacer políticas del movimiento feminista.

En el segundo debate vimos claramente como las víctimas de violencias machistas, al igual que las víctimas de ETA en su día (y aún para ciertos impresentables) se han convertido en arma arrojadiza. Igual ahora que nos utilizan políticamente nos empiezan a tomar en serio. Ya que tratan de patrimonializar a las víctimas, al menos, consulten a las expertas.

Pedro Sánchez defendió que su partido, que impulsó la ley contra la violencia de género de 2004 y la de Igualdad de 2007, tiene “autoridad” para hablar de feminismo. Menos mal que Pablo Iglesias respondió lo que muchas pensamos: “En nombre del movimiento feminista no puede hablar ningún partido y mucho menos los cuatro hombres que estamos aquí. Pueden hablar las mujeres y pueden hablar el movimiento feminista”. Pero nada paró. El circo macho siguió adelante.

Hoy ya son 17 las mujeres asesinadas por sus parejas y exparejas en 2019 y 992 desde que hay estadística oficial en 2003. Frente a esto, el PP tiene la solución: trabajo y cadena perpetua. Todas sabemos que si trabajas estás libre de que te peguen, amenacen o maten. Es dos más dos.

Luego llega Rivera y acusa a Sánchez de “jugar con el dolor de las mujeres” mientras en su programa nos considera incubadoras y cuando hace bien poco su partido hacía de la negación de la violencia machista una bandera. Lo mejor fue Pablo Casado diciendo que es hijo de una mujer, marido de una mujer y padre de una mujer. No es la misma, por cierto. Pero sí. Es hijo de su madre, sin duda.

En España se denuncia una violación cada cinco horas y la mayor parte de la violencia sexual no se denuncia porque no nos creen y porque la justicia es patriarcal. Pablo Casado nos dejó ayer muy tranquilas a todas: el tema del consentimiento está, según el sonriente Casado, resuelto desde 1822, que es más o menos de donde data su mentalidad.

En los debates electorales televisados hemos visto corbatas, machirulismo y ni una sola mujer. Bueno, sí: vimos a dos pero una pasaba la mopa y otra retocaba maquillaje. Nuestro sitio en el espectro político se hizo imagen, nuestro hueco en la sociedad está muy cerca de la mopa.

Las mujeres somos más de la mitad de la sociedad y nunca puede repetirse una campaña y un debate sin nosotras; un debate en el que se habla de nosotras como tema menor o como marketing político pero sin nosotras. Hay una emergencia nacional y no tiene nada que ver con Cataluña: son los asesinatos machistas, la desigualdad y el cambio climático. Ellos, ciegos de poder, no ven el bosque, el árbol ni más allá de sus narices.

Nunca nos pisaron los talones con tanto descaro los de la Sección Femenina, los de corte y confección, los del moño bajo, la pata quebrada y la familia (cis, hetero, blanca y con hijos) como epicentro de la sociedad (patriarcal y bien hetera). Pero tampoco nunca estuvimos más cerca de la igualdad: solo hay que ver las calles este pasado 8 de marzo.

Estas alianzas entre el ultraliberalismo y la ultraderecha con los argumentos apocalípticos sobre la natalidad nos ven de una forma tan utilitarista como ven la migración; a parir y a trabajar para pagar pensiones.

El feminismo y, según mi visión, el ecologismo seguimos siendo diques de contención de la barbarie fascista. Ahora falta que pasemos de ser diques esforzados de la política en la calle y en los movimientos sociales a estar en la primera línea, con nuestras formas de hacer y con nuestros contenidos.

¿Lo escuchan? Es el silencio. El silencio de las mujeres que no estamos en los debates ni en la campaña (que se me está haciendo ya demasiado larga) pero que sí vamos a hablar el domingo en las urnas. Por eso nos van a escuchar en; por estar o por no estar. Por eso no es posible una campaña tan machuna como esta nunca más.

¿Pero qué votaremos las feministas?

En una encuesta informal realizada por mí misma y mi demoscópico Twitter pregunté a quién van a votar las feministas. Las leemos.

El domingo muchas feministas iremos a las urnas, pero sin olvidar la frase de la gran Audre Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”.

Tras el atentado terrorista de un supremacista blanco que atacó mezquitas en Nueva Zelanda, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern se puso un hiyab (no es musulmana) y habló con la voz quebrada sobre lo que representa su pueblo: “la diversidad, la bondad y la compasión”, “hogar para aquellos que comparten” esos valores y “refugio para quienes los necesitan”. Cuando Trump le preguntó que qué podía hacer por Nueva Zelanda, Jacinda Arden le espetó: mostrar “simpatía y amor por todas las comunidades musulmanas”.

Ella, como feminista que se reconoce en la lucha por los derechos de las mujeres, está lejos de la agresividad, los ataques, la falta de diálogo y la grandilocuencia de palabras gruesas y fondo vacío de aquellos a los que en esta campaña se les rompe España, les liquidan la patria y hablan de rendición, vencer, conquistar y otras bravuconadas de púber machito de hormonas revolucionadas.