Por mi churri y por Porriño. Isabel Díaz Ayuso tiene claras sus prioridades. Prefiere estar el viernes en O Porriño, en Galicia, antes que en la Moncloa plantando cara al maligno Pedro Sánchez. Los intereses económicos e institucionales de la Comunidad de Madrid no están por encima de su estatus de ariete de la derecha contra el Gobierno y la izquierda en general. Y además está lo más importante, el factor personal. Donde no llega la obligación de pagar impuestos, llega el amor.
O Porriño salió en los titulares hace unas semanas por una carrera ilegal de vehículos en un polígono industrial en la que participó hasta un coche fúnebre. Ese toque surrealista (e ilegal) define bastante bien a la política española reciente en un momento en que cada uno hace lo que le sale de las narices, incluidos algunos tribunales. Nos toca esperar hasta enero a ver si es posible pactar los presupuestos con lo que la legislatura empezaría una cierta senda de normalidad, lo que no conviene a la oposición. Mientras tanto, vale conformarse con matar el tiempo con las peleas de barro de costumbre.
Ayuso ya había intentado que los presidentes autonómicos del PP no aceptaran la invitación. No los considera muy listos o no se fiaba de ellos, porque daba por hecho que Sánchez iba a intentar engañarlos o “sobornarlos”. Casi todos utilizaron el dilema para dar más peso a los intereses de su región que a los de su partido, una idea que siempre funciona entre los votantes.
El inicio de la ronda de conversaciones confirmó que la cita era tan necesaria como anodina. Los gobiernos central y autonómicos deberían tener relaciones de respeto institucional a las funciones de cada administración. Tampoco una reunión va a servir para normalizar un diálogo condicionado por las pésimas relaciones entre el PSOE y el PP.
El boicot de Díaz Ayuso a la reunión puede entenderse como una crítica implícita a Alberto Núñez Feijóo y todos los demás barones que sí aceptaron acudir a Moncloa. “Si un presidente autonómico no acude al Palacio de la Moncloa, creo que comete un error”, dijo el líder del PP en septiembre. Incluso para alguien como Feijóo, cambiar de opinión tan rápido sería ridículo. No puede desdecirse, aunque tampoco puede permitirse criticar directamente a Ayuso.
Por tanto, toca hacer equilibrios. “Nosotros somos un partido institucional y el paradigma de la institucionalidad es Alberto Núñez Feijóo”, dijo el lunes Borja Sémper, “un hombre que respeta la norma, la forma y que además cree en esa institucionalidad que hay que preservar”. Vamos, que la institucionalidad le sale por los poros. Eso no incomodará a la presidenta madrileña. Le sirve para distinguirse. Ella no ha llegado a donde está con el respeto a las instituciones por bandera. Lo suyo es más el navajazo en el bazo de Sánchez.
En la dinámica de venganza en la que se encuentra, Ayuso no tolera mantener relaciones oficiales con alguien que ha atacado a su novio. La familia, por encima de todo, aunque lo de compartir un pisazo de un millón de euros tampoco hay que desdeñarlo.
Sánchez llamó en Bruselas “delincuente confeso” a Alberto González Amador por los dos delitos fiscales que su abogado reconoció en febrero. Después de un tiempo de esperar a ver qué salía del caso, los socialistas fueron con todo. Moncloa decidió que respondería a Ayuso con sus mismas armas, después de que el PP madrileño anunciara que iba a convocar a Begoña Gómez para que testifique en una comisión de investigación en la Asamblea dedicada a sus trabajos en la Universidad Complutense. Eso mismo que Feijóo dijo que preferiría no hacer en el Senado.
En 2024, se levantó la veda en el Gobierno para disparar a Ayuso de la misma forma que ella lo hace con los demás. “Ha convertido a la Comunidad de Madrid en el epicentro del fango y la corrupción”, dijo el lunes Óscar López. “Ayuso es una aportación tóxica a nuestra convivencia y a nuestra sociedad”, comentó el otro Óscar (Puente) con el que forma la sociedad limitada de atizar al PP siempre y en todo lugar. El ministro de Transportes ya la había llamado “persona mediocre y sin formación” hace unos meses.
La presidenta de Madrid nunca ha sido partidaria del desarme unilateral, y sí de los ataques preventivos. En la Asamblea de Madrid, Ayuso acusó la semana pasada al Gobierno de utilizar “prácticas mafiosas”. No se puede negar que le echa imaginación al asunto viniendo de alguien que tiene a Miguel Ángel Rodríguez en nómina.
Una táctica que repite con frecuencia es presentarse como víctima. “Me han llamado asesina, genocida, loca, ida, corrupta”, dijo el lunes. El listado de apelativos que ella dedica a la izquierda no es pequeño. El último producto de su fábrica de ideas es que la izquierda fomenta el consumo de drogas para tener una sociedad sumisa y empobrecida.
Siempre ha dedicado más intensidad a atacar al rival que a defender sus propias convicciones. Con lo primero, su creatividad es desbordante. Con lo segundo, le valen las generalidades y las promesas, a veces repetidas.
Ayuso está escandalizada por las referencias ahora constantes de los socialistas sobre los delitos de su novio. Resulta discutible que un presidente del Gobierno se dedique a atacar a la pareja de una presidenta autonómica por presuntos actos ilegales realizados sin el consentimiento de ella. Se entiende mejor si se analiza, no como una defensa de la Agencia Tributaria, sino como una forma de pagar los ataques a Begoña Gómez con la misma moneda. Es la última aportación española a la democracia. Ahora los cónyuges son munición aceptable en el combate. Hay tantas venganzas en marcha que es difícil estar al tanto de todas.
“Intentan en lo emocional destruirme”, dijo Ayuso. Como si eso fuera una novedad en los planes de Rodríguez y de ella hacia sus adversarios.