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CRÓNICA

Las existencias de veneno de sapo se han acabado en el Congreso

Javier Maroto señala a gritos al portavoz de Más Madrid, Eduardo Fernández Rubiño, en el Senado.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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2020 nos ha dado muchas noticias inauditas, las suficientes para tener una digestión que dure décadas, pero este miércoles se ha superado. Un actor porno detenido por su relación con la muerte de un fotógrafo en Valencia por el uso de veneno de sapo para solucionarle la adicción a las drogas. La noticia es sorprendente, porque todos pensábamos que las existencias de veneno de sapo se habían acabado hace tiempo por su amplio consumo en el Congreso. No porque haya un problema de drogadicción en las Cortes, que quede claro.

Tocaba aprobar la última prórroga del estado de alarma. Esta vez sin incógnitas. El Gobierno tenía los votos suficientes. A partir de ahí es donde entró en acción el veneno de sapo con su poder alucinógeno. La estrategia de Pablo Casado en relación a las medidas excepcionales por la crisis del coronavirus ha ido tocando todos los palos posibles –sí, abstención y no– en la línea de lo que ha sido el mandato del líder del PP. Ahora está firmemente enclavado en el 'no', presionado por la oposición a todo lo humano que surge de Vox. Y está furioso, no tanto como Abascal, pero sí muy furioso.

Empezó recordando el día en que el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría se hizo fuerte en el escaño de Mariano Rajoy cuando su ocupante estaba en un restaurante en una sobremesa que casi duró más que la sesión vespertina del debate de la moción de censura: “Anteayer se cumplieron dos años desde la moción de censura que le aupó al Gobierno de España a lomos de todos aquellos que quieren destruirla”. Un momento extraño para recordar el fracaso del PP en la moción surgida de la sentencia de la Gürtel.

La alucinación se hizo más manifiesta cuando Casado destacó que Pedro Sánchez “ha tenido que celebrar dos elecciones generales”. Él ha perdido las dos, la primera de forma humillante con el peor resultado para el PP desde 1979. Por qué necesitaba destacarlo es un misterio difícil de explicar.

Pasó después a explicar cómo Sánchez había destruido España. Sólo le faltó decir que Sánchez había traído el coronavirus con sus propias manos, pero sí denunció que el Gobierno ha ocultado el número de muertos por la pandemia. “¿Cómo es posible que, según el Instituto Carlos III, haya 43.000 víctimas, o según las funerarias, 44.000, y usted solo reconozca 28.000?”, preguntó.

Esa disparidad entre cifras registradas de fallecidos por la enfermedad y exceso de muertes existe en España, Francia, Italia y Reino Unido, especialmente en el último caso. Es una demostración de cómo la Covid-19 arrolló todos esos sistemas sanitarios –las autoridades intentan tranquilizarnos y contarnos que el sistema estuvo “a punto de” llegar al colapso– y de las diversas formas de intentar discernir hasta dónde ha llegado la mortalidad. Hay razones que explican los números diferentes y no se puede negar que todos ellos están condicionados directa e indirectamente por la pandemia. Esos datos salen de organismos de la Administración. Para Casado, todo es una conspiración.

Un poco de Shakespeare y unas gotas de Stalin

“Con las maletas cargadas de ingeniería social, populismo y agitprop”. Con estas frases, quedó claro por qué Casado no puede prescindir de Cayetana Álvarez de Toledo. Su discurso estaba lleno de las enumeraciones retóricas habituales en la portavoz parlamentaria del PP. Hasta incluía una cita de 'Hamlet': “Pero recuerde a Shakespeare: 'Con el cebo de una mentira se pesca una carpa de verdad'. Y a usted le acabarán pescando”. La última frase es de su cosecha y no tiene mucho que ver con la anterior. Hasta para citar a Shakespeare hay que saber.

Luego volvió a referirse a la cifra de muertos, a los supuestamente borrados. “¿Como los totalitarios que borraban a sus enemigos, usted borra a los muertos?”. Tirar de Stalin es otro nivel, mucho mejor que Venezuela, dónde va a parar.

Sin las urgencias de la anterior votación de la prórroga, Sánchez pareció más relajado. Ya no había que sacarse de la manga un pacto de última hora con rectificación nocturna. Tuvo su momento alucinógeno cuando se lanzó a una soflama patriótica: “Tenemos un país extraordinario. El mejor país del mundo” (eso que a Rajoy le gustaba decir tanto, se ve que va con el cargo). Si fuera el mejor, no tendríamos tantos muertos. También dijo que “el sistema sanitario en manos de las comunidades autónomas ha funcionado”. Si fuera así, habrían tenido desde la primera semana el material de protección necesario.

El presidente se dejó de ensoñaciones sobre un posible cambio de actitud en el PP y pasó a hacer oposición de la oposición, que es algo que por lo demás hacen todos los gobiernos: “Ustedes son el partido de la provocación permanente”. En la réplica, hizo la broma de repetir varias veces “señor Casado, señor Abascal”, como si fueran un monstruo de dos cabezas. Casado se picó tanto que le respondió con rabia “señor Sánchez, señor Otegi, señor Torra, señor Junqueras”.

Sobre la polémica por el cese del coronel Pérez de los Cobos, Sánchez presumió de que con su Gobierno “no habrá nunca, nunca, nunca una mal llamada policía patriótica”, cuyo copyright está en manos del Gobierno de Rajoy. Pero luego tiró del sapo para llegar más lejos: “Es el ministro de Interior el que está colaborando con la justicia para acabar con la policía patriótica”. En realidad, ese grupo policial de asuntos sucios se disolvió con la jubilación de su responsable. Los integrantes pasaron a recoger los beneficios de sus hazañas con nuevos destinos.

El Congreso siempre lleva la iniciativa en política parlamentaria, pero el día antes el Senado había demostrado también que su consumo de sapo alucinógeno no tiene nada que envidiar. Eduardo Fernández Rubiño, de Más Madrid, recordó que el líder del Ku Klux Klan había elogiado a Vox, socios del PP en Andalucía (“ustedes gobiernan con los fascistas”). Era casi verdad, no del todo. Quien envió el mensaje fue David Duke, que había sido jefe máximo del KKK en los años 70.

Javier Maroto empezó a pegar gritos, a pedir el derecho a réplica, que no tenía, y decidió ordenar a todos los senadores del PP que abandonaran el pleno. Máximo distanciamiento social con las normas del Senado. Y luego dicen que el veneno de sapo es caro.

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