Llamado por el rayo Benedicto XVI se fue al cielo en helicóptero. Y nos dejó con los hombres de rojo, con cara de enfadados o de soberbia o de ambición, no se. Ellos han de elegir al elegido, aquel que gobernará los asuntos de Dios en la tierra. ¡Dios! ¿Qué pensará Dios de todo esto? ¿Y su Hijo? Pero cuando tras el humo blanco apareció Francisco, y se supo que venía del fin del mundo, y que hablaba el idioma de los caballeros (no el idioma de los business ni el de la krieg, no, el idioma del sí, mi amor), y anunció una iglesia pobre para los pobres... El mundo se quedó mudo. Y cuando dijo que un poco de misericordia cambia el mundo, lo hace menos frío y mas justo, el que ama ya no pudo contenerse: se puso a palmear y a taconear, y vengo a tu casamiento, a partirme la camisa, la camisita que tengo... ¡Primu, que habemus papam!
Yo me enamoré de una diosa en una cola de un cajero de un banco. Ella me contó su vida:
- Empecé a trabajar muy joven, a los trece años, en una profesión muy antigua, gané dinero, suficiente para darle una buena vida a mi hijo, una buena vida y una buena educación, y ahora el banco se queda con mi dinero... Rompió a llorar. -¿En qué me he equivocado, qué he hecho mal?... Yo recogí una a una sus lágrimas calientes, abracé su pena y me la llevé a una cola abandonada de un banco cerrado. Y allí nos perdimos. ¿Dónde está el que ama?
La corrupción está en manos de la justicia, la justicia está en manos de los jueces, y los jueces ¿en manos de quién están? -No, no, por ahí no vamos a ninguna parte. A ver. El Fiscal General del Estado, la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo... ¡todas esas grandes instituciones velan por nuestra justicia! -Sí, sí, pero los que se lo llevan no lo devuelven, y eso no es justo por mucha justicia que haya. -A ver, a ver, que por ahí tampoco vamos a ninguna parte. Cuando la judicialización pone en marcha la maquinaria de la justicia, tarde o temprano, cae sobre todos nosotros todo el peso de la ley, ¿me entiendes? -¡Ay! Yo nunca he roto un plato pero ahora me da pena el pobre Bárcenas, y el pobre Urdangarin, y tantos otros, ¡tenemos tantos! Imputados, procesados, condenados... Y el que ama, ¿dónde se meterá el que ama en estos casos?
¡Ahí va! ¡La primavera! ¡El esplendor en la yerba! ¡Flores en el cerebro! ¡Furor en los árboles! ¡Se abren los pimpollos! ¡Estallan las glicinias! ¡Miel en el aire! ¡Revolución de moscardones! ¡Los zánganos al poder! ¡El que ama por todas partes! ¡Si! Siempre nos quedará la primavera.