De la sierra Lacandona a Génova. De Seattle a Praga. De Barcelona a Glasgow. Movimientos globales ante un nuevo orden mundial que se iba construyendo con el paradigma de la “no alternativa” y con un capitalismo cada vez más financiarizado. Il movimento dei disobbedienti se conformaba hace 20 años en Génova como expresión colectiva de la multitud frente al reducido club del G8; de 6.000 millones ante los ocho ricos. Unas protestas que acabaron con un manifestante muerto –y dos veces atropellado después– por disparos de los carabinieri el 20 de julio de 2001.
Entre aquellos cientos de miles de jóvenes que se congregaron en Génova se encontraba Pablo Iglesias, quien con el paso del tiempo se convirtió en vicepresidente del Gobierno. La hasta ahora inédita foto de Manuel Vignati muestra al ex secretario general de Podemos con una armadura, máscara de gas y muñequeras para evitar maniobras policiales, todo inspirado en la performatividad de los Tute Bianche. Iglesias tenía entonces 22 años. “Fue una experiencia vital interesante, la globalidad desde un enfoque cooperativo”, recuerda ahora, dos décadas después: “El movimiento más potente de acción colectiva eran los desobedientes, que no usaban palos ni piedras, pero sí recurrían a la espectacularidad del choque con los escudos, lo cual tenía un sentido comunicativo muy bien pensado”.
En la foto, junto a Iglesias, a la derecha con barba, aparece César López, quien en la actualidad trabaja en Podemos.
El ex vicepresidente entonces militaba en el MRG-Madrid y el grupo l@s invisibles. Había hecho el Erasmus en Italia, conocía el país, el idioma y tenía establecidas redes con los colectivos y los centros sociales italianos, de donde habían surgido los Tute Bianche, precursores de los Desobedientes. “Nosotros fuimos una semana antes, de avanzadilla. Fue impresionante la preparación. La de Génova se convirtió en la última gran contracumbre del movimiento global. Después estuve en Escocia, en el G8, pero ya hicieron la cumbre en un lugar aislado”. La policía escocesa, además, empleó una estrategia completamente diferente de encapsulamiento de los manifestantes que impidió, o rebajó, los brotes de violencia.
A partir de ahí, “el movimiento contra la guerra tomó el testigo”, recuerda Iglesias. “Sin movimiento global no habría habido un movimiento contra la guerra como el que se dio en Europa” contra la guerra de Irak que lanzó Estados Unidos apenas un par de años después. Un hilo de movilizaciones que en España decantó en las diferentes mareas hasta el ciclo político que abrió el 15M y que llegó a partir de 2015 hasta las instituciones.
“Es increíble que algunos llegáramos al gobierno”, dice Iglesias, apenas unos meses después de haber dimitido de la Vicepresidencia, de todos sus cargos orgánicos en Podemos y haber abandonado la política institucional. En Grecia, Tsipras llegó a presidir el Ejecutivo y ahora lidera la oposición.
En una entrevista con elDiario.es días antes de ser nombrado para el Consejo de Ministros, Iglesias prometía “no olvidar de dónde venían”. Y señalaba cómo, pese a la aparente derrota inicial, la Agenda 2030 y los llamados objetivos del milenio son herederos de las propuestas de los foros sociales alternativos: “Los pusieron en circulación en la opinión pública mundial movilizaciones como las de Seattle o las de Génova. Parece mentira que viéndonos con ironía en nuestra debilidad de hace 20 años, cuando estábamos en El Laboratorio y en el MRG, que ese movimiento mundial en el que participamos esté siendo tan importante como para definir objetivos de las Naciones Unidas. Pero es así”.
La tragedia en Génova se llamó Carlo Giuliani. Un símbolo que perdura dos décadas después. “Durante un tiempo pensábamos que la persona muerta era uno de los nuestros, Gonzalo [Gárate], porque no lo veíamos y estuvimos mucho tiempo buscándolo”, recuerda el ex secretario general de Podemos: “Pero al final no, luego nos enteramos de que fue Carlo Giuliani”.
