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Los cachorros de Aznar se sientan en el banquillo

A la derecha, el empresario Jacobo Gordon, uno de los asistentes al clan de Becerril, en el edificio de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares.

José Precedo

No eran solo la élite. Ese grupo de veinteañeros que se permitía comer en mangas de camisa con José María Aznar, el todopoderoso líder del PP que había recuperado el orgullo de la derecha española con su mayoría absoluta del año 2000, en la sierra madrileña iba a ser el futuro.

La prensa de la época lo bautizó como clan de Becerril, en honor a la localidad que acogía aquellos encuentros de verano. También se podría haber llamado “los amigos de Alejandro Agag”. Fue este hiperactivo dirigente de Nuevas Generaciones, licenciado en Ciencias Empresariales en Cunef, donde estudian los hijos de las clases acomodadas, el encargado de reclutar a los futuros valores del partido, una vez que fue nombrado asistente de Aznar.

En un hotel de la sierra se juntaban jóvenes como Juan Manuel Moreno, hoy líder del PP andaluz, promesas como el actual jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, el diputado Ignacio Echániz y otros jóvenes como Tomás Burgos, Sigfrido Herráez, Alberto López Viejo, o la exconsejera de Educación de Madrid Lucía Fígar.

Por esa especie de seminarios políticos en los que se debatía de ideología y estrategia, se tejían relaciones y se brindaba por un futuro mejor, pululaban además otros amigos de Agag más interesados en los negocios como Francisco Correa o el que fue su socio Jacobo Gordon.

Muchos de aquellos apellidos que formaban la cantera del aznarismo desfilan ahora por el banquillo de los acusados. No es que todos estén bajo sospecha porque cuando se disolvió el grupo al final de la segunda legislatura de Aznar, cada dirigente siguió su propio camino. Pero sobre algunas de aquellas estrellas rutilantes pesan hoy graves acusaciones de corrupción y peticiones de cárcel muy altas.

Para Correa, que además de asistir, llegó a organizar con su grupo de empresas una de las quedadas, la fiscalía solicita 112 años de prisión en el primer juicio de Gürtel. A López Viejo, consejero de Aguirre que encargó todos los actos de la Comunidad a la trama, 46 años. A Jacobo Gordon, dos años por blanqueo de capitales. 

A Lucía Figar, uno de los currículum más brillantes de aquella pandilla que la llevó a trabajar junto a Aznar cuando aún era veinteañera, el juez Eloy Velasco no le imputa haberse quedado con dinero. La acusa en el sumario Púnica de cargar campañas de imagen en Internet desde la Comunidad de Madrid a los presupuestos públicos. El escándalo le costó el puesto y una prometedora carrera labrada primero de la mano de Esperanza Aguirre y cuando esta dimitió en 2012, al lado de su sucesor, Ignacio González al frente de la consejería de Educación en Madrid.

Esos son los peor parados del clan de Becerril, que propició otros titulares dudosos como el salto del arquitecto Herráez de una concejalía de Madrid a la promotora inmobiliaria que edificó con permisos municipales de su época en el Ensanche de Vallecas.

En el extremo contrario, dirigentes, como Jorge Moragas, actual jefe de gabinete de Mariano Rajoy, siguen dos décadas despues cerca del poder y a salvo de sospechas. Como Juan Manuel Moreno, hombre fuerte del PP en Andalucía que se prodigaba en aquellos encuentros veraniegos. O los diputados Echániz y Carlos Aragonés, exjefe de gabinete de Aznar y marido de Fígar, que siguen con escaño en el Congreso.

Un exmiembro de la dirección nacional que conoce bien aquella era de finales de los 90 no se extraña del final accidentado que tuvieron algunos de aquellos hombres del presidente. “El objetivo de aquellos encuentros de Becerril era la relación con el poder. Es lo que ha marcado el perfil de algunos jóvenes que han entrado en el Partido Popular. Agag ya organizó una revista en Cunef y espacios de debate para acercarse a distintos políticos y empresarios. Él estaba en Nuevas Generaciones pero en esa organización se hacía un trabajo más institucional que no le interesaba, no propiciaba ese contacto con el poder que sí le daban las reuniones en la sierra. Ese grupo de dirigentes tenía ambiciones de muy diverso tipo: económicas, para crecer en el partido o llegar a cargos institucionales. Cuando la gente ve que te relacionas con el presidente, todo lo demás viene rodado y entonces teníamos todo el poder. Ellos vivían mucho de esa formas de relacionarse del pequeño Nicolás, presumiendo de amistades, tirando de agenda para darse importancia. Eso ahora chirría pero en aquella época... y claro, así han acabado algunos. Aunque a otros les ha ido muy bien”. resume este dirigente con muchos trienios en el partido y hoy alejado de la primera línea.

Quienes estuvieron presentes en esas reuniones apadrinadas por Aznar le quitan mística a aquellas citas veraniegas en Becerril y achacan las críticas internas a “gente que no estaba en la pomada y quería estar”.

Habla uno de los invitados habituales: “Al presidente le hacía gracia, gobernaba con mayoría absoluta, tenía al partido a sus pies y le gustaba juntarse con gente joven que no tenía responsabilidades ejecutivas y que estaba formándose. Éramos gente que compartíamos inquietudes, se ha escrito mucho de aquello y desde fuera siempre se ve más épica que dentro. En realidad fue un grupo muy normal”.

Otro de los que asistía al hotel Las Gacelas, un tres estrellas sin muchas pretensiones, situado a la entrada de Becerril y que acogió varias de las citas añade: “Lo que se llamó clan de Becerril, que esa palabra ya tiene connotaciones negativas era solo un seminario político,  como pueden hacerse tantos, aunque seguramente más distentido que otros foros. Allí todo era más cercano, se evitaba la jerarquía. Y hay que ver el contexto, imagina las expectativas que desata la posibilidad de acceder al número uno del partido, al presidente. Era gente joven, prometedora, había dirigentes de Valencia, Andalucía, no solo de Madrid. Y eso provocaba recelos en otros sectores del partido”. 

El clan de Becerril murió fruto del éxito de su principal impulsor. Tan lejos habían llegado las relaciones públicas de Agag, que acabó conquistando a la hija del jefe, Ana Aznar, con la que se casó en la famosa boda del Escorial, con varios integrantes del grupo como invitados. El propio Correa, a quien nadie hoy en el PP parece conocer, ejerció de testigo en una ceremonia a la que acudieron presidentes de varios países. Las fotos de aquel banquete ilustran todavía hoy la crónica de sucesos de la prensa española.

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