Llega Pedro Sánchez en su gira 24M a una plaza que ya no es lo que era: Barcelona. Como esos rockeros que después de haber triunfado en grandes estadios acaban haciendo acústicos en teatros y bares, así anda el PSC que ayer acogió al líder socialista. Si el secretario general del PSOE hubiese venido a dar un mitin hace solo un par de elecciones, se habría encontrado con un Palau Sant Jordi desbordado (en 2008 hubo guerra de cifras: que si 20.000, que si 40.000), mientras que este martes se encontró con un pequeño recinto del Forum que llenaron varios cientos de voluntariosos militantes. Antes de empezar, los de la única grada trataron de hacer una ola que, por pequeña, daba ternura, y se imaginaba uno lo que sería esa misma ola como tsunami en el Sant Jordi de los buenos tiempos.
“Hijo mío, antes todo esto era socialismo”, podía haber dicho uno de los muchos veteranos que elevaron la edad media del acto. Y el tono de buena parte de las intervenciones que precedieron a Sánchez fue por ahí: una mezcla de nostalgia y estupor ante la debacle de un partido que, tras gobernar durante casi toda la democracia el ayuntamiento de Barcelona, hoy se ve en las encuestas relegado al cuarto, quinto y hasta sexto puesto, y no mucho mejor en los sondeos para autonómicas pese a haber gobernado varias legislaturas. Por cierto, en la primera fila estaba sentado el ex president José Montilla, del que no se acordó ninguno de los oradores al hacer recuento de los éxitos socialistas.
Ahí apareció Pedro Sánchez, en un PSC en sus horas más bajas, que llena apenas un salón del Centro de Convenciones de Barcelona, y gracias a los autocares llegados de la provincia. No sé si fue la mejor opción, para un partido tan deprimido como el PSC, ponerle como sintonía de mitin el ‘Jump’ de Van Halen, inspirada en un suicida que iba a saltar de un puente.
De ahí que la mayor parte del mitin se dedicase a recordar “lo que hicimos los socialistas” en Barcelona y Cataluña. Empezando por el propio lugar del acto, el Forum que rehabilitó urbanísticamente una zona degradada de una Barcelona que hasta entonces “vivía de espaldas al mar”, recordó el actor Abel Folk, conductor del acto. Quienes precedieron a Sánchez hicieron recuento del legado socialista, de lo mucho que los ayuntamientos, la Generalitat y el gobierno central han hecho por Barcelona en décadas. Nadie lo dijo, pero en todas las intervenciones resonaba la misma pregunta triste: “¿cómo es posible que con todo lo que hemos hecho nos veamos así?”. Mientras enumeraban los éxitos y el orgullo de ser socialista (“que se lleva en el corazón”, dijo la alcaldesa de L’Hospitalet, Nuria Marín), resonaba la intensa lluvia sobre el tejado, como un diluvio que hubiese arrasado al PSC y dejase aislados allí dentro a los últimos supervivientes, entregados a “la nostalgia de una edad feliz/y de dinero fácil tal como la contaban”, que decía Gil de Biedma en el poema del que tomo el título.
El propio Sánchez, contagiado del ambiente lastimero, se unió a la terapia e hizo memoria de todas las leyes, reformas y derechos que trajeron los socialistas en Cataluña y España. Pero mientras los catalanes celebraban su acto más multitudinario de esta campaña (así lo dijo su primer secretario, Miquel Iceta), Sánchez llegaba con el recuerdo fresco del llenazo dos días antes en Valencia. Así que, aunque ahora tocase en acústico en un recinto pequeño, levantó la voz como si estuviese en el Sant Jordi de los buenos tiempos.
Sánchez, con su imprescindible camisa blanca, hizo a los barceloneses el mismo número que ha ido rodando en esta campaña, y que cada día le sale mejor: una mezcla de risas, cabreo y emoción, para que vibre el pabellón con aplausos y banderolas. Las risas las pone siempre su alter ego, el muñeco bobo que saca en todas sus actuaciones: Rajoy. El líder socialista usa al presidente del gobierno para que la gente se ría. Les cuenta “la última de Rajoy”, “una de sus perlas”, y nada más mentarlo ya hay risitas. Pero cuidado, que solo quiere que te rías para luego sacudirte con un endurecimiento del discurso que te rompe emocionalmente para que solo puedas gritar y aplaudir: Rajoy ha dicho no sé qué tontería (risas, risas), y a continuación unas palabras duras sobre las familias que lo están pasando muy mal, cóctel perfecto para levantar al auditorio cabreado.
La emoción la pone el cansino storytelling que no puede faltar en ningún mitin: Sánchez siempre se acuerda de tal o cual persona que ayer le preguntó esto o le contó lo otro. Unas veces toca Juana, otras Valeria, y en Barcelona fue un trabajador que en Móstoles le había confesado sus penurias por culpa de la precariedad, ejemplo perfecto para ilustrar “lo que Rajoy llama recuperación del empleo”. A partir de ahí, Sánchez propuso un “pacto entre generaciones” para situarse entre quienes priman la juventud (por Albert Rivera) y los que son solo pasado (el PP).
Para terminar, tras un par de menciones desganadas a la “España federal” de la que el PSOE lleva décadas hablando, y unas pocas expresiones ingeniosas pero que sonaban demasiado a argumentario, Sánchez pidió silencio para concentrarse en la única frase que dijo en catalán. Mucha expectación para acabar soltando un soso “Barcelona se merece un alcalde de progreso”.
Sánchez da bien en público, es muy telegénico y se sabe todos los recursos del buen mitinero. En Barcelona solo tuvo un problema: que no cerró el acto, y tras él habló el candidato del PSC al ayuntamiento de Barcelona, Jaume Collboni, un brillante y vibrante orador que empequeñeció a Sánchez, lo hizo parecer un telonero esforzado a su lado. Collboni, que levantaba la voz como si estuviese en un Sant Jordi abarrotado, insistió en recordar el pasado memorable del socialismo catalán y reivindicar el orgullo de ser socialista, y lanzó pullas a Colau (“soberbia”, la llamó). Mostró fuerza y convicción, y levantó más a la militancia que Sánchez. Parece Collboni un candidato que mereciera no ya un recinto más grande, sino un partido más grande.
Aparte de Colau, los nuevos contendientes, Podemos y Ciudadanos, no fueron mencionados directamente aunque estuvieron presentes en las repetidas referencias de los oradores a quienes vienen de “platós de televisión”, “venden crecepelos” y otras indirectas obvias. En cuanto al soberanismo y el proceso catalán, como si no existieran, reducidos a la fórmula facilona de los “patriotas que confunden patria con patrimonio y se lo llevan a paraísos fiscales”, aunque a Pujol solo se le nombró una vez en toda la noche.
Al terminar, Pedro Sánchez se dejó besar, abrazar y “selfiar” durante una larga media hora, en manos de una militancia muy falta de cariño. A la salida, la lluvia impuso desbandada y afeó la herencia socialista del Forum, subrayando el carácter poco humano de todo este urbanismo que dice ser “marca Barcelona”.