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Muere Alfredo Pérez Rubalcaba a los 67 años
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Hubo un tiempo en que Alfredo Pérez Rubalcaba (Solares, Cantabria, 1951) corría los 100 metros lisos en 11 segundos, “lloviendo y sobre pista de ceniza”. Tenía 18 años, el “veneno” del atletismo en el cuerpo y una convocatoria para practicar con los olímpicos españoles. Estudiaba la carrera de Química, en la que se hizo doctor, y entrenaba ocho o nueve veces por semana. Hasta el día que se estrenó en el club madrileño de Vallehermoso la pista de tartán, una superficie que mejora los tiempos de los atletas, en la que Rubalcaba pretendía correr los 100 en 10 segundos y pico. Esa mañana alguien le dio mal la hora de su prueba, no tuvo tiempo para calentar y antes de llegar a los 80 metros sintió un latigazo en la parte de atrás del muslo y se rompió los isquiotibiales.
Detrás vinieron más lesiones graves –una en un campeonato de España–, el abandono de la élite y el otro “veneno”: la política. Recién licenciado en Química se afilió al PSOE, donde también batió grandes marcas: 45 años de carné, 21 de diputado, 17 en la Ejecutiva, 11 de ministro del Gobierno de España –primero con Felipe González y después con José Luis Rodríguez Zapatero, que lo ascendió a vicepresidente– y dos como secretario general del partido, antes de anunciar su dimisión en mayo de 2014.
Cántabro de nacimiento, “madrileño, si es cierto que uno es de donde pace,” y madridista empedernido, fue un alumno brillante en el colegio de El Pilar, donde se han formado las élites del país, desde Javier Solana a Juan Luis Cebrián. Y también uno de sus rivales políticos con los que nunca llegó a empatizar. “Es verdad que yo era mejor estudiante que Aznar. Él era un año más joven que yo. Clarísimamente, yo tuve un premio extraordinario de Deportes y de él no se supo que hiciera nada. En el Colegio del Pilar nos clasificaban y había los buenos, del 0 al 3 nos daban unas notas muy bonitas que tenían los cantos dorados, del 3 al 10, eran rojas, y luego había unos verdes y azules, que eran los últimos. Yo siempre pensaba que ser de los primeros estaba bien, ser de los últimos tenía su gracia, pero lo peor era ser el 20 o el 25; ahí estaba Aznar”.
Esa confidencia, fruto de los graves encontronazos que mantuvo contra el aznarismo, que lo convirtió en uno de sus demonios, la reveló durante una entrevista con Michael Robinson en la Cadena Ser el 31 de enero de 2018. Ese día Rubalcaba, ya fuera de todo, contó al exfutbolista cómo uno de los mayores placeres que había vivido como ministro –de Educación, en 1992– fue acudir a los Juegos Olímpicos de Barcelona y ver todas las pruebas de atletismo e incluso retransmitir en TVE una carrera mítica, el récord mundial de Kevin Young en los 400 metros vallas, que sigue vigente 26 años después.
Su don para comunicar que tanto le permitía comentar hazañas deportivas como zafarse de sus rivales en los debates más complicados le hizo saltar del Ministerio de Educación, donde había impulsado importantes leyes como la Logse, al de Presidencia y a ser la voz de aquel Gobierno que agonizaba en las postrimerías del felipismo, entre crisis políticas como los GAL y los sumarios de corrupción. Rubalcaba tuvo que lidiar con las informaciones del terrorismo de Estado, que siempre negó, y con un largo historial de corrupción que acechaba al Partido Socialista.
Cuando González perdió las elecciones contra Aznar y se retiró de la política, Rubalcaba asumió la secretaría de comunicación –¿cuál si no?– en el nuevo PSOE de Joaquín Almunia. Tras la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en el XXXV Congreso del PSOE, en el año 2000, se mantuvo en el comité federal y fue el encargado de negociar el Pacto Contra el Terrorismo con el Gobierno de Aznar. En la legislatura del Prestige, el accidente del Yak 42 y la Guerra de Irak, ejerció de látigo contra el PP. Y tras los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, cuando el Ejecutivo de Aznar se empeñaba en defender la autoría de ETA contra toda las evidencias, pronunció una frase durante la jornada de reflexión que quedará para los libros de historia: “Los ciudadanos españoles se merecen un Gobierno que no les mienta, un Gobierno que nos diga la verdad”.
La derrota en las urnas del Gobierno de Aznar personificada en su sucesor al frente del PP, Mariano Rajoy, tres días después de la masacre en Madrid, dio paso a una furibunda campaña de la derecha política y mediática contra el Gobierno socialista. Portadas de periódicos y editoriales radiofónicos del ala más ultra llegaron a acusar a Rubalcaba de estar detrás de los atentados yihadistas. Como portavoz socialista en el Congreso le tocó lidiar con esos ataques vinculados a la teoría de la conspiración.
En 2006 se coloca al frente de la cartera de Interior para pilotar una negociación con ETA que Zapatero había anunciado en el Parlamento y que la derecha volvió a contestar desde sus altavoces más montaraces y también en las calles, con multitudinarias manifestaciones junto a la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Corrían días en los que Rajoy, junto a portavoces como Eduardo Zaplana y Ángel Acebes, acusaban al Gobierno de “traicionar a los muertos” y de haber “entregado Navarra a los terroristas”.
