La memoria colectiva asocia la figura del folclorista Agapito Marazuela (1891-1983) a una dulzaina como recopilador e intérprete, pero fue bastante más: un hombre represaliado durante el franquismo por ser un “buscador y difusor de la cultura popular”, ha explicado la realizadora Lidia Martín.
Colaboró con las Misiones Pedagógicas durante la II República, desde su militancia en el PCE fue un férreo defensor de los derechos y libertades durante la Guerra Civil, y fundó junto al escultor Emiliano Barral las Milicias Antifascistas de Segovia para colaborar en la defensa del Madrid asediado por el ejército de Franco.
De esta faceta como activista social, fruto de un acentuado sentido ético y humanista habla el documental titulado “La estatua partida”, una evocación biográfica del también investigador, maestro y concertista que la realizadora Lidia Martín ha presentado en esta 64ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).
“Ha sido uno de los mejores músicos del siglo XX a nivel internacional que no pudo prosperar después de la Guerra Civil porque lo castigaron por ser un buscador y difusor de la cultura popular”, ha explicado este jueves en una entrevista con la Agencia Efe.
Nacida en Hontalbilla (Segovia), aunque afincada desde hace años en Toulouse (Francia), Lidia Martín conoció a Marazuela durante los años setenta, durante la participación del folclorista en un acto de reivindicación regionalista castellana, “y desde entonces se me quedó la idea de poder hacer algo por su figura”.
Y lo ha hecho ahora para recordar la figura no solo de quien fue un consumado intérprete y concertista de guitarra clásica durante los años veinte y treinta del pasado siglo, sino también para restaurar su memoria como defensor de derechos y libertades, lo que pagó con su estancia en varios penales y la correspondiente cuota de ostracismo durante el Franquismo.
Conoció y colaboró con el poeta Antonio Machado, el escultor Emiliano Barral y el pintor y ceramista Daniel Zuloaga, “entre muchos otros que hicieron lo que pudieron para sacar adelanten a España de ese agujero tan terrible”, ha añadido la cineasta.
De la boca de su madre, Martín escuchó las canciones que Agapito Marazuela recogió en pueblos de Ávila, Segovia y Valladolid, las provincias donde mayoritariamente era contratado para amenizar fiestas patronales o familiares con la dulzaina, instrumento que elevó a la categoría de símbolo de una tierra.
“En mi caso, en Francia, donde apenas se conserva el folclore en algunas regiones, valoro mucho la fortuna de haber tenido a una persona como Agapito Marazuela”, ha manifestado la autora del documental, cuyo título alude a la escultura que le dedicó José María García Moro y que se alza en una plazuela de Segovia.
Segovia y las poblaciones segovianas de Cúellar, Carbonero el Mayor y Valverde del Majano, solar natal de Marazuela, han sido algunos de los escenarios del rodaje junto a la muralla de Urueña, dentro de un documental con testimonios entreverados por las actuaciones musicales de Eliseo Parra, Ismael y María Salgado, entre otras.
Entre los personajes que han glosado la personalidad de Agapito Marazuela figuran los etnógrafos Joaquín Díaz, Carlos Porro, Ignacio Sanz y Carlos Blanco; el pintor y maestro vidriero Carlos Muñoz de Pablos; la musicóloga Inés Mogollón; los intérpretes Ismael, Fernando Ortiz, Julia León, María Salgado y Eliseo Parra; y el constructor de dulzainas Lorenzo Sancho.
Por su vinculación con el maestro y grado de fidelidad destacan las evocaciones de algunos de sus discípulos como el guitarrista Eugenio Urrialde y el fiscal y dulzainero Joaquín González-Herrero.
Su origen humilde, hijo de un vendedor de tejidos, la temprana pérdida de un ojo y el deterioro de otro, su incansable dedicación a la música, la faceta recopiladora, el ostracismo durante la dictadura y los años postreros al frente de una modesta cátedra musical sostenida por la Caja de Ahorros de Segovia, también evoca este documental dedicado al autor del “Cancionero Castellano” (1981).
Por Roberto Jiménez