Las autoridades brasileñas buscan medidas para “humanizar” un sistema penitenciario marcado por el hacinamiento y la violencia y en el que la falta de control institucional ha provocado situaciones de extrema crueldad con los presos.
En Brasil, que cuenta con la cuarta mayor población carcelaria del mundo -solo por detrás de EE.UU., China y Rusia-, los expertos reconocen que un problema añadido es que la mayoría de las cárceles depende de los gobiernos regionales y tienen diferentes políticas y distintos recursos, lo que genera situaciones muy dispares en los 1.420 presidios del país.
En Río de Janeiro, tercer estado por número de reclusos, tras Sao Paulo y Minas Gerais, el emblemático Complejo Penitenciario de Gericinó, más conocido como Bangú, que antaño copaba las portadas de los diarios por sus problemas de violencia, trata de superar su historia negra.
“Estamos caminando en dirección a la humanización del sistema”, señala a Efe el titular de la Secretaría Estatal de Administración Penitenciaria de Río de Janeiro (SEAP-RJ) SEAP-RJ, el coronel Erir Ribeiro Costa Filho.
Río de Janeiro tampoco se libra del estigma del hacinamiento en sus cárceles que, según los últimos datos oficiales, albergan a 47.673 reclusos -20.457 de ellos preventivos-, pese a que la capacidad del sistema penitenciario fluminense es de apenas 27.500 plazas.
“El problema de los presos preventivos, que aún no fueron juzgados, es que muchos de ellos van a ser absueltos o condenados a penas menores al tiempo que permanecieron custodiados por el sistema”, reconoce el coronel.
Por eso, apunta, la SEAP-RJ trabaja con el Tribunal de Justicia regional para agilizar las audiencias de custodia, lo que puede reducir en hasta un 50 % el ingreso de nuevos reclusos.
Además, se están construyendo cuatro nuevos presidios en la región que podrán aliviar el problema de la superpoblación carcelaria.
“El sistema brasileño no tiene condiciones de recibir el número de presos que tiene. Pero esto comienza con la ley, con el sistema judicial y la manera en que se interpreta la ley”, denuncia Ilona Szabó, directora ejecutiva del 'think-tank' social Instituto Igarapé.
Szabó asegura que la solución no pasa por la construcción de nuevos presidios sino por una mejor aplicación de las leyes ya que “dentro de un proceso normal de Justicia criminal” deben aplicarse advertencias o medidas como la prestación de servicios antes de recurrir al encarcelamiento, lo que acaba redundando en la situación de hacinamiento.
“Si se diera esta crueldad con animales, como perros o gatos, veríamos las reacciones internacionales de inmediato”, denuncia el padre Valdir João Silveira, coordinador de la Pastoral Carceária, una organización que lucha por devolverle la dignidad a los presos.
A la superpoblación se añade el problema de la violencia derivado del control de bandas criminales sobre muchos centros penitenciarios, lo que ha llevado a los expertos a denunciar que las cárceles brasileñas se han convertido en “escuelas del crimen”, un fenómeno que la SEAP-RJ trata de frenar con alternativas para los reclusos y programas de reinserción.
Según datos oficiales, en Río de Janeiro 3.870 reclusos estudian y otros 3.800 trabajan y redimen un día de condena por cada tres de trabajo.
“Tenemos presos con formación universitaria, que fuera no tendrían esa oportunidad y aquí la tuvieron”, apunta Erir Ribeiro.
Las autoridades cariocas han potenciado otras medidas, como la Unidad Materno Infantil de la prisión para mujeres de Talavera Bruce, una de las 26 unidades del complejo de Bangú.
Rafaela Gabriela, presa en esta cárcel desde 2014 por un asunto de drogas, reconoce a Efe que, aunque “fue traumático” tener a su hija mientras cumplía condena, “gracias a Dios” todo fue bien y admite que en los últimos tiempos “las cosas cambiaron, un poco, para mejor”.
Las reclusas embarazadas son primero trasladadas a un hospital para dar a luz y a continuación permanecen junto a sus bebés en la unidad materno infantil durante un período de seis meses.
La dirección del presidio les permite cocinar, dormir junto a sus hijos y recibir material para sus pequeños.
Todas estas medidas buscan mejorar un sistema penitenciario que, en palabras del padre Valdir João Silveira, “solo crea mucho odio ya que obliga a luchar por la supervivencia”.