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Las magdalenas de la izquierda se queman en el horno de Madrid

Manuela Carmena en su intervención en la noche del domingo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Eran las once y diez de la noche y Pablo Casado veía delante de él un abismo de dimensiones descomunales. Su único consuelo era que los barones del PP que podían pedirle cuentas, ahora o en el futuro, estaban viendo que perdían algunas ciudades importantes. A esa hora, el PP supo que mantenía el control de Málaga y, lo más importante, vio cómo la suma de Más Madrid y el PSOE perdía la mayoría absoluta en la ciudad de Madrid. Manuela Carmena no sería alcaldesa. De repente, llovía menos sobre Casado, el líder que amenazaba con sumar derrotas en cada una de sus citas electorales.

El abismo se cerraba un poco y dejaba el espacio suficiente para hacer una pequeña fiesta, una improvisada con cuatro mesas metálicas. Las escasas esperanzas en la sede de Génova en la noche del domingo habían hecho que ni siquiera montaran el escenario habitual en la primera planta al que se llega a través del despacho de la líder del partido en Madrid. De repente, tenían algo que celebrar, algo tangible, además de otra cosa más difícil de vender porque puede parecer que te conformas con el segundo puesto.

Ciudadanos fracasó en su intento de superar al PP en las europeas y en algunas plazas relevantes. Si el partido de Albert Rivera no ha conseguido su particular 'sorpasso' ante un PP en el estado más comatoso de su historia, quizá haya que pensar que nunca se producirá.

El PP presentaba en Madrid a un candidato a la alcaldía bastante desconocido y una candidata a la presidencia autonómica propensa a los errores más embarazosos. La mezcla, salida del laboratorio de improvisaciones de Casado, funcionó, y eso sólo pudo ser posible gracias a la ayuda que procedía del otro lado. 

La ruptura dentro de la izquierda

Lo que se llamó izquierda rupturista terminó por ser especialmente efectiva en provocar la ruptura dentro de sí misma. Primero, se produjo el divorcio entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Luego, Ahora Madrid no supo contener sus tensiones internas. Carmena fue incapaz de mantener la coalición que había sido decisiva en la victoria de 2016. O no tenía mucho interés en hacerlo. Abrió una grieta por su izquierda y en ella cabía otra candidatura, o eso creían sus propulsores. Errejón completó su huida de Podemos y se alió con Carmena, una decisión que sólo podía provocar la furia de Iglesias. En la campaña, el líder de Podemos no ocultó que prefería apoyar a Madrid en Pie. Incluso con el argumento de que Carmena “ganará pase lo que pase”, lo que él sabía que no era cierto. En la jornada de reflexión, terminó de dejar claras sus preferencias.

Madrid en Pie se quedó en un 2,6%. Sus votos no hubieran servido para dar la vuelta al resultado. Las causas del fracaso son más profundas y tienen una vertiente colectiva que habrá que analizar, pero en política es bastante habitual que los partidos decidan que la forma más fácil de afrontar los reveses es mirar para adelante y olvidarse de lo que ha pasado. 

Las llamadas 'ciudades del cambio' se han quedado muy rápidamente en un recuerdo con unas pocas excepciones. No es sólo Madrid. Es también Barcelona, A Coruña, Santiago o Zaragoza. 

Lo más previsible de la jornada electoral fue la victoria del PSOE en las europeas, tanto que hizo que Pedro Sánchez compareciera por la noche. El presidente sale fortalecido, porque además varios de sus barones regionales se quedarán más tranquilos. Casado consigue una prórroga de larga duración. Rivera se queda empantanado en el lugar que puede ser su punto de llegada para siempre. Podemos sufre todas las consecuencias de su proceso de autodestrucción. En su duelo personal con Errejón, Iglesias sale claramente derrotado en las autonómicas de Madrid (veinte escaños a siete). Junqueras y Puigdemont consiguen lo que querían: un escaño en Estrasburgo para mantener abierta la estrategia de la tensión. 

Hace algún tiempo, cuando Errejón negociaba con la dirección del partido la candidatura a la Comunidad, Pablo Iglesias advirtió de que los votantes no iban a permitir “ni media tontería”. Ahí no estaba equivocado. Han ocurrido demasiadas tonterías. La paciencia de muchos de sus votantes se ha acabado.

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