Razón y poesía, un viaje perpetuo al conocimiento a través de la palabra inspirada, rezuma la obra de Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1953) en las cinco décadas transcurridas desde la publicación de su primer y revelador libro, “Poemas de la tierra y de la sangre” (1969).
“Ha sido medio siglo de proximidad a la literatura. Para mí, vida y obra han ido siempre unidas. La poesía es una vía de conocimiento, un viaje al pensamiento”, ha resumido en una entrevista con la Agencia Efe donde ha repasado algunas claves de una obra transida de mística, espiritualidad, tierra y simbolismo.
Entre ese libro iniciático y su última publicación (“María Zambrano. Misterios encendidos”), el poeta ha protagonizado un “viaje al silencio” a través de diversas estaciones durante las cuales llega a la conclusión de que “ya lo hemos dicho y escrito todo”, por lo que las formas se repliegan y la elocuencia cede.
Emerge entonces la palabra extractada: “el poema se sintetiza, adelgaza, se convierte en canción y sobreviene la llamada del silencio”, ha apuntado en sintonía con el poema que recibe al visitante que accede a su web: “Sólo quisiera/ escribir mis palabras con silencios:/ escribir el poema sin palabras./ Sólo quisiera/ musitar el poema/ como plegaria de silencio/ en el silencio.
“Suele decirse que la poesía es cosa de juventud, pero en algunos se nos mantiene”, subraya quien ha recibido los principales galardones del género en las letras hispanas, entre ellos el Premio Nacional de la Crítica, el Nacional de las Letras y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
En esa dualidad razón-poesía donde descansa toda su obra -también como crítico, ensayista, traductor y prosista-, Colinas ha destacado dos puntales en las figuras del poeta y premio Nobel Vicente Aleixandre (1898-1984) y de la filósofa María Zambrano (1904-1991) a la que acaba de dedicar “Memorias encendidas” (Siruela) y “La muerte de armonía” (Fundación Jorge Guillén), como recuerdo y homenaje.
“Vicente Aleixandre fue para mí un maestro en el campo literario cuando llegué a Madrid con 18 años, le leía mis poemas y me aconsejaba, mientras que María Zambrano fue una maestra en el campo del pensamiento”, ha explicado.
De Zambrano, más allá del estereotipo que la encasilla como filósofa, alumna predilecta de Ortega y Zubiri y adepta a la República, Antonio Colinas ha destacado una “tercera vía” al atribuirla la “fusión entre poesía y pensamiento para dar lugar a la razón poética”.
Esa “tercera vía”, en sintonía con la alternativa “a las dos Españas” que buscaron “y no fue posible” María Zambrano junto a otros “grandes liberales” como Marañón, Ortega y Pérez de Ayala, tiene un aliado en la palabra poética que ella empezó a desplegar de la mano de san Juan de la Cruz nada más poner pie en el exilio, en enero de 1939.
“Ella siempre dijo que la poesía es la verdadera historia y emprendió así un camino interior paralelo al del exilio” que fraguó en algunos de sus libros más significativos en esta línea como “Filosofía y poesía”, “Claros del bosque” y “El hombre y lo divino”, ha relacionado.
Enfocó entonces su escritura hacia los símbolos como un elemento “superador y sanador”, y acuñó el término “piedad” quien siempre se definió como una “republicana cristiana-bizantina, que gustaba mucho de la liturgia”.
Amigo personal de la filósofa, a quien visitó en Ginebra (Suiza) antes de su regreso a España para poner un punto y final simbólico sobre el retorno de los exiliados, Colinas ha precisado que no fueron razones estrictamente políticas o ideológicas las que retrasaron su vuelta después de la muerte del dictador en 1975.
“Los motivos tenían más que ver con cómo iba a vivir económicamente y en un momento dado dio un paso el entonces director general del Libro, Jaime Salinas (hijo de Pedro Salinas), y más tarde ayudó la entrega de los premios Príncipes de Asturias (1981) y Cervantes (1988)” que facilitaron su retorno el 20 de noviembre de 1984, ha detallado.
En “La muerte de armonía”, Colinas dedica a Zambrano un poema dialogado escrito en 1990, con varios personajes, aire teatral e ilustrado con las partituras de la ópera que ha inspirado esta composición.
Roberto Jiménez