Iglesias señala que aquellas manifestaciones se movían “entre dos épocas” desde el punto de vista comunicativo, lo cual también permitió que todo el mundo pudiera ver en directo las cargas policiales y el cuerpo del activista muerto. “Había imágenes de todo, como desde todos los ángulos”, recuerda: “Ahí ya había mucha gente con cámaras en la mano. Era más fácil grabar, y estaba Indymedia, que competía con los grandes medios. Sacaron un vídeo de violencia sin precedentes. Entonces ya hubo pelea por el relato gracias a la facilidad tecnológica de grabar, aunque no fuera todo tan inmediato como ahora. Te ibas al media center, pasabas por el PC y subías a Indymedia fotos, vídeos y textos. No era como ahora, en tiempo real, pero fue muy interesante”.
Gonzalo Gárate, quien Iglesias y el resto de sus compañeros pensaron durante unas horas que era el activista asesinado, recuerda aquel 20 de julio de 2001: “Fue un momento muy intenso, los recuerdos son borrosos. En las primaras fotos, Carlo salía boca arriba, y efectivamente nos parecíamos. Durante las primeras horas, hubo mucho caos informativo y circuló que el muerto era español. En ese momento los móviles eran una excepción, pero nosotros íbamos contactando con los compañeros de Madrid para decir que estábamos bien. Fueron 2-3 horas de incertidumbre, hasta que conseguí hablar con mi madre también. La policía nos empujó a todos al mismo sitio y allí no había diferencias entre unos y otros. Fue un sálvese quien pueda en el que enseguida te gaseaban. Génova fue el gran hito que marcó un final de ciclo antiglobalización. Fue un punto de eclosión en el que el pico es la muerte de Carlo, y se genera un punto de inflexión”.
Al poco de volver de Génova, Iglesias hablaba en los medios españoles sobre lo vivido aquellos días.
Uno de los promotores de los Tute Bianche y de los Disobbedienti es Luca Casarini. Casarini atiende a elDiario.es desde el Mare Jonio de la ONG Mediterranea, la nave con la que recorre el mar para rescatar a migrantes que huyen del hambre, las guerras y el cambio climático. “Génova estaba hecha de una multitud, no de una masa”, reflexiona: “La multitud no es simplemente una cuestión de número, sino de la relación entre lo individual y lo colectivo dentro de una militancia política que en este caso vino de miles de organizaciones, de miles de realidades, pero que produjo un desborde en Génova. En Génova había mucha gente que no provenía de organizaciones, de experiencias políticas previas, gente muy joven y que precisamente dan sentido a esta relación entre individuo y colectivo, entre organización y participación”.
Además, “Génova también marca una nueva forma de pensar en la militancia política radical: es una militancia política que comienza a salir de la estrecha dinámica de las organizaciones para entrar en otra dinámica más amplia”, reflexiona Casarini: “Génova también define el hecho de que la revolución es quizás una forma de vivir la vida, no tanto la toma del Palacio de Invierno”.
“Los movimientos globales actúan en una escala postnacional a través de formas de acción colectiva contenciosas, propias de un repertorio postnacional, distinto del tradicional y del moderno o nuevo”, escribía Iglesias en su tesis: “Tales formas de acción colectiva se basan en los recursos productivo-comunicativos del capitalismo actual”. En este sentido, “los días de acción global y la desobediencia italiana en Europa son ejemplos específicos de acción colectiva contenciosa postnacional (...). Elegir a los desobedientes como objeto de estudio específico responde tanto a la vinculación de este grupo con las reflexiones postobreristas, como a su capacidad de transformar tales reflexiones en formas específicas de acción colectiva”.
En Génova también estuvo Miguel Urbán, eurodiputado de Anticapitalistas, que viajó con el colectivo Espacio Alternativo (el antecedente de Izquierda Anticapitalista): “Veinte años después podemos decir que teníamos razón cuando decíamos que la globalización neoliberal lo que iba a traer era más desigualdad y el reforzamiento de la emergencia climática; que lo que iba a traer era sólo al beneficio para un 1%, para una minoría peligrosa”.
