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Gramshi, la ciudad del misterio de los kaláshnikov “Made in Albania”

Gramshi, la ciudad del misterio de los kaláshnikov "Made in Albania"

EFE

Gramshi (Albania) —

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La aislada localidad de Gramshi no es sólo el origen familiar del comunista italiano más famoso, Antonio Gramsci, sino lugar de producción del arma más popular “Made in Albania”, el fusil automático kaláshnikov, un secreto que aún permanece vivo.

Construida en 1962 con la ayuda china de Mao Tse Tung, la planta militar se sitúa en el pueblo de Çekin, a tres kilómetros de la ciudad de Gramshi, en el ombligo del país, camuflada entre montañas por donde serpentea el río Devoll.

La zona parece un museo del comunismo con monumentos que evocan la lucha partisana en la Segunda Guerra Mundial, fotos del exdictador estalinista Enver Hoxha en bares frecuentados por pensionistas y campesinos que todavía aran la tierra con caballos.

Las familias de los obreros que iban a trabajar a la fábrica se establecieron en modestos edificios, casi dormitorios, construidos con ladrillos al mismo tiempo que la fábrica.

“A los obreros llegados de los alrededores, los elegían de las familias fieles al partido comunista”, cuenta e Efe Tomor Balliu, de 72 años.

Vigilado día y noche por soldados armados nadie se atrevía a echar ni siquiera un vistazo al pasar junto a la planta considerada secreto nacional.

Para dificultar el acceso a los ajenos se había dejado a propósito la carretera en mal estado, y los únicos que sabían de la producción de los fusiles eran los comandantes militares y los 800 operarios que fabricaban estas armas poderosas y letales, el orgullo del antiguo Ejército Popular.

“Cuando me preguntaban mis hijos a qué se dedicaba la fábrica les decía que producía picos y palas para la agricultura”, confiesa a Efe Sadete Pepa, que hizo de tornera durante siete años en esta planta.

En su primer día de trabajo, igual que todos los demás obreros, Sadete tuvo que jurar que se llevaría a la tumba su secreto.

El miedo que les infundió el régimen para no desvelar lo que hacían dentro de la fábrica era tan fuerte que aún hoy se manifiesta, pese a que el comunismo ha caído hace 25 años.

“El miedo desaparecerá de nosotros cuando desaparezca el sol de la Tierra”, dice un pensionista que se niega a charlar sobre su trabajo en la fábrica.

Hablar de este secreto militar en público durante el comunismo se castigaba con varios años de cárcel por revelar información al enemigo y traición a la patria.

La dotación del Ejército con los mejores armamentos de la época, desde los kaláshnikov hasta los aviones de combate MIG y submarinos, formaba parte de la estrategia de militarización del país que creía necesario protegerse contra un potencial ataque imperialista y revisionista que nunca llegó.

El dictador estalinista Enver Hoxha convirtió a la Albania comunista en la tierra de los búnkeres y a todo el pueblo en soldados.

“El kaláshnikov que se producía aquí era muy bueno. Se trabajaba con precisión de un milésimo de milímetro, y al final, para probar la calidad del arma, se disparaba en el polígono que había debajo de la fábrica”, afirma Kadri, especializado en calibrar las armas.

El rendimiento creció en la década de los 80 cuando la posibilidad de un ataque fue mayor por ser Albania el único país europeo que construía por sus propias fuerzas el socialismo.

En aquellos años hombres y mujeres trabajaban en tres turnos para cumplir la norma de producir entre 400 y 500 ejemplares al día. Este ritmo siguió hasta 1991 cuando cayó el comunismo.

Seis años más tarde, durante las revueltas populares de marzo de 1997, la fábrica militar fue saqueada, igual que los depósitos militares en todo el país y en manos de la población cayeron unos 750.000 kaláshnikov del Ejército, la mayoría de los cuales se vendieron, inclusive a terroristas, fuera del país.

“En 1997 los kaláshnikov se vendían por las calles de Gramshi junto con los puerros y cebollas y a precio de ganga”, dice Kadri.

Actualmente la planta ha quedado reducida a un esqueleto de ladrillos rojos, y en el patio cubierto de vegetación se encuentran montañas de cajas vacías de cartuchos que han sido destruidos recientemente en uno de los talleres que ha podido sobrevivir a la furia popular.

La planta en ruinas ha alimentado la nostalgia de los ancianos sobre los “gloriosos tiempos pasados” cuando todos trabajaban y ha incitado a los jóvenes a abandonar esta pobre ciudad de 14.000 habitantes -la mitad que en sus épocas de apogeo- que ahora ya no les ofrece futuro.

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