Es un mensaje que repite una y otra vez el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, y en el que insistió el pasado día 29, en su última comparecencia pública antes de las vacaciones de verano: “Cuando llegamos [en 2018, al frente del PP] éramos la tercera fuerza política en España según las encuestas y hoy ya somos la primera”. Como si fueran un salvavidas, Casado se aferra a esos sondeos que apuntan a que su partido podría ser la fuerza más votada en el caso de que se celebraran unas elecciones generales para tratar de mantener vivo su liderazgo –caracterizado por sucesivas derrotas electorales– al menos durante dos años, hasta que Pedro Sánchez vuelva a llamar a las urnas en 2023, una vez agotada la legislatura, si se cumplen sus previsiones.
Ese liderazgo se ha visto amenazado desde mayo por una de las grandes apuestas personales del propio Casado, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a la que él mismo eligió a dedo como candidata en 2019. Ella arrasó en las últimas elecciones madrileñas, quedándose a solo cuatro escaños de la mayoría absoluta. Logró más representantes que la suma de las tres fuerzas de izquierdas y absorbió todo el voto de Ciudadanos –el que hasta dos meses antes había sido su socio de Gobierno–, que perdió toda su representación en la Asamblea madrileña.
La amenaza de Ayuso se justifica en la evidencia de que la “reunificación” en el PP de las derechas divididas en tres –además de los populares, Vox y Ciudadanos–, algo que obsesiona a Casado desde su triunfo en las primarias, nunca llegó a materializarse en las elecciones en las que él figuró como cabeza de cartel –los populares obtuvieron los peores resultados de su historia en las dos generales de 2019–. Pero sí se empezó a fraguar en Madrid, una de las plazas fuertes de los partidos conservadores, de la mano de Ayuso, que mantiene un perfil propio y diferenciado del líder del PP, con unos mensajes radicalizados más próximos a Vox, partido al que también se está acercando ahora Casado en busca de un efecto electoral similar al de su baronesa madrileña.
Esa unidad del voto de derechas en el PP sí se ha mantenido en Galicia, otra plaza fuerte del conservadurismo, de la mano de un dirigente con un perfil muy distinto al de Ayuso: el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, al que dentro del partido consideran el máximo exponente del sector más moderado. Allí, ni Ciudadanos ni Vox tienen representantes en el Parlamento autonómico, algo de lo que presume el presidente gallego, que, siempre que puede, también trata de alejarse de la doctrina de Casado, remarcando su personalidad propia incluso por encima de las siglas del partido.
Génova 13 ve “consolidado” a Casado
Entre los dos barones con mayor poder institucional, el modelo que más gusta al líder del PP es el de Ayuso que, como él, se sitúa más a la derecha. El éxito de la dirigente madrileña corre sin embargo el riesgo de acabar fagocitando a Casado, que si ha conseguido mejorar en las encuestas ha sido precisamente a raíz del impulso que supuso el triunfo de la presidenta en las elecciones del pasado 4 de mayo.
El presidente nacional de los populares ha palpado esa amenaza de su compañera y amiga en las calles. La indiferencia generalizada con la que suelen acogerle a él en las concentraciones o actos públicos incluso sus propios votantes contrasta con el furor que genera Ayuso entre el electorado conservador. Se vio en la concentración de la Plaza de Colón del 13 de junio contra los indultos a los dirigentes independentistas, una protesta acaparada por Vox en la que Casado fue abucheado por una parte de los asistentes que, al mismo tiempo, clamaban por que la presidenta madrileña se presente para ir a la Moncloa. También, más recientemente, en Salamanca, cuando con motivo de la celebración de la Conferencia de Presidentes Ayuso fue la dirigente territorial más aplaudida y aclamada por la ciudadanía.
