Se cumple el vigésimo aniversario de la Operación Libertad Iraquí, la invasión de Irak por los EEUU, auxiliados por Reino Unido y Australia y otros 44 países, entre ellos España, comparsas de una coalición que el presidente George W. Bush bautizó como “la de la voluntad” y el senador demócrata Kerry de “la de amedrentados y sobornados”. Un banderín de enganche izado sobre una mentira: las “armas de destrucción masiva” del ejército de Sadam Husein, pero que “los tres de las Azores” tenían base para predicarla: Bush y Tony Blair sabían que sus países habían provisto al dictador iraquí de dicho armamento y Aznar, que también lo habían hecho numerosas empresas españolas.
La participación española en el arsenal la descubrió Rafael Gómez Parra, reportero del semanario Interviú, que con el fotorreportero Pablo Vázquez comprobaron en la guerra Irak-Irán (1980-1988), rodeados de cadáveres de civiles, las carcasas de bombas químicas con el logotipo de la empresa vasca Gamesa, hoy absorbida por Siemens, y el ominoso “Made in Spain” (Interviú, número 624, 27 de abril de 1988).
Recuerdo que mi ‘interlocutor válido’, como decía el inolvidable Cuco Cerecedo, en la Moncloa de González, me llamó para anunciarme que los abogados de Gamesa nos iban a crujir –yo era director del semanario– y me dio el nombre de quien me iba a demandar. “Me has alegrado el día. Dile, por favor, que me envíe cuanto antes el texto de la querella, que ya tengo portada para la próxima semana: 'De defender al etarra Txiki Paredes Manot fusilado por Franco a defender a los asesinos de niños iraníes'”. Silencio más espeso que las cortinas de casa de mi abuela. “No me digas...”. Nunca llegó la demanda, claro.
Pero las de Gamesa (Grupo Metalúrgico Auxiliar, SA) no fueron las únicas armas españolas con las que el dictador Husein arrasó poblaciones iraníes –y, ya metido en faena, también kurdas–.Unión Explosivos Río Tinto, hoy Ercros, lo proveía de proyectiles de artillería pesada –es cierto que, en su exquisita neutralidad, también vendía a los iraníes–; Trebelan, remolques articulados; Esperanza y Cía., armamento diverso y, entre otras, Expal (Explosivos Alaveses), bombas de napalm y gas mostaza, además de minas antipersonal –y no ‘antipersona’, diga lo que diga la Real Academia Española–.Y siempre violando todo lo que estaba a tiro: las prohibiciones de armas químicas del Protocolo de Ginebra de 1925 tras los desastres de la I Gran Guerra, las recomendaciones de Naciones Unidas y las propias leyes españolas, saltándose las obligatorias partidas de exportaciones de Aduanas.
La prensa de extrema izquierda ya había informado de un suceso ocurrido en marzo de 1985, convenientemente silenciado por las abnegadas autoridades y también por la prensa: un Boeing fletado “por ESPLA [por Expal], emparentada con Explosivos Río Tinto, en el pueblo de Páramo de Masa”, con cargamento de “napalm y el siniestro y mortal gas mostaza” sufrió un accidente en la base aérea militar de Getafe, Madrid, y “sólo la casualidad evitó que se produjera una catástrofe. Al parecer, desde entonces, sólo se emplea el transporte por barco” (Vanguardia Obrera, Órgano del Comité Central del Partido Comunista de España (marxista-leninista), núm. 506, 30 mayo-12 junio de 1985).
Aunque desde 1982 ya se conocía el empleo de “armas de destrucción masiva” por Husein. De entonces data la primera reclamación de Irán a Naciones Unidas denunciando el uso de bombas químicas por el agresor iraquí. La ONU se lo tomó con calma y no presentó al Consejo de Seguridad el informe de la misión de investigadores hasta el 26 de marzo de 1984, cosechando el veto de los EEUU para condenar al régimen de Bagdad. No me consta que la Unión Soviética también lo vetara, aunque no me extrañaría porque, aliado de Husein, también lo proveía de armamento, al menos convencional. Irán reiteró su protesta ante la ONU y el escarmentado Secretario General Javier Pérez de Cuéllar propuso una resolución que instara a ambas partes a negociar la paz y abstenerse de utilizar armas químicas. Pero no hasta 1986, cuando la contraofensiva iraní comenzó a ser victoriosa, no decidió atender las reclamaciones del régimen de los ayatolás y enviar una segunda comisión investigadora –en la que participó el español Manuel Domínguez, coronel médico especialista en lesiones causadas por armas atómicas, biológicas y químicas– que concluyó sin dudas que Husein utilizaba bombas de gas mostaza, la iperita de la I Guerra Mundial, y de gases neurotóxicos, el temible tabún.
