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Felipe González cree tener una solución para Venezuela y no pasa por negociar

Bertín Osborne escucha una de las largas intervenciones de Felipe González.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Felipe González tiene un par de cosas que decir sobre Venezuela, y quien dice un par puede subir la cifra a cien o doscientas. El expresidente cuenta con una gran capacidad para abstraerse de lo que le rodea. Es decir, participa en una conversación con otra persona, y el que habla es él. Cinco minutos seguidos. Diez minutos. Quince minutos. Con 77 años, no está ya en una edad en la que permita que le interrumpan.

Tampoco cuando le invita la Fundación Internacional para la Libertad que preside Mario Vargas Llosa para compartir mesa este lunes con el escritor y con un moderador tan singular como Bertín Osborne. El introductor del acto lo anunció como “periodista y presentador televisivo”. Si Bertín Osborne es periodista, pronto veremos a Melendi escribiendo sobre los tipos de interés en una época de incertidumbre económica. Ese será el momento de invertir los ahorros en lingotes de oro y comida enlatada. Los que no tengan dinero pueden escuchar con atención los anuncios de Securitas Direct en la radio ambientados con la banda sonora de 'Saw'.

Cómo fue la cosa que el gran momento del atribulado reportero Osborne fue poner fin al acto diciendo: “Me ha encantado moderar esto”. El público estalló en carcajadas. La única forma de moderar a Felipe González en mitad de su monólogo cuando habla de Venezuela es amenazarle con un martillo, un gesto que el Código Penal castiga con severidad, aunque en este caso algún atenuante sí que podría caer.

González está firmemente anclado en el ala más derechista de la oposición venezolana. Ha pasado de un tiempo en que era como mínimo escéptico ante las ventajas de una negociación con el Gobierno de Caracas –de ahí sus críticas a las gestiones que hizo Rodríguez Zapatero– a su posición actual, que es, si cabe, mucho más negativa. 

Negociar para qué

En términos generales, lo explicó así: “El problema es tener claro desde el minuto uno para qué se sienta uno en la mesa de negociación. Si no se tiene claro, quien se beneficia es la tiranía de Maduro (el presidente del país), que es una mezcla de dictadura y arbitrariedad”. 

¿Qué significa tenerlo claro cuando el Gobierno suele contar con más poder que la oposición? “Los derechos no se negocian. Se exigen”, afirmó. Luego subió la voz para decir: “¡Hay que plantarse! (aplausos en la sala en la que estaba Isabel Preysler, esposa de Vargas Llosa, que lucía unas grandes gafas de sol a las nueve de la mañana en un local con no demasiada luz) No me siento en esa mesa para comerciar con carne humana”. Se había referido antes a la costumbre del Gobierno de Fidel Castro de poner en libertad a disidentes con ocasión de la visita de autoridades extranjeras. Le salía gratis, porque siempre podía detener a más gente, dijo.

La paradoja es que González estuvo en 1986 en Cuba. Se reunió varias veces con Castro, se fue de pesca con él, asistió al espectáculo del Tropicana y consiguió la libertad de Eloy Gutiérrez Menoyo, que había estado 21 años encarcelado por intentar derrocar al Gobierno castrista. Nadie acusó entonces a González de andar comerciando con carne humana. 

González explicó que los mediadores noruegos que ahora están promoviendo un intento de diálogo en Venezuela estuvieron en contacto con Alfredo Pérez Rubalcaba antes de su muerte para verse con él. Se mostró a favor de reunirse con ellos, pero hasta ahora no se ha concretado nada.

El expresidente está en contra de la negociación, porque pone el listón tan alto que la convierte en imposible. A saber, no reconocer la legitimidad del Gobierno de Maduro y de la Asamblea Constituyente. “Cuando se cumpla la Constitución, empezamos a negociar”. Si no reconoces al adversario, este no tiene ningún incentivo para dialogar. 

Su propuesta es que haya un “Gobierno de transición” en el que no esté Maduro, pero que sí incluya al partido en el poder y a los militares. Como la mayoría de la oposición, parece haber puesto toda su confianza en los uniformados: “Los militares no se fían de Maduro y no confían en las condiciones que plantea la oposición”. Es decir, habrá que mejorar esta última oferta.

Lo que sí ha recomendado a Juan Guaidó –presidente de la Asamblea venezolana y autoproclamado presidente del país– es que deje de anunciar sus planes: “Le he pedido, no vuelvas a señalar el día D y la hora H, porque esto es un proceso. Eso (anunciar el día D como la fecha en la que caerá Maduro) sólo genera frustración”. Que es lo que ocurrió entre los partidarios de la oposición después del fracaso del golpe que se inició con la liberación de Leopoldo López. 

Las extrañas prioridades de Vargas Llosa

Estando González y Vargas Llosa en la misma mesa era inevitable que utilizaran varias veces la palabra 'populismo' en tono sombrío. Lo que ya se salía del guión –sólo un poco– es que el escritor peruano se mostrara tan relajado con la llegada al poder del presidente brasileño Jair Bolsonaro, conocido por sus ideas racistas, homófobas y militaristas. Lo considera un hecho indeseable, pero poco peligroso. “El éxito de Bolsonaro es el resultado de la enorme corrupción. El populismo ha llegado al poder en Brasil, pero no es la verdadera vocación del pueblo de Brasil”. No lo será, pero 58 millones de brasileños votaron a Bolsonaro. La derecha brasileña apostó por un candidato de extrema derecha que un par de años antes era sólo un personaje tan conocido como extravagante. Los Vargas Llosa brasileños no tuvieron ningún escrúpulo. 

La obsesión de Vargas Llosa por el populismo es real, pero aún hay clases. Dijo estar muy preocupado por México “por tener en la presidencia a un populista con un poder extraordinario que podría destruir la democracia en México”. 

Andrés Manuel López Obrador ha sucedido a los mandatos de los presidentes Calderón y Peña Nieto que sufrieron cifras de asesinatos en la fracasada guerra contra los cárteles de la droga que alcanzaron niveles espeluznantes. Hasta ahora, Obrador ha intentado mostrarse pragmático en las relaciones con EEUU y no entrar a las provocaciones de Trump.

Pero resulta que el peligro para la democracia es él, y no el neofascista Bolsonaro. 

Felipe González no contestó al escritor. Sólo le interesaba hablar de Venezuela.

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