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Un año de las primarias del PP: Casado rebaja el tono y sus apariciones mediáticas, tutelado por los barones

Casado, esta semana, durante un acto organizado por la Cámara de Comercio de EEUU en España.

Iñigo Aduriz

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, se ha visto obligado a cambiar de raíz la estrategia que puso en marcha hace apenas un año, cuando ganó las primarias de la formación conservadora, tras el hundimiento del PP en las urnas que ha hecho que su presidencia se haya debilitado y penda de la voluntad de los principales barones autonómicos del partido.

De la hiperactividad que le caracterizó en sus primeros meses, con presencia en los medios prácticamente todos los días, el líder del PP ha pasado a un perfil más discreto, con apenas dos o tres actos públicos a la semana. Casado, además, se ha visto obligado a modular su discurso forzado por líderes autonómicos como Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno Bonilla, los dos barones con más poder, que le han reclamado un viraje al centro tras meses girando a la derecha.

Los equilibrios que debe hacer el líder del PP son delicados porque tras la batalla campal que mantuvo con Ciudadanos y Vox por cada voto conservador en dos campañas consecutivas, Casado necesita a la extrema derecha y al partido de Albert Rivera para mantener o ampliar su poder institucional.

Primera elección democrática

El próximo viernes se cumple un año del inicio de un proceso histórico: por primera vez desde su nacimiento, en 1989, el Partido Popular sometía la elección de su líder a la votación de sus afiliados tras la dimisión de Mariano Rajoy pocos días después de ser expulsado de la Moncloa por la moción de censura que presentó contra él Pedro Sánchez. El 5 de julio de 2018, unos 60.000 militantes del PP, apenas el 7% del conjunto de los 869.535 afiliados que dice tener el partido, votaban en la primera vuelta de las primarias.

El primer paso del proceso de sucesión de Rajoy lo ganó su exvicepresidenta en el Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. La sorpresa la dio el entonces vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado, que quedó segundo, mientras la otra favorita, la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, resultó la tercera más votada y, por tanto, quedó eliminada de la segunda fase de las primarias a las que, según la normativa interna, solo podían pasar los dos primeros.

Ese 5 de julio se inició la campaña para hacer presidente a Casado por parte de todos aquellos sectores del partido enfrentados con Santamaría, entre ellos la propia Cospedal. Y el joven candidato logró finalmente ganar las primarias a la exvicepresidenta, con el 57% de los votos de los compromisarios del XIX Congreso del PP, el 21 de julio.

El escenario, un año después de la votación de los afiliados, era impredecible hace tan solo 12 meses. Santamaría y Cospedal –las dos favoritas del proceso– están fuera de la política. La primera fichó por el despacho de abogados Cuatrecasas por 600.000 euros al año y, además, aceptó el ofrecimiento del Gobierno de Sánchez para formar parte del Consejo de Estado como consejera electiva. La exministra de Defensa se reincorporó a la Administración como abogada del Estado.

'Cesarismo' y control total

Casado, por su parte, también ha evolucionado desde ese 5 de julio de 2018. Hasta hace apenas un mes, su mandato estuvo caracterizado por la hiperactividad, con actos y apariciones en los medios prácticamente todos los días. El 'cesarismo' y su plan para hacerse por el control total del partido también marcaron sus primeros meses de gestión al frente del PP: tan solo dio un puesto en la cúpula del partido a afines a Santamaría, el de la vicesecretaría de Política Social para Cuca Gamarra.

La dirección popular intervino en todas las listas electorales –las de las andaluzas de diciembre, las generales del 28A y las municipales, autonómicas y europeas del 26M– para situar a afines en los puestos de salida y, a nivel programático, emprendió un giro a la derecha que se refrendó en la Convención Nacional de enero, que llevó a Casado a asumir los postulados de la extrema derecha en materias como la inmigración, el aborto o los derechos de las mujeres.

El hoy presidente de los populares también reconcilió al PP con su padrino político, el expresidente José María Aznar, que llevaba años desvinculado del partido por sus discrepancias con Rajoy, y cuyos afines forman hoy el equipo de confianza de Casado. Entre ellos están su jefe de Gabinete, Javier Fernández Lasquetty; una de sus asesoras de cabecera, Isabel Benjumea; su gurú económico, Daniel Lacalle o la diputada por Barcelona y posible futura portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo.

Todos esos cambios no han frenado el hundimiento electoral de los populares, que en los últimos meses han tenido que pelear cada voto de la derecha fragmentada en tres –PP, Ciudadanos y Vox–. En las generales del 28A, los populares obtuvieron el peor resultado de su historia –66 diputados, menos de la mitad de los 134 de hace cuatro años– y en las municipales y autonómicas del 26M bajaron en apoyo respecto a las de 2015, aunque han podido mantener algunos de sus feudos siempre con la ayuda de los partidos de Albert Rivera y Santiago Abascal, con quienes se encuentran en plenas negociaciones por los vetos cruzados entre ambas formaciones.

Una presidencia debilitada

Esos resultados han forzado a Casado a poner freno a la hiperactividad –ahora apenas cuenta con un par de actos públicos a la semana–, sobre todo después de que al día siguiente del 26M los principales barones del partido pusieran en cuestión su estrategia desde su triunfo en las primarias y le exigieran un giro hacia la moderación y el centro político para poder volver a ganar elecciones. Desde entonces, el líder del PP mantiene su liderazgo con la tutela de esos líderes autonómicos, que son quienes le sostienen en una presidencia debilitada en las urnas.

Los barones de más peso institucional y orgánico –entre ellos el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo y el de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla– pidieron hacer autocrítica, atribuyeron la mínima “recuperación” en las urnas a la exigencia de girar al centro que le realizaron a Casado tras la debacle de las generales, e insistieron en la necesidad de seguir apostando por la vía de la “moderación”, dejando así de lado el viraje a la derecha y el acercamiento a Vox que caracterizaron los primeros meses del líder del PP tras ganar las primarias.

Las discrepancias internas quedaron en evidencia en la convulsa comida que mantuvieron al día siguiente de las elecciones del 26M los líderes autonómicos del PP con Casado, al que reprocharon que no reconociera que el partido obtuvo mejores resultados que el 28A por el intento de girar al centro que habían forzado estos mismos dirigentes y que dos días después de las generales llevó al líder del PP a llamar por primera vez “extrema derecha” a Vox.

Ese pulso interno entre la dirección, que se reafirma ahora en su estrategia de llevar al partido a la derecha, y los barones, que abogan por la moderación, está ralentizando la toma de decisiones para la nueva legislatura, como la elección de los portavoces del PP para el Congreso y el Senado. Para la Cámara Baja, Casado quiere a Álvarez de Toledo, a la que rechazan barones como Feijóo y Moreno Bonilla por ser demasiado radical.

Los nombramientos marcarán, en todo caso, la estrategia y la línea política de la formación conservadora para los próximos cuatro años. Por el momento, Casado está consiguiendo escenificar la unión de las tres derechas que quedó retratada en febrero en la polémica concentración de Colón, a través de los acuerdos logrados con Ciudadanos y Vox para controlar ayuntamientos y comunidades autónomas. La dirección del PP lleva meses insistiendo en que esa “reconstrucción del centro derecha” se debe hacer desde los gobiernos de las instituciones, una idea acuñada por Aznar y que el líder popular pretende seguir a pies juntillas.

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