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24 horas con Manu Pineda: una voz para Palestina en el Parlamento Europeo

Manu Pineda, durante la visita al Museo de la Paz de Gernika.

Alberto Ortiz

31 de mayo de 2024 22:25 h

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En una pequeña habitación, con decoración de principios del siglo XX, una veintena de personas escucha el sonido de los aviones y las bombas que cayeron durante más de tres horas en ese mismo lugar 87 años atrás. Es una de las salas del Museo de la Paz de Gernika (Bizkaia), que recrea el bombardeo con el que los aviones de la Luftwaffe nazi y la Aviación Legionaria Italiana devastaron esa ciudad en plena Guerra Civil. 

“Es la primera vez que vengo”, reconoce Manu Pineda, que lleva tatuado en su antebrazo izquierdo parte del cuadro de Pablo Picasso que recrea aquella masacre. “El pintor no lo hizo al enterarse del bombardeo, fue un encargo del Gobierno de la Segunda República”, precisa el dirigente de Izquierda Unida, número cuatro de la lista de Sumar a las elecciones europeas, que ha incluido en la campaña esta visita.

Pineda acompaña en esta parada en Euskadi a la cabeza de lista de Sumar, Estrella Galán. Juntos hacen unas declaraciones a los medios al salir del museo. “Estoy conmocionado”, dice el candidato. “Es la primera vez que estoy en Gernika. [...] Hoy estamos viviendo un Gernika permanente en la Franja de Gaza, donde el régimen genocida de Israel está probando su armamento sobre la población civil, sobre 2,6 millones de personas que no tienen dónde refugiarse”.

La visita al municipio vasco forma parte de una serie de actos del candidato centrados en la paz, uno de los ejes de la campaña de Pineda, que durante la pasada legislatura en el Parlamento Europeo centró buena parte de su trabajo en denunciar la escalada bélica. En los últimos meses, se ha dedicado a alertar del “genocidio” que lamenta que Israel esté perpetrando en Gaza desde el 7 de octubre. 

El eurodiputado no habla de Palestina de oídas. Vivió en la Franja entre 2011 y 2014. Justo después de participar meses antes en la segunda Flotilla de la Libertad que pretendía llevar ayuda humanitaria para romper el bloqueo impuesto por Israel a la población palestina, a bordo de un barco al que pusieron, paradójicamente, el nombre de Gernika. Era el segundo intento de alcanzar la franja. El primero lo frustró la Marina de Israel con un ataque que dejó nueve muertos (y un décimo que moriría años después a causa de las heridas) y una treintena de heridos.

Pineda entró en Gaza por sus medios, sin conocer a nadie, con el único contacto de un profesor de la universidad de la ciudad, que lo acogió en su casa esos primeros días. “Estábamos cenando y escuchamos una bomba. ¡Boom! Y vemos que siguen comiendo como si nada. ¿No habéis escuchado esto? Sí, una bomba, dicen tan tranquilos. Bueno, hermano, no era para nosotros”, cuenta. “Luego a través de los años he llegado a no escuchar las bombas”.

Durante el tiempo que vivió allí, gran parte de su trabajo consistía en hacer de escudo humano para los campesinos y los pescadores, un trabajo que luego institucionalizó de alguna manera a través de su asociación Unadikum. Pineda y los activistas internacionales que vivían allí salían a acompañar a las jornaleras con chalecos amarillos para que las tropas israelíes supieran que no eran palestinos. La primera vez que lo hicieron, las balas pegaron en la arena rozándoles las piernas. Era un aviso, pero consiguieron que las campesinas pudieran seguir trabajando.

“A nosotros no nos hirieron nunca. Los israelíes saben que somos guiris. Entonces disparan para asustar, ¿no? para ver si dejamos de hacer esto”, explica. 

Pero hubo una ocasión en la que sintió la muerte de cerca. Fue en la ofensiva de 2014, la más sangrienta hasta la que comenzó el pasado octubre. “Nos contactan del hospital de Al Wafa, al este de Gaza City. Israel iba a empezar su incursión terrestre por ahí y querían echar abajo el hospital. Entonces contacta con el hospital para que evacúen a los enfermos y la dirección del hospital contacta con nosotros para que presionemos en nuestros consulados”, cuenta. 

Los cinco activistas internacionales que estaban entonces allí ofrecieron una rueda de prensa para avisar a Israel de que iban a hacer guardia dentro de las instalaciones. “Si bombardeaban iban a matar también a internacionales”, explica. Cuatro días después, la Cruz Roja los avisó de que iba a comenzar el bombardeo. Y 15 minutos después Israel empezó el ataque con tanques y drones. 

“Quitamos las cosas a los enfermos que estaban enchufados y en las mismas sábanas que tenían, uno cogía adelante, otro de atrás, bajábamos, los poníamos en el suelo del lobby del hospital y subíamos por otro”, cuenta. “Cuando teníamos a los 17 amontonados, los metimos en dos ambulancias que teníamos, apilados como si fueran cajas de zapatos. Imagínate, ¿no? Y en el traslado se nos murieron varios. Cuando salimos de ahí bombardearon el hospital con los F-16”, dice.

Pineda explica la diferencia entre un bombardeo con drones y el de los aviones F-16. Los primeros son más precisos, de menor impacto. Los segundos no dejan nada a su paso: “Los F-16 te lanzan una bomba de una tonelada o tonelada y media, donde donde cae eso no queda nada. Hace un cráter de varios pisos de profundidad. Destroza los alrededores porque toda esa tierra que desaloja cae en las viviendas de al lado y las destruye también. Cuando lanzan esa bomba, ahí no hay vida”. 

