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Las elecciones más abiertas de la democracia disparan el miedo en los partidos

Los candidatos se sitúan en sus atriles en el debate de Atresmedia.

José Precedo

Seguramente la respuesta esté en los sondeos, en esos trackings electorales que los partidos han seguido realizando día tras día y la ley impide publicar en España la semana de la votación. Puede que eso explique el guión de esta campaña insólita. El pánico que se ha adueñado de los partidos -de todos menos de Vox, que siguió llenando pabellones y plazas de toros- hasta el minuto final. Y algunas decisiones a la desesperada en el campo de la derecha.

Los cuarteles generales de PSOE, PP, Ciudadanos y Unidas Podemos son estas últimas horas un continuo bullir de encuestas propias y filtraciones de las ajenas, donde se mezcla la demoscopia real, los bulos y la mera propaganda. El escenario es el más abierto de las últimas cuatro décadas con cinco partidos en liza y la incógnita Vox, una formación que llena mítines, hace mucho ruido allá donde va y a la que algunos sociólogos adjudican parte del voto oculto. El porcentaje de indecisos o personas que no dicen lo que van a votar estaba en el 30% en los últimos sondeos publicables. Todo un mundo, a la hora de repartir escaños, que incrementa la incertidumbre de un panorama político que ya era muy líquido con la actual configuración de partidos.

Nadie duda de que el PSOE sigue en cabeza pero en Ferraz temen que sus apelaciones al voto útil no logren el objetivo de alcanzar el 30% y perder así la consiguiente prima de diputados en la semana de los dos debates. Y los socialistas tienen muy fresca la pesadilla de Andalucía, cuando el hundimiento del PP fue compensado con creces por la irrupción triunfal de Vox, con la que casi nadie contaba.

Unidas Podemos vive ambiente de remontada pero tampoco las tiene todas consigo, pese a la buena impresión que causó Pablo Iglesias en los choques de TVE y Atresmedia. Sus dirigentes han agitado hasta el final el fantasma de un pacto de PSOE y Ciudadanos, igual que Sánchez alerta a los indecisos contra la idea de amanecer el lunes con un pacto de las tres derechas.

En el otro campo del tablero tres formaciones libran una encarnizada batalla que incluye fichajes, descalificaciones y maniobras subterráneas. El PP se lo juega todo a que salga la vía andaluza mientras ciertos sectores del partido abrigan la idea de que el suelo puede abrirse bajo los pies de Casado la misma noche del 28A.

Si Gurb, el extraterrestre de Eduardo Mendoza, bajase hoy de su nave espacial, vería al partido que ha vertebrado a la derecha española durante las últimas tres décadas, roto en tres y abriendo las puertas de un futuro gobierno en el último segundo de la campaña a una formación xenófoba, nostálgica y machista dirigida por un ex que cogió la puerta el mismo día que Esperanza Aguirre le cerró el chiringuito público que pagaba las facturas a Abascal.

La oferta de ministerios a Vox tuvo lugar el último día de la campaña y Casado eligió bien el lugar para lanzar su anuncio. A esRadio, la emisora de Federico Jiménez Losantos que acusaba a Rajoy de socialdemócrata y “maricomplejines”, se fue el líder del PP a recordar a los votantes indecisos que “Vox o Ciudadanos van a tener la influencia que ellos quieran tener para entrar en el Gobierno o para decidir la investidura o la legislatura”.

Fue el último capítulo para acabar de normalizar a la extrema derecha de una historia que nació semanas antes de las andaluzas y que sociólogos e historiadores estudiarán algún día. La víspera de la jornada de reflexión Casado vino a decir que la extrema derecha será, en un hipotético gobierno suyo, lo que quiera ser. “Tenga 10 o 40 diputados”, explicó, para dejar claro que las puertas las tienen abiertas independientemente de su resultado. Los populares temen que Abascal esté más cerca de los 40 que de los 10 escaños. Ya el día anterior había advertido el candidato popular que los votantes de Vox “no tienen ninguna razón para no votar al PP”. No hay muchos antecedentes en Europa de candidatos de partidos del sistema que abran las puertas de par en par a la ultraderecha en una campaña electoral.

La reunificación bajo unas solas siglas de conservadores, liberales y demócrata-cristianos iniciada por su presidente fundador, Manuel Fraga, hace treinta años, corre el riesgo de ser historia en unas horas.

De momento, los gestores de la derecha y los técnicos de la Administración, esas familias de Abogados del Estado, empezando por la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, se han batido en retirada después de que Casado haya llegado a presidir el partido y rellenado sus listas de elementos extraños para el PP de siempre.

