Podemos pone fin a una alianza que siempre fue una ficción
Lo anunció Pablo Iglesias el 16 de noviembre en el medio que dirige. El exlíder de Podemos daba por hecho el fin de la alianza de Podemos y Sumar. Las palabras clave para entender la conducta futura de su partido: “Completa autonomía política y parlamentaria”. Una semana después, Ione Belarra utilizó palabras casi idénticas: “Total autonomía política y parlamentaria”. La decisión ya estaba tomada y era sólo cuestión de tiempo que se formalizara.
Podemos anunció el martes su abandono del grupo parlamentario de Sumar y el fin de una historia que nunca fue de amor. Sus cinco diputados se irán al Grupo Mixto. El motivo aducido fue la negativa a dar algunos minutos de la cuota del grupo a Ione Belarra para responder a la comparecencia del ministro de Exteriores sobre la guerra de Gaza. Podría haber sido cualquier otro.
“Pasamos al grupo mixto para garantizar hacer política en el Congreso”, dijo el diputado Javier Sánchez Serna en una breve explicación de la decisión. Respondió a dos preguntas y no se explayó demasiado.
Unos minutos más tarde, le respondió Marta Lois, portavoz parlamentaria de Sumar. “Esta ruptura supone un flagrante incumplimiento del acuerdo electoral” que se firmó antes del 23J, dijo. También la definió como “una deslealtad a los tres millones de votantes” que apostaron por Sumar ese día.
En realidad, no había ninguna duda sobre este desenlace desde el momento en que Belarra anunció en noviembre que no respetaban la autoridad de Díaz como presidenta del grupo parlamentario en la inminente negociación presupuestaria. La vicepresidenta no hablaría en nombre de Podemos a la hora de tratar el asunto con Pedro Sánchez. “A partir de ahora, quien quiera los votos de Podemos tendrá que negociar con Podemos”, dijo.
En su línea habitual de no entrar en el cuerpo a cuerpo, Sumar se encogió de hombros y continuó elaborando el reglamento del grupo parlamentario. Ya podía imaginar que Podemos no aceptaría una disciplina que le impidiera elegir los debates en que quisiera participar. Ni esa ni ninguna otra.
Una vez más, había sido Iglesias quien había despejado cualquier incógnita. En una entrevista hace una semana, volvió a acusar a Yolanda Díaz de ser la peor enemiga de su partido: “Ha trabajado para destruir a Podemos aliándose con mafiosos y con sus enemigos más evidentes”. Escucharemos opiniones similares en los próximos días en boca de las dirigentes de Podemos.
El drama permanente en que han vivido las relaciones entre Iglesias y Díaz, luego entre Díaz e Irene Montero, y finalmente entre las dos organizaciones había entrado en tiempo de descuento.
En las elecciones, Sumar tuvo lo que quería: colocar a Podemos dentro de la plataforma electoral y que en principio no se desperdiciaran votos. Por mucho que gruñera, Podemos también obtuvo su parte. Se reservó un cierto número de escaños que no tenía garantizados si se presentaba en solitario. Los resultados de las elecciones de mayo habían presentado un horizonte sombrío en el que la posibilidad de quedarse sin nada era real.
¿Había complicidad ideológica entre Podemos y Sumar? Alguna, pero no la suficiente. ¿Había estrategias políticas comunes? No, aunque ambas partes tampoco se habían diferenciado mucho en la anterior legislatura dentro del Gobierno. ¿Había sintonía personal entre sus líderes? Ninguna. Más bien todo lo contrario. Los dirigentes de Podemos no desaprovechaban ninguna oportunidad de menospreciar en público a Sumar y a su líder.
Había drama, mucho drama, como si los protagonistas quisieran confirmar todos los lugares comunes sobre las luchas descarnadas dentro de la izquierda. Los votantes oscilaban entre la opción de llorar y la de reír por no llorar.
Algunos dirigentes de Podemos no han ocultado su perplejidad por la actitud de la dirección. Alejandra Jacinto, candidata en las elecciones de mayo en Madrid, optó por abandonar la política. Lo mismo Nacho Álvarez al que Sumar propuso ser ministro contra la opinión de Podemos, empeñado en un nombramiento imposible, el de Irene Montero en Igualdad, cuando el PSOE ya había decidido hace tiempo asumir ese Ministerio.
El último en largarse fue Jesús Santos, coordinador de Podemos en la Comunidad de Madrid: “La negativa del núcleo morado a participar en Magariños (en el lanzamiento de Sumar) se hizo basándose en una profecía autocumplida que ha terminado con un choque total e incomprensible para la amplia mayoría de la población”.
La nueva aventura de Podemos pasa por colocarse ideológicamente en una posición similar a la de EH Bildu y ERC. También en esto ha sido Iglesias quien ha marcado el camino. Sin embargo, ambas formaciones tienen sus propias razones para apoyar al Gobierno de Sánchez y no van a cambiar de estrategia en función de las necesidades de Podemos. Su intención en estos momentos no es forzar un enfrentamiento con el PSOE que acorte la legislatura y favorezca los intereses del PP y Vox.
Ahora Podemos tiene que decidir si será la única fuerza de izquierda que hará oposición al Gobierno con el riesgo de coincidir en las votaciones con la derecha y la extrema derecha. Eso limita su poder negociador frente a los socialistas.
De momento, el Partido Popular aprovechó la tarde para frotarse las manos. Carmen Fúnez se acercó a los periodistas para decir que “un Gobierno provisional que depende de verificadores y de más grupos genera inestabilidad política, jurídica y social”. El PP está pensando ahora en descubrir cuál puede ser el partido que provoque un estallido en la legislatura y la convocatoria de nuevas elecciones.
Podemos ha centrado su discurso desde julio en afirmar que no hay nadie más de izquierdas que ellos, que son la izquierda “valiente” que no cede ante ninguna presión. Utilizó la guerra de Gaza para desmarcarse y exigir la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, una decisión que sabía que nunca tomaría el Gobierno de Sánchez. Continuó en la línea de despreciar a sus socios en Sumar a los que definió como una izquierda “dócil” y “servil” ante el PSOE.
Hay mucha gente de izquierda a la que le gusta decir que todo lo personal es político. No saben hasta qué punto.
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