Pocos lo recordarán porque en política el año 2005 es casi el periodo cuaternario, pero en Galicia hubo un dirigente del PP que hace ya 18 años sembró la duda sobre el voto por correo hasta exigir al Gobierno que presidía José Luis Rodríguez Zapatero custodia policial para las sacas que iban a llegar de la emigración. Se trataba de unos cuantos miles de papeletas llegados de Argentina, Uruguay o Venezuela que podían dar un vuelco a unas elecciones que en el recuento de urnas gallegas Manuel Fraga había perdido en beneficio de la izquierda.
Aquel político se llamaba Alberto Núñez Feijóo y su alerta generó gran atención porque antes de ser el 'número dos' en la Xunta había sido presidente de Correos. Feijóo tenía todos los números para suceder a Fraga –un candidato de 83 años que apuraba la última etapa de su vida política– siempre que los votos emigrantes sumasen para dar la vuelta al recuento gallego que situaba en el Gobierno a la coalición de PSOE y BNG. Durante la semana larga en que las elecciones gallegas estuvieron en el aire, entre el 19 y el 26 de junio de 2005 en que se computaron los votos de la diáspora, Feijóo hizo peticiones de lo más exóticas, entre ellas, disponer de interventores las 24 horas del día para hacer seguimiento de los votos desde el aeropuerto de Barajas a las juntas electorales provinciales.
Spoiler: los votos llegaron como siempre, se contaron de la misma forma y el escrutinio de las urnas gallegas no varió en nada: PSOE y BNG formaron aquel verano el primer gobierno de coalición tras 16 de ‘fraguismo’ y Feijóo se fue a la oposición.
En las siguientes elecciones, tres años y medio después, en medio de la crisis de Lehman Brothers, Feijóo ya se presentó como número uno del PP. El contexto era crítico para su partido: el presidente nacional, Mariano Rajoy, estaba en el alambre, tras perder sus segundas elecciones contra Zapatero y aquellos comicios podían certificar el fin de su liderazgo, que la mayor parte de la derecha mediática madrileña daba ya por amortizado.
Feijóo tampoco era ya aquel técnico bregado en la presidencia del Insalud y de Correos que había llegado a Galicia para socorrer a Fraga. Ni siquiera su estética era la misma. Una agencia de comunicación, que años después apareció implicada en los escándalos de financiación del PP de Aguirre, determinó que su imagen daba aspecto de altivo y poco cercano, que la gomina le hacía parecer pijo y que había que cambiarle las gafas. La misma agencia que le cambió el peinado determinó que en mitad de la hecatombe financiera lo rentable era presentar al entonces presidente de Galicia, Emilio Pérez Touriño, como un despilfarrador que vivía a todo tren mientras los gallegos eran despedidos por miles.
De un Audi a la 'flotilla' Citroën
No hizo falta mucho. La compra por parte de la Xunta de un Audi A8 blindado, como el que había salvado la vida a José María Aznar en el atentado de ETA, el mismo en el que viajaba Alberto Ruiz Gallardón, idéntico a los dos que transportaban a Fraga y en los que tanto había despachado Feijóo con el presidente fundador, sirvieron al PP para lanzar una furibunda campaña de bulos y fake news (en 2009 nadie conocía a Trump ni tampoco se le llamaba así a estas estrategias de guerra sucia) en la que llegaron a llamar al entonces presidente de la Xunta, Touriño, un profesor universitario con una vida discreta alejada de cualquier lujo, “sultán socialista del siglo XXI”.
Pese a que el coste del coche, 480.000 euros, obedecía al blindaje y a los sistemas electrónicos de inhibición de frecuencias, que los servicios de seguridad de muchas administraciones recomendaban para evitar atentados (ETA todavía mataba entonces, pero eso no importó mucho en aquella campaña del PP), Feijóo repetía en los mítines que el coche de Touriño era “más caro que el de Obama”. “Y eso que el de Obama puede lanzar misiles”, llegó a decir en alguna ocasión.