Del epicentro del terremoto que sacude a la derecha emerge un dirigente que vivió de las mamandurrias públicas de la Comunidad de Madrid y clama ahora contra el “despilfarro autonómico”, ya no subido a un banco en la calle como hace años, sino en plazas de toros con miles de incondicionales. Abascal, el mismo líder que confesó hace unas semanas que él de la administración no sabe mucho pero que tampoco importa porque las instituciones tienen técnicos y lo relevante es que lleva “a España en el corazón”, fantaseó en el último mitin -en la Plaza de Colón, dónde si no, con la idea de llegar a La Moncloa.

A la imagen de desbandada en el principal partido de la derecha, contribuyó el último presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, que se permitió saltar del barco in extremis para aparecer en la sede de Ciudadanos con una carpeta naranja bajo el brazo a decir que la verdadera moderación es Albert Rivera. Fue la última maniobra del líder de Ciudadanos, tal vez el dirigente más experto en volantazos de la democracia española. Rivera, quien dijo que no pactaría con Sánchez ni Rajoy y firmó acuerdos para investir a los dos, pone cordones sanitarios al PSOE e incluso a dirigentes tan poco sospechosos de radicalidad como Ángel Gabilondo.

Si la protagonista de Good Bye Lenin despertase ahora del coma, descubriría que el Congreso se va a llenar de toreros, activistas por la caza y extras de las tertulias televisivas. También podría ver que la biblia del liberalismo, el Finantial Times, da a entender que debe gobernar el Partido Socialista, como antes lo hizo The Economist, alertando sobre la llegada de la extrema derecha. Y que mientras todo eso sucede los poderes económicos en España callan y esperan.

En el otro flanco, Pablo Iglesias -que iba a tomar el cielo por asalto- invoca la Constitución y casi ejerce de moderador en los debates televisivos donde entre propuesta y propuesta encuentra tiempo para recomendar a los candidatos de la derecha que mantengan la educación y las formas. La disparatada secuencia de esta semana ha querido que un líder desahuciado hace solo mes y medio se impusiese dos días consecutivos a los aspirantes del resto de partidos.

Con todo, el candidato, con más posibilidades según la demoscopia publicada sigue siendo Pedro Sánchez, que estira el traje de presidente todo lo que puede y hace llamamientos al voto útil con que viene el lobo de Vox mientras desliza que no está en sus planes acordar nada con Ciudadanos.

Tienen que ser las encuestas y esa información que solo manejan los partidos las que expliquen tantos giros en las tramas y por qué los últimos siete días han sucedido todas estas cosas en una campaña donde no pasaba nada.

Que Albert Rivera se lanzase a la yugular de Casado en TVE tomando prestada la frase de una ministra del PSOE -“vuestro milagro económico está en la cárcel”- mientras se ofrecía a pactar con él PP. Y que al día siguiente le dibujase como un partido viejo que pretende recular hasta las vetustas normas del aborto de los años ochenta.

En esa campaña sin reglas de esta última semana, el pacto de no agresión y la vía andaluza saltaron por los aires en la doble cita de TVE y Atresmedia. Cuentan algunos de sus asesores que Rivera olió sangre -por supuesto a través de los estudios demoscópicos que encargaba- en el PP y que pilló a Casado desprevenido el lunes, y que éste, muy enfadado, decidió contestar el día siguiente.

Fuera, en las plazas de toros, esperaba a ambos Vox, con su discurso de la “derechita cobarde y la veleta naranja” y muchas colas a la entrada de los mítines.

La zapatiesta de las derechas ha hecho olvidar aquel mantra de la lista más votada que repetían algunos de sus líderes hace solo unos pocos meses y que hoy parece cosa del Pleistoceno. A la vista de los últimos acontecimientos, sus votantes empiezan a necesitar un mapa para saber dónde está cada uno. Ideológicamente y hasta en las listas, donde hay personas que figuran en candidaturas de dos partidos distintos, como aquella que va a las generales por el PP de Gipuzkoa y en las de Vox al Ayuntamiento de Irún.

En medio del caos, solo Aznar ha regresado a su sitio -ahora que no está Mariano Rajoy- convertido en el primo de Zumosol de Casado. “A mí nadie me habla mirándome a la cara de derechita cobarde”, dijo sobre Abascal. “A mí los candidatos me durarían muy poco”, terció tras los dos debates. Aznar empieza todas las frases con “a mí”, y los analistas casi tienen que consultar el VAR para comprobar si es una defensa o un ataque al joven líder del PP que él mismo ha apadrinado.

Mientras tanto, de Mariano Rajoy, el antiguo presidente, del partido y del Gobierno, no hay noticias. Reapareció en un mitin al principio, en Pontevedra, con su amiga y candidata Ana Pastor, y en otro en Valencia. En aquel primer acto, por si acaso, el otro expresidente del PP aprovechó para decir que “la gente quiere cosas sensatas y moderadas”. El domingo ya no serán trackings, sino unas elecciones de verdad las que tienen la última palabra.

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