Pablo Casado tiene el 13 de febrero marcado en rojo en el calendario. No solo porque su partido se juegue el Gobierno de Castilla y León, que lidera de forma ininterrumpida desde los años 80 del siglo pasado. El éxito de Alfonso Fernández Mañueco es también el de Casado, quien ha fijado las elecciones de este domingo como el primer peldaño de su ascenso a la Moncloa. El problema es que todo lo que no sea un triunfo incontestable será visto como un fiasco. El PP aspira, tras adelantar las elecciones, a gobernar en solitario. Un objetivo cada vez más lejano. A seis días para las elecciones, la mayoría de los sondeos le dan la posibilidad de revalidar si pacta con la ultraderecha de Vox, que ya ha anunciado que exigirá sí o sí formar parte del Ejecutivo autonómico.
A la tensión discursiva habitual de una campaña electoral, en el PP se suma el miedo a un escenario indeseado en el que Vox marque el relato postelectoral. Justo lo contrario a la estrategia definida en la sede nacional (en venta desde hace un año) de la calle Génova. Tras Castilla y León se tienen que convocar elecciones en Andalucía, con fecha límite el mes de diciembre de este mismo 2022. Juan Manuel Moreno mira de reojo lo que está ocurriendo estos días para tomar su propia decisión.
El promedio de encuestas apunta a una victoria del PP con el 34% de los votos. Los populares han perdido casi seis puntos desde que su líder convocara elecciones a finales de diciembre del año pasado. Y alrededor de un punto desde el inicio de campaña. Mientras los sondeos indican un desfonde del PP, atenazado también por escándalos de corrupción que atañen tanto al actual presidente como a su predecesor, Juan Vicente Herrera, Vox apunta a un resultado mucho mejor que el de 2019, y en ascenso.
También Ciudadanos, el gran damnificado de una convocatoria anunciada por sorpresa tras ser expulsados del Gobierno de coalición por un mensaje de móvil, resiste el envite y aspira a mantener representación parlamentaria. La justa para, a diferencia de lo que ocurrió en Madrid en mayo del año pasado, consumar su venganza contra un Mañueco que les daba por amortizados hace apenas unas semanas.
Todos estos ingredientes explican el giro del PP de los últimos días. En el acto central de campaña, el pasado domingo en Palencia, Pablo Casado acompañó a su candidato. El líder de la oposición reiteró el discurso que ha abonado en las últimas semanas, pero dio un pasito más a la derecha para intentar contener el avance de Vox y el trasvase de votos que pudiera producirse hacia la ultraderecha.
Para Casado, el Gobierno de coalición ataca al campo, en toda su extensión, y la forma de vida del mundo rural que él recuerda de su infancia; atenta contra el sector primario al poner en duda el trato que reciben los animales en las macrogranjas y la calidad de la carne que se obtiene en la industria agroalimentaria intensiva; el Ejecutivo antepone la agenda ecologista a las necesidades de los ganaderos, a los que se impide cazar lobos.
Casado ha añadido un nuevo hit: el ataque a la remolacha. ¿Y cómo lo sostiene? Porque el Gobierno, de la mano del ministro de Consumo, Alberto Garzón, recomienda que se reduzca el consumo del azúcar. No es nuevo. De hecho, es una recomendación antiquísima de las autoridades sanitarias no solo de ámbito estatal, también internacional. Y ya copó el pasado mes de octubre las portadas, hasta el punto de que algunos dirigentes del PP se convirtieron en meme en Internet en defensa de un sector al que ahora consideran herido de muerte por las recomendaciones del coordinador de IU.
“Lo que les gusta es arruinarnos para que tengamos que depender de su paguita”, dijo Casado el domingo en Palencia. Pero no paró ahí. El líder del PP también arremetió contra la presencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en campaña. “El duque del Falcon”, como ha bautizado al líder socialista. El domingo estuvo en un acto en León junto al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, para quien Casado tenía preparada una retahíla de duros calificativos. “Duque de Maduro” comenzó. “Ya es el colmo. El comisionista de Maduro, el socio de negocios de un dictador”, continuó. Para concluir: “¡Váyase a Venezuela ya, anda!”.
No es la primera vez que Casado acusa a Zapatero de estar, de alguna manera que no termina de explicar, a sueldo de Venezuela. Tampoco es la primera vez que señala al Gobierno por los problemas de los productores de remolacha o que señala que defender el ecosistema solo sirve para “volver a la cueva”, como dijo el pasado domingo.
Pero en Palencia mezcló todos los temas en un único discurso, acusando incluso al Gobierno de anunciar el final de la obligación del uso de mascarillas en el exterior para “tapar el vodevil” de la aprobación de la reforma laboral, que fue posible gracias a un error del propio PP tras la traición de los dos diputados de UPN.
Ya el lunes, en una visita institucional a Bruselas para reunirse con la nueva presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, Casado acusó al Gobierno de promover una investigación sobre los casos de abuso a niños en el seno de la Iglesias Católica a su interés por “tapar” lo ocurrido en Baleares con las menores tuteladas por el Govern, o en la Comunitat Valenciana, donde fue condenado el exmarido de Mónica Oltra por violar también a una menor bajo la protección de las autoridades autonómicas. Casado no mencionó el escándalo de Madrid, en el que la consejera Concepción Dancausa insinuó incluso que todo era culpa de la Policía Nacional. Pero “tapar” esos escándalos no era la única intención del Gobierno, según Casado, también influir en la campaña electoral de Castilla y León.
Una campaña que entra en sus días decisivos y en la que Mañueco ha decidido tirar de Isabel Díaz Ayuso para intentar remontar en las encuestas. La presidenta madrileña, que no cuenta con el favor de Casado ni del resto de barones del PP, se ha convertido en el comodín, precisamente por la capacidad que demostró en mayo de 2021 para aglutinar el voto de la derecha y detener el ascenso de Vox.
La relevancia de los comicios del día 13 la señaló también el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, quien este mismo lunes aseguraba que “tendrán trascendencia para la política nacional”. Una afirmación que carga también las tintas de la responsabilidad en el propio Casado.
Está por ver si el efecto Ayuso, que Casado soñaba con dejar atrás y sustituirlo por un nuevo efecto PP, se deja notar en Castilla y León, una de las comunidades más afectadas por la despoblación. Precisamente fue Madrid el destino preferido de los jóvenes que abandonan la región para buscar un futuro que no encuentran en su lugar de nacimiento. Mientras, Mañueco también ha entrado en una dura dinámica en la que acusa a los partidos de ámbito provincial, como Unión del Pueblo Leonés o ¡Soria Ya!, de representar “lo que el separatismo” representa en España.
Una declaración extemporánea en un PP que en los últimos años se ha definido siempre como de los más moderados en comparación con otros, como el madrileño, que mantiene una deriva heredada de las mayorías absolutas de Esperanza Aguirre. En menos de una semana se comprobará en las urnas si Castilla y León acepta ese discurso de corte trumpista.
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