La naturaleza del horror desplegado por el grupo terrorista Al Shabab en el centro comercial Westgate de Nairobi sigue envuelta en un velo de misterio un año después del asalto, uno de los más cruentos de la historia de África.
Al mediodía del sábado 21 de septiembre de 2013 comenzaba la cuenta atrás para las 67 personas que, según las autoridades kenianas, perdieron la vida a manos de cuatro miembros de la milicia somalí.
El grupo, que en 2012 anunció formalmente su adhesión a Al Qaeda, materializaba así su amenaza contra Kenia por el envío de tropas a Somalia para combatirlo.
Dos hombres armados acorralaron la planta baja mientras otros dos sembraban el terror en los niveles superiores, según el relato oficial de los hechos ocurridos aquel sábado, el día más concurrido en el complejo preferido por kenianos acomodados y expatriados.
“Había muchísima gente disparando, es imposible que solo fueran dos”, asegura en declaraciones a Efe María Martí, una cooperante española que comía en una terraza a pie de calle cuando comenzó el ataque.
En la azotea, que se utilizaba como aparcamiento, Peter se abría paso apartando cadáveres y esquivando charcos de sangre mientras relataba por teléfono la tragedia a su jefa, Ángela Messeguer, propietaria de una popular tienda de ropa en Westgate y otros centros de la capital.
“Fue una masacre. Todo el mundo sabe que allí murieron más de 67 personas”, recuerda emocionada.
Los 61 civiles asesinados por los yihadistas perdieron la vida en las primeras horas del asalto, tal y como admiten las autoridades kenianas. Pero el ataque se transformó en un asedio de cuatro días sobre el que no existe ninguna explicación oficial.
Durante los mismos, murieron otros seis soldados y los cuatro terroristas, cuyos cuerpos quedaron irreconocibles a consecuencia de los potentes explosivos supuestamente lanzados por el Ejército en el interior del supermercado donde se habían atrincherado.
Propietarios que entraron una semana después para recuperar lo poco que quedaba en sus tiendas contaron a Efe cómo cadáveres carbonizados seguían apareciendo entre los escombros.
Un informe de la Cruz Roja eleva a 76 la cifra oficial de muertos. Además, a principios del mes de octubre, esta organización tenía abiertos 40 expedientes de desaparición que finalmente se resolvieron “de forma positiva”, aseguró a Efe su portavoz, Wariko Waita.
Kenia ha querido cerrar con un discreto memorial y un día de oración uno de los capítulos más amargos de su historia, golpeada por otros atentados como el de 1998 contra la Embajada de EEUU en Nairobi, donde Al Qaeda mató a más de 200 personas.
Gobierno y fuerzas de seguridad han estado ausentes de la conmemoración de una matanza que se ha intentado tanto enterrar como politizar durante el último año, en que han arreciado las críticas por la mala gestión del rescate y la opacidad.
¿Cómo es posible que sólo cuatro hombres pudieran tomar el control de un recinto de cinco pisos y 33.000 metros cuadrados?.
“No está claro que fueran solo cuatro. Varios testigos vieron a gente que había entrado armada al centro comercial y se cambió la ropa para salir. Hay gente que incluso vio a una mujer armada”, explica a Efe el investigador Emmanuel Kisiangani, del Instituto para Estudios de Seguridad (ISS) de Nairobi.
Tampoco se sabe por qué el asalto duró cuatro días, ni quien detonó los explosivos que destrozaron el edificio, que hoy permanece cerrado y horadado por un gigantesco agujero.
El vídeo del circuito cerrado, difundido por los medios locales, muestra algo de lo que sucedió en ese intervalo de tiempo: soldados cargados con bolsas del supermercado, cajas fuertes reventadas y maniquíes desnudos en todos los escaparates.
A las acusaciones de saqueo, que el Ejército negó, se sumaron las críticas de la comisión de investigación parlamentaria sobre el Westgate, que reveló que la Policía contaba con información sobre un ataque inminente semanas antes del asalto.
Un año después de que Kenia viera cumplida una amenaza que hasta entonces creía lejana, los ciudadanos se preguntan si sufrirán otro “Westgate”.
“Kenia sigue siendo muy vulnerable. En cualquier edificio puedes ver lo fácil que sigue siendo que alguien entre con una granada”, advierte Kisiangani.
El analista apunta que aunque Al Shabab se ha debilitado por la muerte de su exlíder Ahmed Godane y la pérdida de ciudades clave en Somalia, sus terroristas “son muy inteligentes, muy dinámicos” y, sobre todo, “impredecibles”.
María, la cooperante que escapó al ataque, continuó trabajando en Kenia durante varios meses antes de regresar a España. Pese a todo lo ocurrido y los pésimos augurios, no descarta volver a este país. Ha decidido continuar con su vida porque se sabe, al fin y al cabo, “una persona afortunada”.