Urbán entiende que “los efectos de esa globalización neoliberal se han sentido con especial fuerza en la pandemia del coronavirus, en donde este sistema se ha mostrado incapaz de asegurar algo tan básico como el derecho a una vida digna, a la propia vida. Y lo que podríamos decir es que 20 años después sigue siendo muy necesario activar, enfrentar y poner encima de la mesa la necesidad de un cambio anticapitalista. Sigue siendo necesario reforzar justamente uno de los elementos más importantes que tuvo el movimiento antiglobalización o alter mundialista, que fue el reforzar las alternativas, demostrar que otro mundo no sólo es posible, sino que es imprescindible y sobre todo reforzar las redes y los lazos construyendo un internacionalismo del siglo XXI que pueda cambiar el mundo de base, que yo creo que es una de las principales lecciones de ese movimiento en el que tanto aprendimos muchas y muchos”.
Una escuela política que, para el eurodiputado de Anticapitalistas fue “dramática”, con muertes como la de Carlo Giuliani, “pero también con muchísimas experiencias y lecciones que se han visto también en el ciclo que abrió el 15M, pues toda esa escuela política pudo también poner en práctica las enseñanzas del movimiento antiglobalización en un movimiento de masas y en un ciclo de cambio político en nuestro país”.
“Señores feudales y súbditos pobres”
En este sentido, Casarini ve un hilo en Génova: “No podemos imaginar a Génova como un evento. Génova es parte de una larga marcha que comienza en Seattle; es la expresión de un movimiento global que atraviesa países occidentales con capitalismo avanzado tras la caída del Muro de Berlín y en un contexto que quiere afirmar un nuevo orden mundial desde el punto de vista del poder. Podemos decir que Génova define el primer gran movimiento que se opone al nuevo orden mundial que tiene como características fundamentales un intento de construir un gobierno mundial autoritario caracterizado por la financiarización y la dinámica de las finanzas globales”.
En la tesis doctoral de Pablo Iglesias, Casarini también explica la técnica de acción colectiva de los desobedientes italianos pensada para la comunicación y visibilización del conflicto, de la que el exvicepresidente participaba con su armadura: “Recalcaba, de una parte, la necesidad de construir un mecanismo vencedor en las calles mediante la practica de la acción directa, del conflicto. Por otra parte, recalcaban la idea de hacerlo de una manera que el resto aceptara, que las otras diversidades y que la sociedad aceptara, poniendo en dificultad al adversario, haciendo visible su violencia, un poco como en el judo, utilizando su fuerza para derrotarlo, más que utilizar la propia fuerza. Hablábamos del hecho de representar el conflicto... Como un conflicto medieval, donde estaban los señores feudales, los injustos, que se encerraban en sus propios fuertes, las cumbres blindadas... Ante este elemento de la fortaleza, de los soldados, nosotros teníamos que representar un enfrentamiento medieval, jugando con esta categoría de los guerreros medievales, con el escudo, el casco, la armadura, este elemento romántico, si se quiere, de los pobres que se lanzan hacia el ejercito de los poderosos, retomando aquello que está contenido en la declaración de guerra del EZLN al Ejercito Federal: 'Nosotros somos un ejercito de soñadores'. Un ejercito de pobres, pero nos enfrentamos a vosotros –poderosos– porque tenemos la dignidad, las ideas, porque tenemos razón... Propone un elemento nuevo de construcción de imaginario de un mundo global gobernado por señores feudales, en el cual súbditos pobres se organizan para combatir las injusticias”.
Casarini destaca ahora que “esta forma de pensar el movimiento como una marcha también da la idea de que este movimiento fue capaz durante su marcha de acumular consensos y de que tanta gente se uniera. Porque recordemos que llegamos a Génova con un enorme consenso popular que no había sucedido en mucho tiempo. Desde la iglesia de base a la izquierda radical, desde las monjas que rezan contra la violencia de la globalización hasta los centros sociales que hacen desobediencia. Y este hecho explica por qué le dio tanto miedo al poder, por esta convergencia entre tantas diversidades. Pensábamos que nos enfrentábamos a la Belle Epoque de la globalización, pero en cambio nos enfrentamos a la crisis. Su crisis. Ahora resulta mucho más claro que esta hipótesis del gobierno mundial de los más ricos en realidad era un capitalismo descontrolado en el que nadie puede gobernar las finanzas, y es el mercado el que gobierna el mundo”.
