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CRÓNICA

Sánchez duda entre cortar el cable rojo o el cable azul y al final se decide por ambos

Pedro Sánchez se coloca la mascarilla en el escaño.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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En un cliché siempre estimulante en las películas de acción, el protagonista se encuentra ante la tarea de desactivar una bomba y el dilema se reduce a cortar el cable rojo o el azul. Eso sin contar con el reloj digital con la cuenta atrás que suele plantear otra duda. ¿Por qué los malos se toman la molestia de instalar un reloj en el artefacto explosivo? ¿Por qué no ponen los dos cables del mismo color? ¿Para ponérselo más fácil a los buenos? Eh, no te precipites. Tienes todavía dos minutos. Piénsalo bien. ¿Cable rojo o cable azul?

Pedro Sánchez lleva ya dos prórrogas del estado de alarma eligiendo el cable azul. Llamada a Inés Arrimadas. ¿Qué puedo hacer por ti? Clac. Ya está. Cable cortado. Abrazos. Sonrisas. Hemos salvado el mundo. The End. Títulos de crédito. Se encienden las luces del cine. Hasta la siguiente secuela.

En otras películas, las que son un poco malas, lo que ocurre es que tras desactivar una bomba se descubre que hay otra, con sus correspondientes cables y cuenta atrás. Ese es el problema de Sánchez. La bomba del estado de alarma es un asunto muy serio. No lo es menos la bomba de la legislatura. Y cada vez que corta el cable azul, el mecanismo del segundo explosivo se acelera. Queda tiempo, pensará Sánchez. Cuidado. No le llaman la cuenta atrás por nada.

Ahora la prioridad es sacar adelante las medidas excepcionales con las que combatir la pandemia y después ya se verá. Se lo dijo con frialdad la portavoz socialista, Adriana Lastra, a Gabriel Rufián: “Le dije que para el Gobierno no había nada más importante que sacar la prórroga del estado de alarma. Usted dijo que para Esquerra era imposible votar que sí. Lo demás, son matemáticas”.

“No es nada personal, Sonny. Son sólo negocios”. Negocios parlamentarios.

También hablaron de negocios los portavoces de los partidos que con su voto hicieron posible la llegada de Pedro Sánchez a Moncloa. “Vemos que empieza a desvanecerse el bloque de la investidura”, dijo Iñigo Errejón. “Estamos literalmente llevándonos por delante el espíritu de la investidura”, avisó Rufián. “O la mayoría de la moción o la derecha. Si apuesta por la primera, como en la investidura, tendrá camino que recorrer. Si apuesta por la derecha, perderá apoyos y tendrá un camino corto”, afirmó Mertxe Aizpurua, de Bildu.

Estos tres partidos votaron de manera diferente (sí, no y abstención), pero la base de su crítica era similar. El PSOE actúa en muchos momentos como si tuviera garantizada la mayoría en el Congreso, y eso no es cierto. No serán los cayetanos y sus cacerolas de diseño las que hagan caer a este Gobierno en 2020 y sí podrían hacerlo los socios de la investidura cuando se les agote la paciencia.

Ahí es donde entra en escena la noticia que se produjo a última hora del miércoles con el acuerdo de PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu para la derogación de la reforma laboral aprobada en los tiempos del Gobierno de Rajoy (y que fue lo que permitió la abstención de Bildu en la votación). Fue una jugada que no estaba prevista en la jornada parlamentaria. La propia ministra de Trabajo había dicho meses antes que una derogación sin más no era posible. La vicepresidenta económica había dejado claro su rechazo a esa opción. Habrá que ver cómo se plasma en los próximos días.

De momento, ya sabemos que un primer texto del acuerdo se refería a la derogación “íntegra” de la reforma. Por la noche, se corrigió. Ya no era íntegra y se limitaba a la validez de los convenios colectivos (impedir que decaigan tras la finalización de su vigencia y primar los convenios sectoriales) y a acabar con los despidos por absentismo a causa de bajas por enfermedad.

Hay algo de lo que podemos estar seguros. Sánchez también estaba pensando en el cable rojo.

