La carta que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha enviado a Exteriores para que el rey Felipe VI pida perdón y reconozca los abusos que se cometieron durante la conquista del país en el SXVI ha causado un gran revuelo. Moncloa ha negado rápidamente la posibilidad de que fuera a pasar tal cosa. Otros han sido más directos: “Si se cree lo que dice, es un imbécil. Si no, un sinvergüenza” (Arturo Pérez-Reverte); “Se conquistó y civilizó esa tierra” (Rafael Hernando, PP); “Es una ofensa intolerable al pueblo español” (Albert Rivera, Ciudadanos).
Algún famoso escritor y académico incluso exigía a AMLO que pidiera perdón él, pese a que el presidente mexicano también entona el mea culpa y asegura que pedirá perdón a los indígenas por las masacres cometidas en la colonia hasta el día de hoy. Ha habido reacciones de apoyo a AMLO por parte de Alberto Garzón (IU), Ione Belarra (Podemos) o Joseba Permach (exportavoz de Batasuna).
El nuevo líder del país, que ha enviado sendas misivas al rey y al papa, explicaba: “No es el propósito resucitar estos diferendos, sino ponerlos al descubierto, porque todavía, aunque se nieguen, hay heridas abiertas y es mejor reconocer que hubieron abusos y se cometieron errores”. En las cartas, el mexicano no solo señala y reparte culpas, también mira hacia dentro cuando pide a Felipe VI y a Francisco que “juntos hagamos un relato de lo sucedido desde el inicio de la ocupación, de la invasión, de los tres siglos de colonia y también los 200 años del México independiente”. La coletilla final es importante: AMLO, un hombre blanco, no exime a los Gobiernos mexicanos del maltrato a los indígenas.
La cuestión no es nueva y retoma un debate recurrente: ¿es una país o su jefe de Estado responsable de lo que hicieron sus ancestros hace 500 años? ¿Debe disculparse por ello? ¿Debe aplicarse la justicia transicional en estos casos? ¿Qué ocurrió en México?
Hechos y precedentes
Primero, los hechos. España conquistó México (ocupó el Imperio Azteca, más bien) entre 1519 y 1521 con un ejército comandado por Hernán Cortés que incluía guerreros indígenas de tribus sometidas por los aztecas que querían librarse de su yugo. En los años posteriores, diferentes campañas militares fueron ampliando el territorio conquistado hacia norte, este y oeste.
Las muertes entre la población indígena pertenecen menos a la categoría de hechos irrefutables (también las causas) porque solo hay investigaciones y estimaciones. El investigador estadounidense H. F. Dobyns calculó que el 95% de la población total de América falleció en los 130 años posteriores a la llegada de Colón al continente. Los doctores Cook y Borah establecieron que México pasó de 25,2 millones de personas en 1518 (el año anterior al inicio de la conquista de Cortés) a 700.000 personas en 1623.
Todas las cifras que se arrojan sobre la cuestión son defendidas por algunos y refutadas por otros. Pero se suelen aceptar como verdades (con distintos grados) que la conquista supuso la muerte de millones de indígenas y que estas pueden achacarse no solo a los muertos directos de la guerra, sino también a las condiciones en que quedaron los pueblos originarios en una sociedad colonial despiadada y a las enfermedades europeas para las que los nativos no estaban preparados.
Más hechos. Pese a la polémica, España ni siquiera sería el primer país en reconocer su culpa en un proceso de colonización más reciente o más remoto.
En el año 2000, el presidente alemán pidió perdón al pueblo judío por el holocausto. El líder francés, Emmanuel Macron, admitió la autoría del Estado francés en crímenes de tortura y desaparición en Argelia durante el movimiento por la independencia del país. El canadiense Trudeau se disculpó porque su país rechazó a judíos que huían de los nazis y Japón hizo lo propio por maltratar a prisioneros canadienses en la II Guerra Mundial.
España también se ha disculpado por comportamientos pasados a su manera. No pidiendo perdón, pero en 2015 el Gobierno de Mariano Rajoy aprobó un decreto ley para otorgar la nacionalidad a los sefardíes, los descendientes de los judíos expulsados de España hace, justamente, más de 500 años. La normativa pretendía corregir entonces “una injusticia de más de 500 años”. De hecho, el rey Felipe VI organizó una recepción en el Palacio Real para honrar la ley y habló de “privilegio” por poder llevar a cabo tal medida.
Incluso el otro interpelado, el Vaticano (el papa, en concreto), también ha pedido disculpas a los índigenas por los abusos en la evangelización latinoamericana ocurrida hace siglos.