Ese coche y la reforma de un ala de la sede del Gobierno con unos muebles de diseño que repasaron silla a silla los medios más conservadores alimentaron una de las campañas más sucias que se recuerdan. Al final resultó que el mismo partido que acababa de adjudicar en funciones los dos últimos edificios de la Cidade da Cultura, un majestuoso proyecto arquitectónico que consumió más de 400 millones de euros y sin usos conocidos, acusaba de despilfarro al Gobierno de izquierdas en la Xunta.
A base de repetirlo, los dirigentes populares y sus altavoces mediáticos, la tesis hizo fortuna en aquellas elecciones que coincidieron con el desplome de la economía mundial.
Pero la batalla del PP de Feijóo no paró ahí. Igual que en en los días previos al 28M fue Ayuso quien dijo las mayores barbaridades contra el Gobierno -cambiaban papeletas por papelinas, llegó a afirmar la líder del PP- para alentar la tesis del pucherazo que atribuyó directamente a Sánchez en el cierre de campaña, en 2009 ese papel se lo reservó Baltar padre, el cacique de Ourense.
“Ponen a los ratones a cuidar del queso”, dijo el presidente de la Diputación y del PP en la provincia para referirse al vicepresidente nacionalista Anxo Quintana y a sus competencias en Igualdad. Antes de que se pronunciase esa frase, fontaneros de Feijóo se habían dedicado a filtrar fotos de abolladuras en el portal del garaje de Quintana que atribuían a un intento del vicepresidente de atropellar a su expareja. El bulo de que el líder del BNG era un maltratador se expandió sotto voce, con parte del equipo de campaña de Feijóo deslizando esa acusación en privado a los periodistas.
Tres días antes de las elecciones del 1 de marzo de 2009, ese mismo equipo filtró una foto antigua donde aparecía Anxo Quintana en el yate del empresario Jacinto Rey –con intereses en el concurso eólico en Galicia– y en el que también habían navegado otros dirigentes del PP.
Feijóo y Rajoy hicieron de ello un escándalo y llegaron a pedir la dimisión de Anxo Quintana a unas horas de la votación. Baltar, menos sutil, llamó directamente “maricón” desde un mitin al líder socialista en su provincia, Pachi Vázquez, en un clima electoral irrespirable que la izquierda, ni PSOE ni BNG, supieron cómo combatir.
El 1 de marzo de 2009, los nacionalistas perdieron un escaño en A Coruña que fue decisivo para que Feijóo fuese presidente de la Xunta y salvar de paso el liderazgo de Rajoy.
Tras aquellas elecciones, Feijóo malvendió los Audis de la Xunta, también los que había comprado su partido, y renovó toda la flota de vehículos oficiales con un contrato adjudicado a Citroen, la misma empresa que le había cedido un coche gratis para hacer la campaña.
Esa transacción fue para el líder del PP el primer gesto de la era de la austeridad.
Las ayudas a la prensa
Años después se supo que Feijóo ocultaba en el armario fotos mucho peores que las que llevaron a su partido a pedir la dimisión de Quintana: El País desveló sus años de vacaciones y viajes con el narcotraficante Marcial Dorado.
El PP trató de capear el escándalo como pudo en las peores horas de Feijóo al frente del partido. Cuatro días después de la publicación de las fotos, la Xunta adjudicó 900.000 euros en ayudas a la prensa gallega y Dorado fue diluyéndose en los titulares.
Muchos nacionalistas y socialistas gallegos han revivido estos días aquella campaña de 2009 ahora que el PP y sus medios afines lograron convertir unas municipales y autonómicas en un plebiscito sobre Bildu y ETA y los socios del Gobierno. Ni entonces ni ahora la izquierda supo reaccionar.
La respuesta de Feijóo a los episodios de la compra de votos en Mojácar y otros ayuntamientos, antes de que se conociese que también hay detenidos vinculados al PP, ha hecho a algunos retroceder unos años más allá, al primer Feijóo que recién llegado de la presidencia de Correos pedía escolta para las sacas y ponía en duda el voto de la emigración.
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