Ciudadanos pensará ahora que le han engañado, aunque por otro lado su portavoz precisó que no votaban a favor de continuar con el estado de alarma con el fin de apoyar al Gobierno, sino por la situación de emergencia creada por la pandemia. Pero seguro que no esperaban la noticia del pacto con Bildu con el que se cerró el día.

Sánchez consiguió la prórroga que buscaba con el apoyo del PNV y Ciudadanos. Por lo que respecta a este último partido, era una solución coyuntural que tenía su lógica. Entrar a fondo en una negociación con ERC era un camino incierto en un momento en que había que solucionarlo todo en cuestión de unos pocos días. El propio Rufián lo sabe, porque él no estaba por la labor de votar en contra de la anterior prórroga. Son demasiados frentes los que están abiertos en la política catalana como para poder afrontarlos en poco tiempo.

La geometría variable es un concepto que se hizo popular en la presidencia de Bill Clinton y que tenía un cierto sentido en la política norteamericana de entonces. En la España actual, sólo vale para los que van de listos por la vida. Esos que andan tan crecidos y satisfechos de sí mismos que terminan estampándose contra una puerta de cristal. Gracias al acuerdo con Bildu, la puerta ha pasado cerca de Sánchez, pero sin darle.

Ciudadanos intenta encontrar su propio espacio político, ahora con la modestia de diez escaños, y dejar de ser el ayuda de cámara del PP al que le encargan que lleve la cacerola del señorito para hacerla sonar cuando se lo indican. Si tiene éxito, tendrá más opciones de ser relevante. No significa que se haya hecho sanchista. “No se equivoque. No tiene nuevos socios”, dijo Edmundo Bal a Sánchez. “Efectivamente, no estamos eligiendo socios”, respondió Sánchez.

Casado y Abascal compiten en enseñar los dientes

En la derecha de las dos cabezas, no hubo novedades en el frente. Tocaba otra vez fuego intenso de artillería. La competencia entre Pablo Casado y Santiago Abascal es dura. Creen dirigirse a los mismos votantes y no pueden despistarse. Se impone el estilo más callejero. “¡Te vas a enterar!”, gritó el diputado José Ignacio Echániz, del PP, a Adriana Lastra. A la salida te espero, como se decía en el colegio.

Casado se revolvió contra el confinamiento, como si ningún país del mundo lo hubiera adoptado para enfrentarse al coronavirus. Lo llamó “esta brutal reclusión”. El líder del PP ha pedido una paga extra para el personal sanitario, pero no cree que les deba salir gratis. Les toca seguir jugándose el cuello para que en el barrio de Salamanca puedan salir con total libertad a tomarse el gintonic.

El Colegio de Médicos de Madrid, que siempre ha sido un sólido reducto del conservadurismo social, no tiene nada claro que la Comunidad que preside Díaz Ayuso pueda pasar a la Fase 1, sobre todo por las carencias en Atención Primaria, que resulta ser la futura primera línea de combate contra el coronavirus, y no los hospitales. “Si hemos podido aguantar dos meses confinados con toda la pérdida económica que significa para las familias, no sólo para las empresas, es preferible esperar unos días más a tener que echar marcha atrás no una semana, sino dos meses”, ha dicho su presidente.

Ese es un mensaje que el PP no está dispuesto a escuchar. Tiene a Vox echándole el aliento sin mascarilla. No es el coronavirus lo que más le preocupa, sino que la extrema derecha le chupe los votantes. Hasta la encuesta de La Razón, con un 61%, da un apoyo mayoritario a la prolongación del estado de alarma. Ahora mismo Casado sólo está preocupado por lo que diga una parte muy concreta de los votantes.

Abascal estaba avisado de que su rival podía intentar superarle por la derecha. Optó por las amenazas personales. Acusó al Gobierno de utilizar “el matonismo político y el chantaje”. Para que no le confundieran con los blandos del PP, elevó después el tono del aviso dirigido a Pablo Iglesias: “No envíe a sus lacayos (que todavía no han aparecido). Venga usted mismo a nuestras casas”.

Y así lo solucionamos todo a puñetazos y se quedará con el Gobierno el que se sostenga en pie después de enviar al otro al hospital. Mucho más rápido que las urnas. Esa no te la esperabas, Casado.

Nota: artículo actualizado con la noticia del pacto sobre la reforma laboral.

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