“La guerra es una mierda –dice–. La guerra huele a carne putrefacta, a humo, a madres llorando de desesperación. He visto cosas que son peores que coger con las manos un niño destrozado. Cae una bomba y tú sabes que tus hijos están ahí debajo, que tu hijo tiene encima toneladas de escombros. Y esperas poder moverlas para recuperar a tu hijo. La desesperación de esa gente con se deja las uñas y los dedos para levantar los escombros”.

Pineda repasa sus días en Gaza apenas unas horas después de que el Consejo de Ministros aprobase el reconocimiento del Estado de Palestina. Es martes por la tarde y tiene un mitin en Pamplona. “La declaración del Estado palestino es un avance, pero absolutamente insuficiente si nosotros seguimos manteniendo relación con Israel, comprando y vendiendo armas, y si nosotros permitimos que siga manteniendo el acuerdo de asociación con la Unión Europea, que está financiando a las empresas que fabrican las armas que asesinan a niños palestinos”, dice, ante un centenar de personas.

Después del acto, se junta con un grupo de militantes de Izquierda Unida en una terraza de Pamplona y saluda a unos manifestantes que han ido a una marcha en apoyo a Palestino. Esa noche conduce su coche, en el que lo acompaña su equipo, hasta Gernika. En la radio, el programa repasa la actualidad del día y las reacciones a la decisión del Gobierno de reconocer el Estado de Palestina. 

“Llama al embajador para felicitarlo”, le dice a Néstor, su jefe de prensa. El embajador de Palestina en España Husni Abdel Wahed no coge el teléfono pero lo hará a la mañana siguiente. “Yo creo que tiene un valor”, dice después sobre la decisión del Gobierno. “No vamos a cambiar la vida en Palestina a nadie, esto a los palestinos no les cambia nada. Pero estamos reconociendo políticamente el derecho de un pueblo a decidir su futuro”, razona.  

Nosotros creemos que la solución de Palestina pasa por que haya un Estado palestino en los territorios históricos palestinos que van desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, en el que no haya una comunidad que tenga más derechos que otros. Que cada uno le reza al Dios que le dé la gana y que eso no les lleva a tener más derechos que otros”, explica, sobre su posición. 

Después de la visita a Gernika, el miércoles, todo el equipo se desplaza a Bilbao. Allí, en la sede de Ezker Anitza, Pineda se reúne con distintas asociaciones relacionadas con el movimiento de paz en Euskadi: Paz y Solidaridad, Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), Ongi etorri Errefuxiatuak y Sierra Maestra/Euskadi Cuba.

Una transición ecológica que no paguen los trabajadores

Por la tarde vuelve a juntarse con Estrella Galán para un acto en la zona industrial de Bilbao, en Zorroza. Allí se levanta la planta industrial de tratamiento de residuos de Sader  que trata cada año unas 100.000 toneladas de residuos altamente contaminantes. Los vecinos de los alrededores llevan mucho tiempo esperando el cierre de esa nave, que inunda de mal olor la zona y que contamina el río Nervión que pasa al costado.

La transición ecológica es una pata importante dentro del programa de Sumar para estas elecciones europeas. “Nosotros [en IU] venimos hablando del cambio climático, de la emergencia climática y la necesidad de cuidar el medio ambiente desde los años 90 como mínimo”, explica Pineda. 

“Lo que sí creemos es que las políticas medioambientales no las pueden pagar los trabajadores. En Asturias hay un proceso de descarbonización. Tú le tienes que dar alternativas a los trabajadores. Tú no puedes decir cerramos las minas y los trabajadores que se vayan a su casa. Tú desde los fondos europeos tienes que crear una industria alternativa sostenible para que la descarbonización no suponga el hundimiento económico y social de una comarca o de una región entera”, añade el dirigente, que antes de entrar en política trabajaba como soldador en la Renfe. 

Antes de viajar a Navarra, Pineda estuvo en la zona del Mar Menor, en Murcia, afectada por la instalación de macrogranjas, otro de los temas que se ha dedicado a combatir desde el Parlamento Europeo. “Más allá del olor, que es tremendamente molesto, es que genera el purín, una polución que provoca enfermedades, pero también hace un uso excesivo de los acuíferos. Lo extraen de un modo que cuando pasan cinco, diez o 15 años y se van a otro lado. Eso lo dejan muerto. Es una tierra que ya no sirve para nada absoluto y además contaminan los ríos cercanos”, argumenta.

El eurodiputado también apuesta por una reforma de la Política Agraria Común más justa, que no premie a los fondos de inversión, y por desmontar los tratados de libre comercio que hacen que dentro de la Unión Europea “compitan con la producción local otros productos que vienen de fuera y que no están sometidos a los mismos controles fitosanitarios”. “Yo he visto en Almería cómo llegan naranjas de Marruecos y se venden a unos precios mucho más bajos que los nuestros. Las naranjas de Marruecos no tienen los mismos controles ni pagan a sus jornaleros los mismos salarios”, dice. 

Antes de cerrar la jornada, el equipo de Pineda le recuerda que han quedado en enviar un mensaje de apoyo a Claudia Sheinbaum, la candidata de Morena en México. Buscan un cartel de campaña de Sumar y lo graban. Pineda recuerda el legado de Lázaro Cárdenas, que acogió a los exiliados por la represión del franquismo y le desea mucha suerte en las elecciones presidenciales del domingo. 

Pineda pasará la noche en Bilbao y luego viajará a Zaragoza, Madrid y centrará casi todo el final de la campaña en Andalucía, su comunidad natal y donde Izquierda Unida tiene una fuerza especial. El eurodiputado va como número cuatro de la lista de Sumar, un puesto que las encuestas sitúan en la zona de peligro. Por eso su partido se ha implicado especialmente en esta campaña, para tratar de que una de las voces de Palestina se siga escuchando en el Parlamento Europeo.

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