En la vida hay cosas prescindibles. En política, más. La moción de censura de Vox ha sido una de ellas. Dos días. 16 horas de ¿debate? y todo seguirá igual. O no. Al abrirse el telón de la segunda jornada, subió Pablo Casado a la tribuna y dijo NO. No a perder el tiempo en medio de la segunda ola de la pandemia. No a que VOX le diera lecciones de principios y valores. No a una “bengala” para iluminar a un candidato autonómico. No a un partido, el de Abascal, al que el PP duplica en diputados. No a alguien que está incapacitado para ser presidente del Gobierno. No a las provocaciones. No a darle “un seguro de vida a Sánchez”. No a “una cortina de humo”. No a alguien que “dispara contra el partido que le dio trabajo durante 15 años”. Y no a hacer “de coro o de segunda voz” de la ultraderecha.
El Gobierno tenía garantizado de antemano que seguiría en el banco azul, pero el líder del PP tenía complicado salir ileso del trance. La de Abascal era una moción contra él más que contra el Gobierno. Pero la exposición y las lindes de una España de brocha gorda delimitadas por el dirigente de la ultraderecha le convencieron de que la abstención no era una opción. Mucho menos el sí. Casado dice por tanto NO, se borra así ¿definitivamente? de la foto de Colón y abre una brecha en el bloque de la derecha de imprevisibles consecuencias. De momento, eso sí, un Abascal condescendiente con el socio, dice que no tendrá en cuenta su ¿último? bandazo en las administraciones que gobiernan juntos en Madrid, Murcia y Andalucía.
“Usted se ha querido colocar en medio de los que pactan con ETA y con los otros. Es una infamia que me indigna políticamente. Trataremos de enmendar este error. Los votantes del PP pueden estar tranquilos, seguiremos tendiéndole la mano a pesar de todo”, le replicó un Abascal noqueado tras los golpes del que fue en tiempos su colega de partido y se escuchaba a gritos desde los escaños de Vox a un exaltado que decía “¡que vuelva Rajoy!”.
Si habrá o no un antes y un después de la intervención de Casado ante el pleno para la construcción de un proyecto moderado y centrado para España alternativo al Gobierno de coalición se verá con el tiempo. Demasiados bandazos. Demasiados giros de guión y demasiados cambios de criterio en un líder aún por consolidar dentro y fuera del PP, cuyo poder institucional depende de los votos de la ultraderecha y quien no hace tanto se mostró dispuesto a incluir ministros de Vox en su hipotético gobierno. En las filas populares hablan ya de “un punto de inflexión”. Y en la izquierda de ese 40% de los votantes populares, mas cercanos a las tesis “cayetanistas”, que exige confrontación y dureza.
De momento la de Abascal ha sido una “moción de impostura” más que de censura que nada tiene que ver, en palabras de Casado, con la política con mayúsculas y que ayuda a Sánchez “a ocultar su fracaso y su arbitrariedad” en la gestión de la pandemia. Dicho de otro modo: “Solo ofrece a España fracturas, derrotas y enfado mientras que a la izquierda le da garantía de victoria”. Una estrategia “irresponsable”.
Fue así como Casado se abonó por fin al arte de llamar a las cosas por su nombre, se hizo un “Feijóo”, inquietó probablemente al sector más duro de la derecha, pero abrió una oportunidad –la enésima– para reconstruir un centro moderado. Hasta Pablo Iglesias, que tenía previsto responder al líder del PP para atizarle duro, le felicitó hasta dos veces por un discurso político “brillante”, si bien le advirtió de que “llega tarde” en la batalla por la definición del liderazgo de la derecha.
“Le voy a dar algunos datos. Ayer una famosa encuestadora distribuyó una nota con algunos datos: el 50% de los votantes de la derecha piensa que PP y Cs deberían votar a favor de Abascal. Más del 80% de los votantes del PP piensan que su partido debería votar a favor o abstenerse. Si los datos son más o menos ciertos, ustedes están perdidos, señor Casado y señora Arrimadas”, auguró el vicepresidente segundo del Gobierno, para quien asistimos sin duda a una “batalla ideológica por el campo cultural de la derecha” que, en su opinión, “el PP es consciente” de que va perdiendo. “Sé, Pablo, que no eres un ultra. Sé que te gustaría que este escenario de diálogo fuera posible, pero aliándote con esta gente no habéis dejado espacio en España para que haya una derecha canovista”, añadió en tono condescendiente.
Iglesias, que acusó a PP y Cs de haber dado oxígeno al monstruo “que ahora les está devorando”, se dirigió a Casado para decirle que es consciente “de que el comportamiento faltón” de su bancada le hacía daño y que “por muy duros y faltones que sean los diputados del PP, no ganarán la batalla a Vox”. Todo para concluir que el PP “está inhabilitado para llegar a acuerdos”. Casado volvió a salir del escaño para un turno extraordinario de réplica que usó para confrontar ideológicamente con Iglesias, pero también para pedirle “que los abrazos que dieron su abuelo y el mío, no lo deshagamos sus nietos”.
Para entonces, Sánchez y Abascal –en teoría los actores principales de la representación parlamentaria– ya habían pasado a secundarios, pero en el banco que a alguien un día se le ocurrió tapizar de azul para distinguir los escaños reservados al Gobierno seguían sentados los mismos ministros, los de una coalición que hoy por hoy no tiene alternativa en el Parlamento, algo que se sabía cuando comenzó la gran farsa de Vox y el ejercicio impúdico de propaganda en el que Abascal pretendió convertir el Congreso durante dos jornadas consecutivas.
Pues eso: que el banco azul es ese sitio reservado en el hemiciclo que no es fácil ocupar, pero tampoco abandonar. Mucho menos cuando una derecha fragmentada y en ocasiones desnortada anda en su propia guerra y a Casado le falta aún demostrar que está dispuesto a pasar de las palabras a los hechos y que ese “no somos como usted porque no queremos ser como usted” que le dijo a Abascal no sea una nuevo ejercicio de cortoplacismo.