Todo es una mierda. Albert Boadella contempla el mundo en el que le ha tocado vivir y no oculta su desprecio. La universidad es una fábrica de idiotas. Las ideas progresistas y su “infantilismo” han convertido a los ciudadanos en menores de edad. El teatro está dominado por las subvenciones públicas. El arte no figurativo es un engendro y la culpa es de Picasso. La música actual hace daño a los oídos, porque sólo vale Beethoven. Los toros, bien, eso sí que es un arte, no como el cine. Al igual que el meme del padre de Homer Simpson, Boadella grita indignado a las nubes.
El actor y director teatral de 79 años publica un libro cuyo título –'Joven, no me cabree'– parte de una premisa incorrecta. Él siempre está cabreado. No es necesario que alguien intente enfurecerlo.
La obra es un diálogo con un joven que está realizando un doctorado sobre el teatro y que acude a verle para intercambiar opiniones. El chico es una factoría de estereotipos y habla como un robot: “Busco plasmar una expresión semiótica de la relación verdad-mentira o más concretamente de la revelación-ocultamiento para así sacudir la pereza mental de esta sociedad anclada en valores agotados”.
Evidentemente, Boadella escribe las frases del contrincante y hace lo posible para que parezca un asno pedante. Como cuando Fox News elige a un periodista no muy brillante en sus tertulias televisivas con el fin de que los demás le sacudan a gusto. Si caricaturizas a tu rival, siempre es más fácil ganarle.
Boadella fundó la compañía teatral Els Joglars en 1962, de la que fue su director hasta 2012. La obra 'La torna' lo envío a prisión en 1977 y a un consejo de guerra. Tomó la decisión inteligente de huir a Francia. Sus obras fueron un referente teatral de primer orden en los años setenta y ochenta y un permanente aguijón provocador contra el nacionalismo burgués de Jordi Pujol. Sin muchas posibilidades de actuar en Catalunya –las instituciones controladas por CiU se ocuparon de eso–, al grupo le tocó buscar otras latitudes. Els Joglars disparaba contra todas las formas de poder. La crítica les adoraba.
“El poder más restringido y cercano suele ser el más opresor, por ello se hace imprescindible ampararse en la tradición liberadora del humor, la sátira y el sarcasmo a fin de compensar la prepotencia”, escribió Boadella a cuenta del estreno de 'Ubú President'.
Pasado el tiempo, fue adoptado por Esperanza Aguirre para que dirigiera los Teatros del Canal entre 2009 y 2016 y su sátira descarnada pasó a apuntar en una sola dirección. Boadella asumió el discurso del PP de Madrid para denunciar el contubernio izquierdista-nacionalista. Lo hacía con más gracia que Aguirre, pero no dejaba de ser lo mismo que había criticado: otro artista que complace al patrón que le da empleo burlándose de los enemigos de ese poder.
Por eso, le gusta tanto a Cayetana Álvarez de Toledo, que escribe el prólogo del libro: “Las páginas que siguen son una exhibición de sabiduría, sensatez y sentido del humor”. Como cuando Boadella lanza una de sus diatribas contra el sistema educativo y el estado en que deja a sus alumnos con la ya muy gastada mención a la decadencia de la civilización occidental: “No sólo los chinos, hasta los moros se los van a merendar”. Un poco de racismo coloquial y la acostumbrada ignorancia sobre la inminente caída de Roma a manos de los bárbaros.
Pocos asuntos provocan debates tan intensos y exagerados como aquellos en que se combate con la palabra sobre lo que es o no es cultura. Boadella se zambulle en ellos con la intolerancia de quien piensa que sólo él puede establecer el canon.
Lógicamente, no le vale con elogiar con toda la razón a Beethoven o Velázquez. Tiene también que ridiculizar lo que vino después. El Prado es maravilloso, porque “incita a la vida”. Por tanto, su supuesta némesis, el Museo Reina Sofía, “es el tanatorio donde se expone la muerte del arte en nuestro tiempo”.
No está pensando exclusivamente en el arte apoyado por los museos públicos españoles. Encierra a Kandinsky, Miró, Rothko y Tàpies en el apartado de “garabatos infantiles y mugre enmarcada”. Sólo ve basura en las paredes de los museos de arte contemporáneo.
Qué no dirá entonces de la música. Ahí el ser humano ha retrocedido hasta los tiempos del Neandertal: “La música tribal de hoy no le servirá de nada. Son gritos primarios y groseros”. Lo gracioso es que pone en boca del joven coprotagonista una protesta que incluye ejemplos de la música que sí tiene valor en su opinión. “Están Britney Spears, Katy Perry y Lady Gaga”. No es que haya que burlarse de estas intérpretes para poder reírse de las malas artes de Boadella. Seguro que ha tenido que buscar los nombres en Google. Las tres son mujeres, claro.
En una entrevista en El Mundo, se queja de que una de sus últimas obras, ¿Y si nos enamoramos de Scarpia?, que trata sobre “cuestiones feministas”, no se representara fuera de Madrid. El programa cita “la ola actual de macartismo que sufre EEUU”. No hay que leer mucho más para saber que está hablando de la lucha por los derechos de la mujer.
Viniendo de alguien que dijo que “las manos de un macho no están para estar quietas precisamente” al opinar sobre las acusaciones a Plácido Domingo, es fácil imaginar su opinión sobre las relaciones entre hombres y mujeres, sobre quién debe estar arriba y quién abajo.
Boadella tiene una elaborada visión sobre el teatro. Pero es a cuenta de la vida sobre lo que tiene opiniones más gruesas y con las que da el último consejo a su aprendiz: “¡Hay que tener cojones!”. Sólo le falta acodarse en la barra, pedir a gritos un coñac y esperar a que pase una chica para plantarle una mano en el culo.