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“No hay mejor forma de democracia que la reunión espontánea de una multitud enfurecida”

El escritor Christian Salmon. / Anabel Guerrero

Andrés Gil

Christian Salmon es uno de los analistas de la política y su lenguaje más interesantes de nuestro tiempo. En Storytelling puso en evidencia la construcción de un relato prefabricado para el consumo político, algo que ahora ya se ha visto superado por la performance, una teatralización en la que el relato es sólo un elemento más en toda la arquitectura hueca de la política.

Miembro del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje (CNRS), en París, Salmon ha contestado por correo electrónico a las preguntas de eldiario.es sobre su nuevo libro, La ceremonia caníbal (Península), uno de cuyos fragmentos puede leerse aquí.

Usted critica la performance, la teatralidad en la política y los políticos. ¿No es posible otra forma de hacer política hoy en día?performance,

Bajo el efecto combinado de las políticas neoliberales y la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, el escenario político se ha desplazado de los lugares tradicionales del ejercicio del poder (Parlamentos, Gobierno...) hacia otros ámbitos, como los canales de noticias 24 horas, internet y redes sociales. La deliberación democrática ha dado paso a la información en tiempo real de canales de información continua. El hombre de Estado ahora se ve menos como una figura de autoridad y, más como un objeto de consumo, un artefacto de la subcultura de masas. Un personaje de serie de televisiva.

¿En qué forma la tecnología y tecnopolítica cambian el paisaje tradicional?

La explosión de las redes sociales, como Twitter, y la aparición de canales de noticias pulverizan el tiempo político. Hay una carrera acelerada para la movilización del público. Vivimos en una ebullición de la información que limita cualquier deliberación. Con la televisión temática, el homo politicus se ve obligado a actuar 24 horas al día, siete días a la semana: contar un relato, influir en la agenda de los medios, fijar el debate público, crear una red, es decir, un espacio para difundir el mensaje y hacerlo viral... Internet constituye un espacio de actuación donde todo el mundo ha de imponer su relato. El político ya no tiene el monopolio del relato nacional. El simbolismo tradicional se colapsa: la encarnación del reino en la persona del rey es reemplazada por una exposición incesante del político. Desde Clinton a Sarkozy, Blair, Bush y Obama, emerge un nuevo gobernante sobreexpuesto ante el escrutinio de los nuevos medios hasta la obscenidad y la banalización. Una telepresencia que les lleva a ser devorados mediáticamente. Los políticos se virtualizan, se convierten en una especie de ángeles digitales, de valores bursátiles, pero los números de las encuestas son muy volátiles.

¿La actuación oculta malos políticos y políticas vacías?

El verdadero problema es el de la soberanía. La soberanía es un proceso complejo. El poder de la acción pertenece al soberano y a los símbolos del Estado. El funcionamiento de las instituciones es lo que le permite mantener una presencia en el espacio y el tiempo. El poder simbólico es el eslabón esencial del poder: retratos del rey en las paredes, el relato de la vida de la corte, su rostro impreso en los billetes. Se regulan sus apariciones públicas, las ceremonias de poder. Esta doble realidad es la que la globalización neoliberal y la integración europea han dislocado. Maastricht supone el fin del poder de acuñar moneda y el del control de las fronteras a través de Schengen –los dos pilares de la soberanía nacional desde el nacimiento de las naciones–. Por un lado, la capacidad de actuar de forma anónima (Bruselas, Wall Street, la multinacionales), por el otro, un Estado con sus símbolos que se ha quedado vacío: de un lado decisiones sin rostro; de otro, rostros indefensos. Resultado de esta dislocación: la acción de gobierno se percibe como ilegítima; la palabra del Estado y su rostro han perdido toda credibilidad.

¿Esta forma de hacer política enmascara la ausencia de ideología?

La ideología es el discurso que ordena y jerarquiza los objetivos políticos. Esto implica que tenemos los medios para poner en práctica unos objetivos en una determinada agenda política. Y también implica que contamos con un margen de maniobra, la llamada soberanía nacional. Durante 30 años, el Estado neoliberal se deshizo de sus competencias por la pérdida de soberanía. El Estado tiene fugas por todas partes. Por abajo, ha abandonado sus poderes a las regiones; por arriba, ha trasladado a Europa el control de sus fronteras y el poder de acuñar moneda. Vive bajo la presión de las agencias de calificación y de los mercados financieros, y está condenado a observar simplemente cómo las multinacionales mueven los peones de sus inversiones. Se enfrenta a la competencia de los países emergentes y ha cedido su política de defensa a la OTAN.

¿Encuentra alguna diferencia entre izquierda y derecha en el uso de la teatralización?

¿Dónde está hoy la izquierda? ¿Qué gobierna la izquierda? Para Deleuze es una cuestión de percepción: “Percibir el mundo en primer lugar”, en su globalidad. “Saber, por ejemplo, que los problemas del Tercer Mundo están más cerca de nosotros que los problemas de nuestro barrio”, lo cual se ha hecho evidente con el calentamiento global y los transgénicos, que han llegado hasta nuestros platos. Todos los problemas que afrontan los gobiernos tienen una escala europea y mundial, y están relacionados con los grandes grupos industriales, la transición energética, el problema de la deuda soberana o el de los paraísos fiscales.

