Albert Rivera se ha convertido en un jubilado de la política con 40 años. Los cumplió este viernes, cuatro días después de poner fin a trece años de carrera en los que ejerció un hiperliderazgo total sobre Ciudadanos. Candidato, líder, inspirador de los vaivenes ideológicos y responsable máximo de los fichajes y la política de alianzas que han convertido a un partido que pretendía ser de centro, en socio del Partido Popular y de Vox en numerosas instituciones.
Todo empezó el verano de 2006, cuando Rivera fue elegido presidente de Ciudadanos casi por pura chiripa, tras despuntar en las ligas de debate universitario. El partido había nacido en Catalunya como un instrumento para combatir a los nacionalismos y tras el salto a Madrid trató de situarse en la moderación liberal siempre siguiendo la obsesión de su líder: alcanzar la presidencia del Gobierno con un mensaje regenerador que pudiera captar desencantados por la izquierda y la derecha en los años en que el bipartidismo daba ya síntomas de agotamiento. Ciudadanos llegó a rozar la cima en las encuestas durante 2018 cuando el CIS lo colocó como primera fuerza, subió hasta 57 diputados el 28 de abril, las elecciones en las que amenazó el liderazgo del PP en la derecha, y se ha hundido con estrépito el pasado domingo para quedarse en 10 escaños. A años luz de los 52 que logró Santiago Abascal ese mismo día. Y por debajo incluso de Esquerra, que sacó 13.
En la era pos-Rivera Ciudadanos tendrán que reinventarse y arrancar de cero. Sin líder, sin una ideología clara, sin línea política en las administraciones donde gobierna como socio del PP y en medio de una indisimulada operación de Pablo Casado para hacerse con los restos.
El partido que fundaron un grupo de intelectuales que se habían ido apartando los últimos meses, el “Podemos de derechas” que loaba el presidente del Banco Sabadell, ha sido modelado a imagen y semejanza de Rivera. Frente al auge de Unidas Podemos que impugnaba el régimen siguiendo la herencia del 15-M, el establishment saludaba la llegada de un político joven, brillante en la oratoria y sin cadáveres en el armario, al que la prensa del sistema cuidó con mimo hasta que lo dejó caer.
La tarea no deja de ser complicada dado que el dirigente catalán lo ha sido todo en un partido que creó y dirigió de manera personalista, impregnándolo todo con su hiperliderazgo. Sus compañeros saben que su hueco va a ser muy difícil de reemplazar. Algunos repasan con terror el pasado de UPYD.
Ahora todas las miradas se dirigen a Inés Arrimadas que tendrá que decidir si coge el testigo que ha dejado su amigo Rivera, como todos esperan. “Es la sucesora natural”, coinciden los dirigentes del partido que aún no se han repuesto del shock. Algunos dirigentes, en voz baja como se expresa cualquier crítica en Ciudadanos, recuerdan que ella ha sido corresponsable de la estrategia, que ha replicado todos los mensajes por los que apostó la organización, que nunca se le conocieron discrepancias con el líder y que además abandonó Catalunya después de haber sido primera fuerza para hacer campaña por el resto del país.
“Los partidos con líderes tan carismáticos como Rivera tienen difícil sobrevivir. Y su círculo que le rodea, esos 'apóstoles' que han conformado su círculo más íntimo no pueden fungir como puente que contribuya a refundar el partido por el cuestionamiento interno que ellos también reciben”, opina Mari Ángeles Fernández-Ramil, politóloga, que fue asesora en Chile de la expresidenta Michelle Bachelet, y ocupó en Galicia la secretaria de Programas de Ciudadanos.
“Aunque los partidos carismáticos presentan grandes dificultades para transcender a su líder, el escenario de una sucesión en manos de Inés Arrimadas debiera despertar entusiasmo más allá de sus propias filas”, añade la experta, que además de conocer bien el funcionamiento interno de la formación, considera que “ya es hora de que las mujeres lleguen a liderar partidos a nivel nacional, superando las portavocías como techo”.
El principal reto que deberá afrontar su sustituta (o sustituto, en el caso de que alguien distinto de Arrimadas decida presentarse como alternativa y gane las primarias) es equilibrar las cuentas. El éxito en las urnas del 28 de abril desató la euforia en el partido y propició la llegada de más de 5,1 millones de euros en subvenciones. Tras el 10N, la formación pierde más de cuatro millones de ingresos, ya que por sus 10 diputados solo recibirá del Estado algo más de un millón de euros, casi la misma cantidad que en las anteriores elecciones recibió por los cuatro senadores que lograron en la Cámara alta.
En sus años de bonanza, mientras lanzaba mensajes contra el déficit y recomendaba a la izquierda “no gastar lo que no se tiene”, Ciudadanos pensó a lo grande. Alquiló un modernísimo edificio de seis pisos que remodeló entero junto a la Plaza de las Ventas en Madrid, y puso a disposición de su líder una berlina de lujo, un Lexus valorado en más de 120.000 euros con el que se presentaba a los actos y a los debates de televisión. El número de asesores y liberados engordaba en cada nueva cita electoral. La estructura estaba pensada para disputar el poder a PSOE y PP y en esa batalla, Ciudadanos había hecho de la política de imagen un factor fundamental.