ETA decretó una tregua en 2006, pero el penúltimo día de ese año atentó con un coche-bomba en Barajas que provocó la muerte de dos personas. El final definitivo de la violencia se comenzó a vislumbrar en 2010, todavía con Rubalcaba al frente de Interior. El exministro confesó años después de haber dejado la política activa que le volvían una y otra vez pensamientos sobre qué se podía haber hecho durante el proceso de diálogo para evitar los 11 funerales que tuvo que presidir.
“Siempre te queda aquella cosa de ¿y si aquel día?, ¿y si hubiéramos dado un paso en aquella dirección?... En definitiva, si hubiéramos podido cerrar un diálogo con ETA para acabar con la violencia. Esto sí que de vez en cuando vuelve y le das vueltas a lo que hiciste, y a aquel día, sobre si no lo podíamos haber hecho mejor para evitar que mataran a 11 personas, que es lo que después de no haber conseguido acabar con la violencia, sucedió, 11 muertos. Eso sí queda”, aseguraba en la cadena Ser.
De aquella etapa en Interior queda también el carné por puntos, que supuso una espectacular reducción de muertos en accidentes de tráfico que ahora estudian algunos países de nuestro entorno. Y las acusaciones del PP, cuando estalló el caso Gürtel, con dirigentes como su exsecretaria general, María Dolores de Cospedal, que apuntaban a que todo era un invento de la “policía de Rubalcaba”.
Tras la derrota de ETA, Zapatero tuvo un último encargo para el político que había logrado fajarse con sus oponentes en todos los debates: en lo más duro de la crisis y tras haber dado un giro a sus políticas y sucumbido a las recetas de austeridad de la troika, lo nombró en octubre de 2010 vicepresidente y, una vez más, portavoz del Gobierno. Rubalcaba estuvo ocho meses en el puesto, lo que tardó en ser proclamado candidato del PSOE a las siguientes generales. Por el camino, el Gobierno de Zapatero reformó la Constitución en una tarde pactando con el PP para atender a las presiones comunitarias y consagrar el austericidio en la Carta Magna.
Con la economía hundida, una tasa de paro disparada hasta el 20% y la calle clamando contra el Gobierno y su reforma laboral, Rubalcaba cosechó uno de los peores resultados de la historia del PSOE: siete millones de votos y 110 diputados el 20 de noviembre de 2011. Pese al batacazo y con el PSOE partido en dos, presentó candidatura para hacerse con la secretaría general en un congreso extraordinario en el que acabó venciendo a Carme Chacón con el apoyo de todo el aparato y de los viejos poderes fácticos del PSOE. Se impuso a su rival por 22 votos, que le permitieron seguir al frente de un partido en caída libre dos años más.
Una nueva debacle en las elecciones europeas celebradas en 2014 hicieron que el corredor de fondo tirase la toalla. No lo hizo antes porque el personaje político que mejor ha representado la figura del establishment tenía una última misión encomendada: seguir al frente del PSOE mientras se fraguaba la abdicación del rey Juan Carlos en el príncipe Felipe. Cuando la operación estuvo finiquitada y se garantizó la continuidad de la monarquía y el silencio de ese PSOE más revoltoso y republicano, Rubalcaba dio el paso atrás, dimitió y abandonó el escaño en el Congreso, donde había pasado los últimos 21 años.
“El mayor honor que puede tener un político es ser diputado, no hay otro más importante, no hay otro puesto más relevante, más gratificante y por tanto han sido 21 años de un gran honor para mí, a los que pongo fin ahora”, dijo solemnemente el día de su despedida, el 26 de junio de 2014, apenas dos semanas después de que se anunciase la abdicación del rey.
Volvió a impartir sus clases en la Facultad de Química. Al frente del PSOE le sustituyó Pedro Sánchez y cuando el PP de Rajoy perdió la mayoría, Rubalcaba, como el resto de los socialistas de orden, maniobró primero para evitar un gobierno de Podemos y después para facilitar, con la abstención, el Gobierno de Rajoy. Lo que vino después es conocido.
Habitual en la mesa camilla del PSOE durante los últimos 30 años, Rubalcaba solía decir una frase para definir la vida interna del partido: “Al día siguiente de ser elegido, un secretario general del PSOE tiene por sistema a un 30% del partido en contra”. En los últimos años formó parte del Consejo Editorial de El País, donde llegó a escribir columnas sobre atletismo.
En la entrevista de enero de 2018 en la Cadena Ser, Michael Robinson le preguntó si cambiaría un oro olímpico por haber sido el ministro del Interior que acabó con ETA. Rubalcaba respondió: “Ser el ministro del Interior que acaba con ETA, eso vale toda la vida, ¿sabes? Lo del oro olímpico es muy importante. Es verdad que no soy yo, no es mi mérito, ni mi trabajo, es el de muchísima gente, pero me tocó a mí, estuve seis años ahí y al final se acabó”.
Muere Alfredo Pérez Rubalcaba a los 67 años
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