¿Los votantes son conscientes?

Sí, porque esta teatralización trae consigo contradicciones, es autodestructiva. Primera paradoja: la inflación de relatos socava la credibilidad del narrador. Segunda: la hipermovilización del público durante las campañas crea fenómenos reales de adicción –como si fuera una droga–, con sus momentos de subida y de descenso, de depresión democrática; con una baja participación en comicios intermedios y el descrédito del discurso público. Tercera paradoja: la del “voluntarismo impotente”. La postura del voluntarismo es la forma que adopta la voluntad política cuando el poder se queda sin capacidad de acción. El homo politicus constantemente apela a la retórica de ruptura y cambio: “¡Sí se puede!”. “¡El cambio es ahora!”. Son fórmulas performativas o teatralizadas por excelencia. Una vez elegido, el político se enfrenta a la dura realidad y a una ciudadanía fragmentada. Para compensar la falta de resultados, está condenado a una subasta y a cambios pendulares.

¿Cómo afecta al sistema y las instituciones?

Desde la crisis de 2008, el poder trata de dirigir los flujos de atención que tienden a dispersarse. Ganar los corazones y las mentes con relatos inspiradores ha supuesto un giro estratégico, ya que los tiempos en los que el soberano dirigía su discurso a los súbditos, al pueblo silencioso y crédulo, han pasado. Ahora con Twitter, Facebook y las redes sociales todas las estrellas mediáticas, ya sean políticas o deportivas, están sujetas a la moda de la cultura de masas y se someten a una deconstrucción implacable.

¿Por qué no son conscientes los políticos de la autodestrucción a la que se están sometiendo?

El Estado es 'insoberano' y los comunicantes ganan importancia y canibalizan la política. En su libro Las sociedades contra el Estado, Pierre Clastres define el papel del gobernante como una autoridad sin poder, una voz sin poder de mando, un maniquí. El Estado ha perdido muchas de sus prerrogativas, el gobernante es cada vez más un hombre hablando, contando historias. Sus funciones consisten en restablecer la confianza dentro de una espiral de incredulidad. Antes un ministro estaba rodeado de asesores y ahora vive y trabaja principalmente con el responsable de comunicación. Más del 50 % de su tiempo está dedicado a ocupar un lugar en los medios de comunicación. Es una lógica de reaparición espectral, de persistencia y supervivencia mediática. El poder de la comunicación es el reverso de la impotencia política.

El hombre político puede estar camino de la desaparición. Sin prisa, o incluso de forma lenta e inadvertida, como se extingue una especie animal. Desaparece a la vista de todos, en una sobreexposición mediática, devorado. Lucha por su supervivencia, pero el mismo combate desde dentro del sistema es un proceso de la deglución. Esta es una lucha que puede despertar nuestra compasión, como si fuera el último mohicano, pero me temo que no es suficiente. Parafraseando a Martin Amis, se podría decir: “He has vanished into the front page”. Se ha desvanecido en la portada.

¿Qué piensa de los movimientos sociales como la primavera árabe, Occupy Wall Street o el 15M? ¿Recurren también a la teatralización política?

Todos estos movimientos tienen en común una característica esencial: se oponen al discurso prefabricado, estratégico, de medios de comunicación y partidos. Desde Túnez a El Cairo, de Madrid a Wall Street y hasta a Atenas. Es el espíritu de rebelión expresado en actuaciones espontáneas colectivas. Ha vuelto una ciudadanía que había desaparecido de las campañas electorales sometidas a la simpleza narrativa, que nos hace elegir a un candidato como una marca. Estos movimientos siempre castigan la pérdida de crédito del discurso político. Reflejan la crisis de confianza en la política.

¿Es posible hacer política al margen de los cauces tradicionales?

Nos habíamos olvidado de algo que estos movimientos nos han recordado: no hay mejor forma de democracia que la reunión espontánea de una multitud enfurecida. Todas esas personas estan abriendo el debate a favor de una mayor democracia basada en la ciudadanía. ¿Cómo distinguir estos movimientos de las estrategias de control de la opinión? Porque propician un triple desplazamiento del debate público. 1. Desde el lugar del soberano y sus rivales, a la plaza pública. 2. Luchan por el cambio social, y también por un cambio en la percepción: son revueltas culturales. 3. Utilizan el espíritu festivo que presiden los grandes cambios y crean un estado de ánimo contagioso.

¿Está cambiando la democracia? ¿En qué sentido?

Estamos en una fase de transición entre dos etapas de la soberanía. Hemos perdido la soberanía de los estados-nación sin haber sido reemplazada por una verdadera soberanía europea. Pueden surgir otras formas políticas, pero aún no se atisban. Estamos a mitad de camino. Un nuevo mundo está emergiendo con nuevos actores en América Latina, Asia, África, los países árabes... De nuevo las personas hacen oír su voz en los lugares públicos. Las nuevas tecnologías de la información pueden ayudar a crear nuevas formas de deliberación democrática, una democracia desterritorializada. El vínculo entre la democracia y el territorio se estira y posiblemente se romperá. En el espacio abierto se pueden imaginar múltiples pertenencias, una suerte de alter-ciudadanía. Es muy emocionante.

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