Es otra innovación de la política española. El 'photobombing' sin moverse del asiento. Sin pegar un salto ante el objetivo cuando alguien hace una foto. La señal televisiva institucional del Congreso pilló a Isabel Díaz Ayuso en la tribuna de invitados con gesto de gran cabreo cuando Pedro Sánchez se refirió a las acusaciones de corrupción de Pablo Casado a la presidenta de Madrid por los contratos concedidos a su hermano y que le costaron el puesto. “Qué hijoputa”, parecía que decía. La cara era de: quiero matarle.
Sólo Ayuso es capaz de ganar protagonismo en un acto en el que figura como una extra sin frase escuchando lo que dicen los demás. No esperaba que le cazaran las cámaras. La gran broma era otra: es muy posible que la imagen sirva a Ayuso para ganar más votos en Madrid, en especial entre los seguidores de la extrema derecha. Los asesores de Ayuso lo tenían claro. Fuentes de su equipo confirmaron a este diario que lo que había dicho era exactamente lo que todo el mundo había entendido.
La dirección nacional del partido se apresuró a informar a los periodistas de que el insulto estaba justificado. De hecho, comentaron que lo verdaderamente indignante fue la actitud de Sánchez. “Ha sido un comentario muy machista”, dijeron. En realidad, el candidato socialista estaba atacando a Feijóo empleando lo que dijo Casado. Es un misterio apreciar dónde aparece aquí el machismo para un partido con la tendencia a acusar a la izquierda de ver machismo donde no lo hay.
Habrá quien piense que el gesto de Ayuso es vulgar y no está a la altura de una presidenta autonómica que asiste a un debate en el hemiciclo. Habrá quien crea que es divertido por ser una reacción espontánea. Casi todos estarán de acuerdo en que el canguelo de la dirección nacional del PP cuando Ayuso entra en escena es más intenso que todas las películas de 'Viernes 13' juntas. Y son doce más una serie televisiva, novelas, cómics y tres videojuegos.
En la primera jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez, su duelo con Alberto Núñez Feijóo acaparó el interés general. Tiene pinta de convertirse en el clásico de los próximos años. Su característica más habitual es que sólo se habla lo justo sobre las cuestiones políticas de alto calado. Todo es un zasca permanente. Tú dijiste esto. Tú afirmaste lo otro. Debería darte vergüenza haber dicho esto. No me voy a rebajar a hacer lo que hace usted. Pim, pam, pum, fuera. Y los tuyos te aplauden como si estuvieran degustando las palabras de Cicerón o Séneca.
Pedro Sánchez desaprovechó la oportunidad de explicar en detalle su cambio de posición en relación a la amnistía a los encausados por el procés. Habló de ella, pero en los mismos términos que cuando el Gobierno concedió el indulto a los condenados en el juicio del Tribunal Supremo. Para solucionar el conflicto catalán, hay dos caminos, dijo. “Podemos ir por la vía de la imposición y crispación social o podemos intentarlo por la vía del entendimiento y perdón”. Con la aprobación de la futura amnistía, “hemos antepuesto el encuentro a la venganza”.
A Sánchez le convenía no centrar sus intervenciones en el conflicto catalán. Tenía que rechazar la idea de que esta legislatura vivirá o morirá por Catalunya y otras cuestiones de identidad nacional. Que le convenía insistir en que las políticas sociales y de empleo continuarán centrando la atención del Gobierno de coalición. Todo subrayado con un mensaje optimista sobre el futuro del país, alejado del panorama sombrío en el que se mueve la derecha: “Nuestro país, España, es un país formidable”, dijo.
Feijóo no se movió ni un centímetro de su estrategia conocida, la que inauguró en el mitin de Madrid celebrado justo antes de su investidura fallida. Allí cerró de un plumazo la decepción y perplejidad del PP por su fracaso en las urnas de julio. Asumió el discurso ayusista, al menos sin llamar hijoputa a nadie, en una doble apuesta a todo o nada del mensaje de la campaña que se había quedado corto en las elecciones a la hora de conseguir la mayoría absoluta con el apoyo de Vox.
El líder del PP apostó por esa grandilocuencia que tanto le gusta, llena de palabras como dignidad y vergüenza. “La investidura ya se ha producido. Lejos de esta cámara. Fuera de España”, afirmó por el pacto socialista con Junts negociado en Bruselas con Carles Puigdemont. Ignorando de forma intencionada que sólo un Gobierno de coalición es viable en España y que cada grupo parlamentario tiene derecho a negociar su apoyo a cambio de contrapartidas políticas, alegó que los socialistas no tenían derecho a pactar con los independentistas.
En el pecado está la penitencia, vino a decir. “Tendrá la presidencia, pero también un Gobierno imposible”, dijo.
Para echar un par de kilos de sal en la herida, se burló del hecho de que Podemos no contará con ministras en el nuevo Gobierno: “¿Es usted el Gobierno más feminista de la historia y va a cesar a la ministra de Igualdad?”. Resulta curioso que dijera eso cuando el PP pidió cien veces la dimisión de Irene Montero por la ley del sólo sí es sí. No era otra cosa que una trampa.
Desde el escaño, Ione Belarra e Irene Montero sonreían ante las palabras de Feijóo y la ministra en funciones de Igualdad ponía cara de así son las cosas. Por la mañana, Montero se acercó a los micrófonos para criticar que “Pedro Sánchez y Yolanda Díaz vayan a echar a Podemos del Gobierno”. Eso no estaba confirmado. Se suponía, pero ya se puede dar por hecho.
Será uno más de los muchos obstáculos a los que se enfrentará el nuevo Gobierno. Los dos aliados independentistas enviaron sendos avisos a Sánchez para que no se confíe. Junts no quedó muy satisfecha con el discurso del candidato. No fue “un discurso valiente”, le dijo Míriam Nogueras, portavoz de Junts. Todas las menciones al perdón y la reconciliación le molestaron, porque considera que se trata de “un conflicto político e histórico entre dos naciones”.
Hubo rumores y comentarios en el Congreso sobre si el enfado de Junts podía hacer que se abstuvieran en la votación del jueves, lo que hubiera forzado una segunda el sábado. Un tuit hiperventilado de Pilar Rahola planteaba esa alternativa. Al final, todo quedó en algunas llamadas y avisos en público. Nadie tuvo que mascullar un “qué hijoputa” mientras le estaban grabando.
“Con nosotros, no tiente a la suerte”, le advirtió Míriam Nogueras, que era otra forma de distinguirse de lo que hizo Esquerra en la anterior legislatura. “No se la juegue”, le dijo Gabriel Rufián, de ERC, después de comentar de pasada que políticos como Albert Rivera e Inés Arrimadas ya no están en el hemiciclo. Vamos, que se aplique el cuento.
Será por eso que Sánchez dio una réplica a Nogueras con una duración mínima. No quería decir nada que pudiera poner en peligro el acuerdo. Tampoco parecía tener interés en mostrar un gran entusiasmo por el apoyo recibido.
Nadie dijo que vaya a ser fácil. Mucho menos, tras las intervenciones de los portavoces independentistas y las livianas respuestas del candidato al que votarán a favor en la investidura. Lo que sí será sencillo será repetir el duelo entre Sánchez y Feijóo. No hay que complicarse la vida. Hemeroteca y martillazo en la cabeza. Con eso, ya hacen el día.