“Por eso estalla la guerra”, recuerda Casarini, “porque la guerra es la certificación y también la posibilidad de los poderosos del mundo. La guerra es para cuando no tienes que dar explicaciones. La guerra interrumpe el proceso de legitimación realizado sobre la razón y en cambio afirma el proceso de legitimación precisamente sobre la fuerza. La guerra crece contra el movimiento, con la suspensión de los derechos democráticos y la afirmación de la fuerza, y ââllega a Génova para estallar contra los civiles”.
Nicola Fratoianni, diputado y secretario general de Sinistra Italiana, era hace 20 dirigente de las juventudes de Rifondazione Comunista, que se integraron con otros movimientos sociales en Il movimento dei Disobbedienti. en aquellos días de Génova: “Hace 20 años se produjo una expresión de un movimiento extraordinario, un movimiento de movimientos, que había visto antes que otros el impacto que tendría la globalización neoliberal en los flujos migratorios. El G8 se abrió con la gran manifestación sobre los migrantes. Y el lema de aquellos días lo encontraremos en experiencias posteriores en la idea de la desigualdad insoportable. 'Los ocho frente a 6.000 millones' precede al lema del '99% contra el 1%' de Occupy Wall Street, como también se vivió en el 15M en España. Había una demanda poderosa de un futuro mejor. El otro mundo posible fue la respuesta más poderosa a los años en los que Margaret Thatcher y otros habían acuñado la teoría de que no había alternativa. Pero siempre existe una alternativa y está en manos de quienes la construyen. Entonces, como hoy, cambiar el futuro significa practicar el conflicto en sus múltiples formas”.
Para Fratoianni, eso es lo que representa “el movimiento dei Tute Bianche luego de los Disobbedienti, que es lo que te encuentras en el estadio Carlini donde estaba un Pablo muy joven en ese momento”. “Pero había más”, sigue. “También trata de venir Alexis Tsipras, que no llega a Génova porque la policía no le deja entrar por Ancona en el ferry. Lo que pasó entonces fue algo inédito para la historia italiana, porque en ese movimiento se estaba construyendo una relación inédita y muy avanzada entre un partido político, en particular su organización juvenil de la que yo formé parte, y los más radicales movimientos sociales italianos que provienen históricamente de la autonomia operaia [autonomía obrera] de los centros sociales organizados”.
“Pero nos propusimos construir un movimiento para hablar a muchos”, reflexiona el líder de Sinistra Italiana: “A Génova, ese movimiento llega con mucha fuerza, con la inteligencia política para construir un espacio de convergencia en el que cada uno reconozca las prácticas de los demás y construya un mecanismo de autodesarrollo y autoempoderamiento”.
Violencia policial y torturas
Fratoianni recuerda la muerte de Giuliani: “Tras horas de cargas contra los manifestantes, intentando atropellar a la gente, que huye y se refugia en las calles laterales. Una de esas calles desemboca en la Piazza Alimonda, donde se consuma la tragedia, en un caso de fatal gestión del orden público por parte de los carabinieri. A partir de entonces es un desastre continuo. Porque el día después, el 21 de julio, después del final del 20 de julio, se produjo una especie de persecución en las calles buscando gente para golpear. Todo se acelera y se convoca una gran manifestación de más de 300.000 personas que, además, es una gran respuesta a lo sucedido”.
El momento más violento fue “el ataque a la escuela Díaz [espacio habilitado por el ayuntamiento para acoger activistas]”, recuerda Frattoiani: “Es el punto más alto de la represión genovesa porque es el momento en el que la policía aplica una verdadera masacre que suena a venganza, así como una persecución irracional y represión del movimiento que produce un efecto muy significativo en Italia. En los días siguientes hay grandes manifestaciones en todas las ciudades italianas, pero en las siguientes semanas el peso de esa represión tiene consecuencias. Hay mucha gente que nunca ha vuelto a la calle. Son muchas las personas que durante años y años y años han ido a la plaza pero lo han hecho con miedo, ansiedad, con dificultad para encontrarse en lugares abarrotados. A esto se suma que pocos meses después, después del 11 de septiembre y el ataque a las Torres Gemelas, cambia el orden del discurso al espacio de la guerra y la globalización permanente, guerra a la que el movimiento responde con otras formas”.