El mensaje oficial de Génova 13 es, en cambio, que no temen que la presidenta madrileña vaya a tratar de disputar el liderazgo a Casado, sino que lo fortalece, porque fue él quien la eligió como candidata y porque, como suele decir el propio líder del PP, las políticas que ha puesto en marcha Ayuso en Madrid –basadas en bajadas de impuestos generalizadas, privatizaciones y reducción del sistema público de servicios– son el “ejemplo” de lo que él haría en el caso de llegar a la Moncloa. “Hemos consolidado nuestro liderazgo nacional como única alternativa al desgobierno que sufrimos”, sostuvo Casado el pasado 21 de julio en el acto de celebración de su tercer aniversario como presidente del PP.
Tres años después de su victoria, Casado no ha conseguido superar la división del electorado de derechas, aunque su estrategia de radicalización que en todas las citas electorales celebradas desde 2018 –con la excepción de los comicios madrileños de mayo en los que el triunfo es más atribuible al personalismo de Isabel Díaz Ayuso que al líder del PP– resultó fallida, y que le llevó a acumular consecutivas derrotas en las urnas, sí empieza ahora a darle frutos en las encuestas, y por eso se aferra a esos sondeos, con el objetivo de mantener y reforzar su liderazgo.
Estudios publicados recientemente por distintos medios de comunicación apuntan a la posibilidad de que, en el caso de que se celebraran ahora las elecciones generales, los populares serían la primera fuerza del país, por delante del PSOE de Pedro Sánchez. Incluso en el último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), hecho público en julio, aunque el PP se dejó unas décimas respecto al estudio anterior –pasando del 23,9% de junio al 23,4% de julio– los de Casado llevan en una tendencia ascendente desde marzo, cuando tocaron su suelo con el 17,9% en intención de voto. Siempre según el CIS, los populares siguen instalados en un cómodo colchón que les sitúa por encima de sus resultados del 10N, cuando se hicieron con el 20,8% de los votos, su segundo peor resultado de la historia tras el hundimiento de las elecciones de abril de 2019, en las que se quedaron con solo el 16,69% de los sufragios.
Absorción de Ciudadanos y amenaza de Vox
Además de por el impulso que supuso para el PP el triunfo de Ayuso, esa recuperación en las encuestas se explica por el desgaste del Gobierno durante la gestión de la pandemia y por el hundimiento de Ciudadanos, una de las tres piezas de la derecha, que ha sufrido un varapalo tras otro en las urnas desde el 10N, pasando de primera a séptima fuerza en su principal plaza, Catalunya, y desapareciendo de la Asamblea de Madrid.
Casado da de hecho por amortizada a la formación de Inés Arrimadas, lastrada por sus continuos virajes y absorbida ya en parte por el PP no solo a nivel electoral sino también en el caso de algunos de sus dirigentes más destacados, como Fran Hervías o Toni Cantó, que se han pasado a las filas populares. El jefe de la oposición ha conseguido incluso la connivencia del expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera, que desde su despacho de abogados ha asesorado al PP en los últimos meses para varios de sus recursos en los tribunales y al que Génova 13 busca un encaje, con la vista puesta en la Convención Nacional del próximo otoño con la que Casado pretende consolidarse como “alternativa” a Sánchez.
Lo que no ha conseguido Casado tres años después de ganar las primarias es neutralizar a su rival por la derecha, Vox. Pese a contemporizar con su discurso y sus formas, el partido de Santiago Abascal se ha mantenido en las últimas citas electorales y resiste en las encuestas, suponiendo ahora el principal lastre para que el PP logre una mayoría holgada cuando se vuelva a llamar a las urnas. No obstante, Génova 13 da por hecho que si las encuestas se mantienen como ahora cuando Sánchez convoque elecciones –el presidente ya ha dicho que tiene previsto agotar la legislatura hasta 2023–, el PP contará con el apoyo de Vox para llevar a Casado a la Moncloa.
Al igual que le ocurre a Ayuso, al líder de los populares ya no le incomoda ese respaldo de la extrema derecha –que también ha sido necesario en Madrid, Andalucía o Murcia– pese a escenificar una suerte de ruptura con Abascal en la fallida moción de censura registrada por Vox el pasado otoño, que ya ha sido reconstruida con nuevos pactos entre los dos partidos que rivalizan por el mismo electorado pero que de momento se necesitan para llegar al poder.