El reto de resituarse en el centro
Cuando el domingo por la noche, compareció en la sede del partido entre caras de funeral, Rivera ya comprometió un congreso extraordinario para que las bases “tomen las riendas de la organización”. Ahora todo está por definir, empezando por la propia ideología. El penúltimo bandazo lo había dado Ciudadanos en 2017, en su IV Asamblea General: la formación eliminó la socialdemocracia de su ideario y se proclamó europeísta y socioliberal. La dirección cerró filas con el líder ante tímidos conatos de 'rebelión'. Era una más. Daba igual lo que hiciera Rivera porque en el partido nadie se ha atrevido nunca a rechistar. Y los que lo han hecho han terminado fuera: expulsados o marchándose por propia voluntad. Tampoco criticaron los fichajes 'estrellas', como el del polémico exdirectivo de Coca Cola Marcos de Quinto, uno de los que ahora se queda, mientras muchos diputados y diputadas que trabajaron duro no han revalido acta en el Congreso.
El final del pacto con Rajoy y una moción que triunfó
La historia reciente de Ciudadanos es una montaña rusa. Rivera firmó un pacto con el PSOE de Pedro Sánchez que no salió y aguantó después sin grandes sobresaltos el acuerdo con Mariano Rajoy hasta que se dictó la sentencia de la Gürtel y se acabó el idilio. “Hay un antes y un después”, proclamó Rivera convencido de que los avisos del PSOE de moción de censura no iban a prosperar. Pero el Congreso tumbó el Gobierno con el voto en contra de Rivera y Sánchez se instaló en La Moncloa. Rivera se lanzó entonces en cuerpo y alma a combatir al líder socialista, y “su gobierno Frankenstein”. En el partido todo les parecía bien. “Aquí todo se hace a golpe de marketing y encuestas”, reconocía un exdirigente de Ciudadanos a eldiario.es .
El fracaso de Sánchez al intentar sacar adelante los primeros presupuestos generales abocaron a unas nuevas elecciones que se celebraron en abril 2019. El líder de Ciudadanos intentó ocupar el espacio electoral de un PP sumido en una grave crisis interna tras la marcha de Rajoy.
La estrategia le funcionó y Ciudadanos consiguió pasar el 28A de 32 a 57 diputados. Unos escaños que según todos los analistas le llegaron “prestados” a Rivera por un cúmulo de factores socio-políticos. Entre otros, el escoramiento del PP de Pablo Casado hacia las posiciones de Vox que acababa de iniciar su desembarco en la política nacional. Rivera, muy crecido, se erigió incluso en el “líder de la oposición”.
Estos 57 sumaban con los 123 del PSOE mayoría absoluta. Pero la Ejecutiva de Ciudadanos, con un inflexible Rivera al frente, decidió vetar cualquier acuerdo con el PSOE mientras se negaba a poner un cordón sanitario a la formación de extrema derecha de Santiago Abascal. Los pactos con el PP, el primero ya consumado en Andalucía y luego en Madrid, Murcia y Castilla y León -los tres primeros con el apoyo de Vox- certificaron la apuesta por la derecha de Rivera y su abandono del centro, algo que él nunca reconoció.
Los pocos dirigentes que alertaron del error salieron por la puerta de atrás. Rivera los desacreditó y terminaron abandonando sus cargos en la formación: Toni Roldán; Francisco de la Torre; Xavier Pericay, Javier Nart.....mientras uno de los fundadores y padre político de Rivera, Francesc de Carreras, dejaba su afiliación, con artículos que llamaban “adolescente inmaduro” a su líder. Nada de esto alteró a Rivera que siguió siendo el rey, un líder indiscutido e indiscutible.
Las negociaciones entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias naufragaron mientras Rivera desplegaba la campaña que le habían escrito sus asesores: PSOE y Podemos eran “una banda” que tenían “un plan” para llevarse “un botín”. Cuando el fracaso de la investidura en julio reveló que no había ni banda ni plan ni botín y el mismo stablishment que lo había jaleado lo culpaba de haber contribuido al bloqueo político del país, Rivera reaccionó al ver que las encuestas llevaban tiempo apuntando al descalabro de Ciudadanos. Sus amagos de tender la mano in extremis a Sánchez no surtieron ningún efecto y la legislatura expiró.
El resto de la historia está contada. Las nuevas elecciones sumieron a Ciudadanos en la irrelevancia: el partido que hace nada podía pactar a izquierda o derecha se quedó con 10 escaños en el Congreso. Ninguno en el Senado. La dimisión de Rivera se antojaba inevitable. “La política ha sido muy importante para mí, pero hay vida y felicidad ahí fuera”, dijo Rivera el lunes. En su cuenta de Twitter ahora solo se puede leer: “Un ciudadano que ama la libertad”, junto a tres corazones con los colores de la bandera de España. En Madrid se queda un partido vacío.