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La Casa de los Azulejos, del español Guastavino, sigue en pie en Nueva York

La Casa de los Azulejos, del español Guastavino, sigue en pie en Nueva York

EFE

Nueva York —

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Hace un siglo el arquitecto español Rafael Guastavino imprimió para siempre su huella en la emblemática terminal Grand Central de Nueva York, pero también en la mucho más desconocida Casa de los Azulejos, que ahora habita uno de los candidatos a alcalde de la ciudad.

George McDonald, que aspira a hacerse con la candidatura republicana para sustituir a Michael Bloomberg, salvó de la demolición esta joya arquitectónica al comprarla por 1,2 millones de dólares en 2010, permitiendo así que pudiera llegar a celebrar su centenario.

“Hace dos años tuve mucho miedo de que un nuevo dueño la fuera a destruir, así que es una cosa estupenda que este nuevo propietario esté interesado en su historia”, explica a Efe John Ochsendorf, académico del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Ochsendorf es autor de “Guastavino Vaulting: The Art of Structural Tile”, que relata la vida y obra de Rafael Guastavino Moreno (1842-1908) y su hijo, Rafael Guastavino Expósito (1872-1950), dos arquitectos españoles que revolucionaron la construcción en Estados Unidos a finales del siglo XIX.

Guastavino padre, nacido en Valencia, emigró a Estados Unidos en 1881 acompañado de su hijo, por entonces de nueve años, y disfrutó de una fama sin precedentes gracias a sus bóvedas tabicadas, con las que renovó la conocida como “bóveda catalana”, un sistema tradicional del área mediterránea.

La clave de su éxito fue la incombustibilidad del ladrillo y los azulejos que empleaba, puesto que introdujo su técnica, entonces desconocida, en un momento en el que Estados Unidos todavía no se recuperaba del trauma por el gran incendio que, diez años antes, había arrasado Chicago.

Guastavino hijo, nacido en Barcelona, aprendió desde pequeño la técnica de su padre y ya a los 19 años contaba con cuatro patentes en Estados Unidos relacionadas con la construcción de este tipo de bóvedas, que ambos llevarían a más de un millar de emblemáticos edificios públicos en todo el país.

La catedral de San Juan el Divino, el puente de Queensboro, la antigua estación de metro de City Hall, el Carnegie Hall, la Capilla de San Pablo de la Universidad de Columbia y el pabellón de Ellis Island son solo algunas muestras de las construcciones en las que los Guastavino dejaron su huella en Nueva York.

Pero puede que la más conocida de todas ellas fuera el famosísimo Oyster Bar de la estación Grand Central y la adyacente “galería de los susurros”, a la que siguen acercándose cada día neoyorquinos y turistas para probar la increíble acústica que permite escuchar un susurro de una punta a otra.

En este centenario de la emblemática estación, Nueva York recuerda el legado de esos dos arquitectos españoles, pero aun así pocos saben de la existencia de la residencia que levantó en 1913 Guastavino hijo en el área de Bay Shore, en Long Island, conocida como la Casa de los Azulejos.

“La residencia de Bay Shore es un museo viviente sobre la vida y obra de Rafael Guastavino hijo, así como un inesperado trabajo de influencia de la arquitectura española en la costa de Long Island”, afirma el académico del MIT en su libro al hablar sobre esta casa, forrada por azulejos tanto en su exterior como su interior.

El experto cuenta que en 1912 el arquitecto español y su mujer, Elsie Seidel, fueron de viaje a Europa y a su paso por España se hicieron con azulejos que utilizarían después en esta casa a su regreso a Nueva York, afortunadamente tras perder su planeado viaje en el Titanic.

Situada en un terreno de más de 5.000 metros cuadrados a las orillas del mar, la casa “ejemplifica la esencia estética del arte de los azulejos de cerámica y sus atributos estructurales”, según la inmobiliaria Daniel Gale, que difiere con el académico del MIT sobre el inicio de su construcción y asegura que habría sido en 1912.

Una de las joyas de esta residencia es la escalinata principal, cubierta de azulejos de estilo mudéjar y presidida por una gran vidriera que representa la campiña española, así como la gran chimenea del salón principal, donde unos ventanales arqueados ofrecen unas espectaculares vistas del mar.

En el friso situado sobre la puerta de entrada se puede leer en dos azulejos el lema de España, “Plus Ultra” (del latín “más allá”), que, según Ochsendorf, también alude al riesgo que afrontó la familia Guastavino al dejar su país natal y emigrar a Estados Unidos.

Pese a su relevancia histórica, el inmueble estuvo a punto de ser destruido por no encontrar comprador durante años, pero desde que llegó a manos de McDonald se ha iniciado el proceso para que sea designado patrimonio histórico y nunca más pueda estar en riesgo de desaparecer.

Por Teresa de Miguel

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