México también pide perdón
Para entender bien la misiva de AMLO hay que tener en cuenta la personalidad del propio presidente y la de Beatriz Gutiérrez Müller, presidenta de la Coordinación Nacional de Memoria Histórica y Cultural de México y esposa del presidente. Ambos son profesores universitarios, académicos, activistas e historiadores y en ese marco hay que encuadrar la parte en la que afirma que él también pedirá disculpas a los indígenas por los abusos cometidos en los dos últimos siglos.
“Por la opresión a las comunidades indígenas, por el exterminio que hubo a los pueblo yaquis durante el Profiriato, a los pueblos mayas, y también pedir perdón porque hubo exterminio de la población china, miles de asesinados”, sostiene AMLO.
De hecho, la carta también ha sido criticada en México por sus propios seguidores con el argumento de que es un asunto no prioritario en el país y bajo un manto de decepción por los seis primeros meses de un gobierno de izquierdas (muy esperado por ciertos sectores) que no ha satisfecho las expectativas.
“Como gesto no me parece mal”
“Como petición de un gesto no me parece mal, aunque no sé si sería tanto de disculpa como de reflexión acerca del proceso”, valora Pilar Cagiao, profesora de Historia de América en la Universidad de Santiago de Compostela, “aunque hay que ver el contexto. La España de hoy no es la de hace 500 años. En aquel momento era un mundo (sin exculpar a nadie de nada) en el que se buscaba la ampliación de fronteras hacia todos lados. Pero incluso en el contexto del continente americano los entonces pueblos originarios también se invadían unos a otros”.
¿Es España responsable de aquellas acciones? Para la profesora Marta Gil Blasco, de la Universidad de Valencia, no, si de lo que se habla es de aplicar algún tipo de justicia, como podría ser la transicional (aunque México no pide compensación económica o similares). La justicia transicional es un campo de estudio relativamente moderno que se define como “el conjunto de procesos de enjuiciamiento y atribución de responsabilidad penal, rendición de cuentas, conocimiento y divulgación de la verdad, resarcimiento de las víctimas y reforma de las instituciones cuando en una comunidad política se produce un cambio de régimen”, según la profesora Marta Gil Blasco, de la Universidad de Valencia. En otras palabras: “La justicia transicional se encarga de estudiar cómo responden las sociedades a los crímenes que han acontecido en su seno”.
“No tiene sentido exigirla en cualquier circunstancia, y esta es una de esas ocasiones”, explica, “porque estaríamos aplicando conceptos modernos, surgidos en las últimas décadas, a una cuestión que ocurrió hace cientos de años. ¿A quién deberíamos juzgar? Tampoco hay forma de determinar quiénes son las víctimas a las que se les debe una reparación ni parece que haya necesidad de sacar los hechos a la luz, puestos que todos conocemos los hechos históricos”.
Fernando Travesí, director ejecutivo del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ, en inglés), recuerda que hay “una larga e instructiva lista” de países que se han disculpado por comportamientos pasados, “mucho más larga e instructiva que rechazar la petición de disculpas de plano y negar automáticamente que pueda tener algún fundamento”.
Travesí admite que “cuando las víctimas de violaciones de derechos humanos y sus descendientes directos han quedado atrás [en el tiempo] el objetivo de las disculpas debe ser crear una sociedad más justa y moral. Una disculpa (pedirla y darla) debería provocar una reflexión y toma de conciencia (...) y eso es positivo: ayuda a que las sociedades avancen y consoliden su repulsa a la violencia y rechazo a los abusos de derechos humanos. El hecho de que violaciones de derechos humanos hayan cambiado el curso de la historia o que hoy se sientan remotas y se hayan normalizado en el imaginario colectivo no quiere decir que no puedan, o deban, ser reconocidas”.
El profesor Enrique Rodríguez-Alegría, antropólogo de la Universidad de Texas (EE UU) y experto en la época, prefiere no opinar sobre la conveniencia de la carta en sí, pero aporta un elemento a debatir. “A día de hoy, sabemos que la conquista fue mucho más compleja que simplemente un encuentro entre españoles e indígenas. También fue un encuentro entre grupos con su propia jerarquía social, en la que los miembros de las clases altas se reconocieron a pesar de sus diferencias culturales. Además de batallar, las élites de ambos bandos formaron alianzas, amistades, matrimonios, y participaron de todo el proceso. Es decir, no fue solo una guerra entre dos etnias, sino alianzas entre clases sociales altas”, expone.
Y estas alianzas no vinieron exentas de consecuencias, más allá de las propias de la guerra. “Los problemas desatados por la desigualdad social continúan hasta hoy en día. Esos problemas se deben resolver prestando atención a la desigualdad social (el 71,9% de la población indígena está en situación de pobreza) y cómo esta afecta a los indígenas de hoy, y tomando en cuenta la historia en toda su complejidad”, sostiene.