También estuvo en Génova en aquel verano de 2001 el abogado Jaume Asens, quien por entonces tenía 29 años y que formó parte del conocido como legal team, un grupo de abogados de diferentes países que asistían jurídicamente a quienes participaban en las contracumbres que se organizaban en paralelo a las reuniones de los dirigentes mundiales. “El tablero había cambiado, se había hecho global”, recordó Asens años después en una entrevista con el propio Pablo Iglesias. “Igual que el poder económico y político global había cambiado su estrategia, nosotros teníamos que cambiar la nuestra”, explicaba.
Los abogados del legal team se identificaban en mitad de las manifestaciones o en los centros logísticos del Foro Social gracias a un peto amarillo. El equipo funcionó en otras cumbres internacionales y, básicamente, su tarea consistía en mediar, dar apoyo y defensa jurídica a los manifestantes o denunciar los abusos policiales. Incluso a posteriori, como ocurrió en Italia.
Los titulares de aquellos días en Génova se los llevó el asesinato de Carlo Giuliani. Menos conocidos fueron otros episodios que, paradójicamente y a diferencia de la muerte del joven italiano, sí tuvieron recorrido judicial.
La noche del asesinato de Giuliani, decenas de carabinieri, la policía militar italiana, tomaron al asalto un edificio cedido por el ayuntamiento de la ciudad para uso de los asistentes al Foro Social. Era la escuela Armando Díaz. Allí se ubicaba un centro internacional de prensa, desde el que trabajaron periodistas españoles, o se alojaron muchos de los activistas antiglobalización que asistieron a la contracumbre. Hubo decenas de heridos, algunos con muy importantes traumatismos y secuelas de por vida, como el periodista inglés Mark Covell. Y centenares de detenidos. Muchos de ellos fueron trasladados a la comisaría Bolzaneto.
Se denunciaron brutalidad policial y torturas, algo que reconoció muchos años después el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En Italia también se celebró un juicio sobre los hechos ocurridos en la conocida como Escuela Díaz y en la comisaría. Decenas de mandos policiales fueron hallados culpables de la violencia policial que se desató aquella noche gracias a que algunos de los policías reconocieron que se habían falsificado pruebas para justificar la entrada sin orden judicial en el recinto.
En aquel juicio estuvo Jaume Asens. Y, contra todo pronóstico, se ganó. “A mi generación nos marcó”, rememora Asens, quien recuerda que no daban crédito a que una democracia consolidada como la italiana hiciera lo que hizo. “A los abogados que tuvimos un papel en todo aquello nos marcó de forma evidente. Por la violencia, pero también porque la trama de impunidad fue destapada”, asegura. Asens, como parte del legal team, participó en los dos juicios que se siguieron en Italia por los hechos de la escuela Díaz y en la comisaría. “Se probó que era un montaje policial. Me llamó la atención que los policías confesaran, que hubiera un arrepentimiento.. Se rompió el corporativismo”, señala, en comparación con lo que suele ocurrir en España donde, hasta su salto a la política, también ejerció la abogacía en casos que implicaban violencia policial.
Estos dos casos sí tuvieron cierto resarcimiento judicial para las víctimas. El de Carlo Giuliani quedó impune.
Uno de los españoles que sufrieron malos tratos por parte de la policía fue 'Roxu', Pedro Álvarez. En aquellos días, escribió un texto en el que relataba las torturas a las que fue sometido: “En lo único que podías confiar era en caer en manos de uno algo menos bestia, es decir, te podía tocar un psicópata sediento de ver dolor que sabe técnicas dignas de la Gestapo, o en cambio podías caer en manos de un forzudo que solo sabía usar la fuerza de la manera en la que la usan las bestias; los dos dan mucho asco pero los primeros hacen mas daño, está claro. El mío fue de los segundos y me dio patadas y golpes en la cabeza, me fue dando flojito por la espalda, los brazos y las piernas para averiguar donde me dolía, donde tenía magulladuras de los golpes de los carabinieri, de esa manera si veía que me movía más de lo normal sabía que había golpe y que al poder haber denunciado este golpe en el hospital, aunque me hubiese aumentado ya no podría demostrar que me habían hecho esto en una comisaría. 'Aquí no hay democracia, se ha suspendido, fuera sí la hay y la respetamos', oíamos mientras nos golpeaban. Nada más acabar con todo el proceso me hicieron firmar ocho papeles en blanco. Es obvio que no los hubiese firmado de no ser por lo que había vivido antes, confié en que para la justicia italiana tuviese más importancia el testimonio ante el jueza que ante la policía, aunque lo pensaba solo como forma de animarme ante la posibilidad de las consecuencia que podía tener lo que había hecho”.