España ha sido, quizá siga siéndolo, una economía puntera en esta aciaga industria y ya en 1927 desobedecía el Protocolo de Ginebra para reprimir la rebelión de Abd el-Krim en el Rif. Primero con pesticidas como fosgeno y cloropicrina de Francia y, luego, oxol y tiodiglicol, precursores de la iperita, de Alemania. Pero en seguida se construyó la Fábrica Nacional de La Marañosa (Madrid) para producir bombas propias de iperita, fosgeno y otros agentes tóxicos destinadas a la guerra en Marruecos. Nos cabe el dudoso honor de haber sido los primeros en utilizarlas en bombardeos aéreos. Las protestas internacionales del líder rifeño tuvieron tanto eco y comprensión como las de los ayatolás iraníes. A partir de entonces, la industria química militar tuvo un notable desarrollo en España, pero su época dorada fueron las décadas del 70 al 90 del siglo pasado y en su cuadro de deshonor figura por méritos propios Eduardo Serra, un corcho que fue subsecretario de Defensa con Suárez y Calvo Sotelo, secretario de Defensa con González y ministro de Defensa con Aznar: “el enlace de Defensa con Estados Unidos”, lo retrató el diario El País.
De vuelta al aniversario de la Guerra del Golfo
Tras las espantosas matanzas de la guerra Irak-Irán –de medio a un millón de víctimas, más 100.000 kurdos asesinados en 4.000 aldeas destruidas–, se obligó al derrotado Husein a destruir sus arsenales de armas químicas, biológicas y misiles balísticos de largo alcance bajo control internacional. O sea, que en 2003, los tres de las Azores, la ONU y la comunidad internacional sabían que lo de sus “armas de destrucción masiva” era una patraña.
Paradójicamente, fueron los ejércitos norteamericano y británico los que las utilizaron en Irak: ojivas de uranio-238, conocido como uranio empobrecido, emboscadas bajo el hipócrita apartado de armamento convencional. Y una manera de deshacerse, o compartir generosamente con la humanidad, las 700.000 toneladas del U-238 que tienen los EE.UU. como residuos de sus centrales nucleares y que descubrieron su alta capacidad de perforar los blindajes y su notable capacidad de explosión. Es un efecto colateral que la vida activa ese uranio empobrecido sea de 4.500 millones de años –no me equivoco en un cero: cuatro mil quinientos millones de años–, o sea, un ratito de radioactividad enfermando mortalmente a personas, agostando la tierra y transmitiéndose por el aire, la cadena alimenticia y las aguas.
Lo mismo que quiere hacer ahora Gran Bretaña proporcionándole munición con uranio empobrecido a Ucrania para que bombardee el Dombass y Crimea. Estamos limpiando el mundo de indeseables para nuestros nietos. Incluso de deseables.
La única actuación digna de España en “uno de los crímenes más graves de nuestros tiempos”, como definió la invasión de Irak el rotativo londinense The Guardian, y no “una metedura de pata, ni un error, ni una confusión” fue la retirada de los efectivos españoles por el presidente Zapatero, primera medida de su mandato en abril de 2004. Todo lo demás, complicidad en el crimen. Incluso la suya, pues mientras retiraba tropas con la mano izquierda, con la derecha sextuplicó la venta de armas, como le recordó Gervasio Sánchez cuando lo invitó “a visitar algunos de los países en guerra o con conflictos internos o vecinales a los que su gobierno ha vendido armas en los últimos años, violando la ley de control de armas aprobada por el Parlamento español en diciembre de 2007. Incluso la invitación la hago extensible a su esposa y a sus dos hijas. Señor presidente, quiero ver su cara cuando le explique a su familia las razones por las que se ha convertido en el mejor traficante de armas de la historia de la democracia española”.
Que Díez nos coja confesados o, por lo menos, uniformados con traje NBQ, el de los ejércitos contra la guerra química y/o bacteriológica.