“A los 20 años pienso que lo de Génova fue una gran trampa que construyeron para nosotros”, reflexiona Casarini: “Obviamente, ninguno de nosotros tenía idea y hubo la mayor suspensión de los derechos civiles y políticos durante tres días, incluida la Constitución, desde la Segunda Guerra Mundial en un país capitalista avanzado. Ninguno de nosotros podía imaginar lo que sucedió. Pero sentíamos que teníamos que llevar la voz de los que no tenían voz. La crisis ahora es algo permanente, la forma de dominación contemporánea es la crisis, no el poder o el mando.
Herencia de Génova
Génova, para Casarini, no ha terminado. “Los movimientos que tienen estas proporciones de época tienen un ciclo de vida y por tanto forman parte de la naturaleza. Tienen ciclos naturales, con muchas victorias y muchas derrotas. Fue punto de inflexión en la historia y nos costó un precio muy alto, especialmente a Carlo, que perdió la vida porque lo mataron en Génova. La gente ha sido torturada, violada, ha sido detenida injustamente, casi muerta por el terror. Este un precio muy alto y lo pagas por aquellos que están en un lado determinado de la historia. Por otro lado, la riqueza de Génova es riqueza enorme y conozco a muchas que nunca han dejado de hacer esa marcha. Yo mismo la estoy haciendo ahora. Hablo desde un barco, el paso de la costa del Mediterráneo es una lucha y estamos con los hermanos y hermanas que están del otro lado del mar Mediterráneo. Estamos luchando junto a ellos para escapar de los campos de concentración, para evitar que sean capturados en el mar y llevados de regreso a los campos de concentración o para evitar que mueran porque ahogados como tantos otros”.
“Creo que es necesaria una reflexión”, dice Fratoianni, “porque veo la ola de una crisis que va más allá de la dramática situación italiana [para la izquierda]. Existe el riesgo de que la pandemia provoque una ola de crisis profunda para la izquierda, que debería tener una propuesta más radicalmente alternativa con respecto a la forma en que se organiza actualmente el mundo en el que vivimos. Veo el riesgo de que el discurso público de derecha tenga una gran capacidad de penetración. Me ha impresionado mucho el resultado de las elecciones de Madrid y el triunfo de la derecha con una campaña electoral sobre la vuelta a la normalidad. Hay que intentar reconstruir un horizonte, una relación social dando representación a una sociedad que ha cambiado y presentar propuestas de reforma del sistema. La izquierda a nivel europeo necesitaría definir un nuevo espacio de convergencia con las experiencias de organización sindical social y también del activismo de la sociedad civil; y reconstruir el terreno del conflicto. Si hace 20 años el movimiento había entendido que existía la necesidad de una convergencia de carácter global, hoy naturalmente esto es aún más necesario”.
Fratoianni recuerda que en aquellos años, “en el mejor de los casos nos llamaban locos, visionarios, soñadores, pero en el peor, peligrosos atacantes del orden establecido”. Sin embargo, “hoy esos temas están en el centro del debate y nadie puede pretender que no sea así”. Además, señala “algunos sedimentos muy hermosos, más allá de de la crisis de la izquierda italiana, como son el caso de Podemos en España y de Syriza en Grecia. Pero lo que falta es precisamente ese espacio extraordinario de conciencia de convergencia de las diversas formas de movilización, como las luchas por la justicia climática o el movimiento feminista, ese espacio de convergencia con una dimensión política, es decir, capaz de construir una subjetividad política convergente desde las diferencias”.