Albert Rivera lleva al frente de Ciudadanos cerca de doce años, un tiempo en el que ha logrado mantenerse como el máximo dirigente indiscutido e indiscutible de la formación. Su hiperliderazgo se evidencia entre otras cosas en la escasa contestación interna que ha registrado a pesar de sus vaivenes ideológicos y los cambios de criterio que ha experimentado su discurso en todo ese tiempo.
Ciudadanos comenzó su andadura en Catalunya en 2006 como Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, impulsado por un grupo de intelectuales a los que les unía un nexo común: su antinacionalismo. En su primer congreso fundacional Rivera, por entonces un desconocido abogado de 26 años, fue elegido como secretario general bajo la insólita fórmula de un sorteo, ante las dificultades de solventar el asunto de otra manera ya que ni hubo primarias ni el partido contaba con reglas internas.
La puesta de largo de la nueva formación tuvo lugar en el teatro Tívoli de Barcelona donde la organización se presentó como Ciutadans de Cataluña. El partido se definía entonces como un movimiento catalán “transversal” y “cívico” –nutrido por la sociedad civil– , sin una ideología definida pero abierto a todo aquel que compartiera las ganas de “transformar España”, viniera políticamente de donde viniera. El propio Rivera había militado por un breve espacio de tiempo en las Nuevas Generaciones del PP, según confesó posteriormente.
Rivera concurrió ese mismo año como cabeza de cartel a las elecciones autonómicas de Catalunya, celebradas el 1 de noviembre de ese 2006. Su famoso cartel electoral en el que aparecía desnudo causó un gran revuelo. El partido obtuvo tres escaños por Barcelona, convirtiéndose así en la sexta y última fuerza política de un Parlament dominado entonces por el tripartito encabezado por el PSC.
La enmienda que les situó en el “centro izquierda”
Poco después de aquel primer congreso de constitución el partido celebró su Asamblea General en la que, además de ratificar a Rivera al frente del partido y aprobar las primarias como fórmula para elegir a sus candidatos y líderes, estableció su línea ideológica. A través de la que se denominó como la enmienda Carreras –al haber sido presentada por uno de los fundadores, el catedrático Francesc de Carreras– se establecía la necesidad de ocupar el vacío que existía en el espacio electoral del “centro izquierda” no nacionalista.
La aprobación de la citada enmienda provocó la primera escisión en el partido dando lugar al abandono de aquellos dirigentes que se sentían en el ala más conservadora.
Sin embargo, la mayor crisis llegó con la decisión de Rivera de pactar una candidatura conjunta para las europeas de 2009 con Libertas, un grupo ultraderechista y euroescéptico capitaneado por el irlandés Declan Ganley.
El partido colocó al abogado y expresidente de la ONCE, Miguel Durán, al frente de la candidatura y a José Manuel Villegas como número dos. El pacto desató duras críticas por parte de algunos de los fundadores de Ciutadans que consideraron que iba a suponer “la destrucción del partido”.
El experimento fue un estrepitoso fracaso y la formación de Rivera no obtuvo representación en la Eurocámara. La crisis terminó con el abandono de los otros dos diputados que, además de Rivera, tenían un escaño en el Parlament de Catalunya: Antonio Robles y José Domingo.
Con el tiempo, Rivera ha reconocido que aquel pacto “fue un error”. Así se lo confesó al periodista Iñaki Gabilondo en una entrevista realizada en 2010 en el canal CNN+. “Sí, fue un error, yo lo he admitido públicamente e incluso puse mi cargo a disposición de los militantes, me sometí a una cuestión de confianza y renovamos los cargos del partido”, afirmó Rivera.
En la misma entrevista, Gabilondo le preguntó “en qué silueta ideológica” dibujaba a su partido, y el líder de Ciudadanos, que se disponía a revalidar su escaño en el Parlament de Catalunya por segunda vez, no dudó en asegurar que entre dos corrientes, “el liberalismo social y la socialdemocracia”.
Movimiento Ciudadano, el embrión del partido
Con todo, el verdadero embrión del partido fue la plataforma Movimiento Ciudadano con la que en 2013 Rivera impulsó a la formación a nivel nacional y a cuyo manifiesto se adhirió un nutrido grupo de personas del mundo del periodismo, la política, la cultura, la universidad y de otros ámbitos de la vida civil. Entre los firmantes figuraba Santiago Abascal, exdirigente del PP vasco, que fue alejándose de esa formación política y, después, también de los postulados de Ciudadanos hasta crear la formación ultraconservadora Vox.
La presentación del Movimiento Ciudadano tuvo lugar en varias capitales españolas, pero el escenario central se situó en el teatro Goya de Madrid, de ahí que al acto fuera bautizado como “la conjura del Goya”. Rivera estuvo acompañado, entre otros, por el propio Abascal, por el ahora portavoz del partido, Juan Carlos Girauta, por la europarlamentaria Carolina Punset –entonces edil de Altea–, o por el exministro del Interior socialista, Antoni Asunción, ya fallecido.
Allí Rivera proclamó su intención de expandir al partido por toda España y de acometer reformas de Estado con su famosa proclama de que lo haría “por la buenas o por las urnas”.
El éxito de aquel acto y el hecho de que el partido no tuviera por entonces ninguna estructura orgánica fuera de Catalunya empujó a Rivera a explorar de nuevo una alianza electoral con la UPyD de Rosa Díez, partido que en esos momento ya tenía representación en el Congreso. Pero la desconfianza mutua generada entre ambos líderes hizo fracasar las negociaciones en noviembre de 2014 entre acusaciones cruzadas de “soberbia” y de intentar “fagocitarse” uno al otro.
Entonces Ciudadanos seguía definiéndose como un partido que bebía de las esencias de la socialdemocracia pero que buscaba la centralidad política como alternativa al bipartidismo encarnado por el PP y el PSOE.
La decisión de Rivera de dar el salto a la política nacional tras dejar a su partido con ocho escaños en el Parlament de Catalunya y cediendo el testigo a Inés Arrimadas no sorprendió a nadie. Su ciclo allí había acabado. Pero no su discurso contra los “nacionalismos” y los “populismos” que, junto al llamamiento a acabar con el “bipartidismo”, consiguió cuajar en las elecciones de 2015. Rivera entró en el Congreso con 40 escaños.
En aquella campaña no se cansó de decir que nunca pactaría ni con Pedro Sánchez ni con Mariano Rajoy para hacerles presidentes. Pero el líder de Ciudadanos pronto olvidó sus propósitos y cerró un pacto de investidura con el líder del PSOE, que resultó fallida.
La convocatoria de unas nuevas elecciones en julio de 2016 le llevó a perder ocho escaños. Olvidando de nuevo todo lo que había dicho contra el PP en campaña, Rivera selló con Rajoy otro pacto de investidura con el que propició que fuera elegido presidente del Gobierno.
Rivera fue acusado de “veleta” y de cambiar de opinión según le convenía. Pero supo sortear con habilidad esas vicisitudes presentándose en el Congreso como un dirigente capaz de llegar a acuerdos con la derecha y la izquierda, lo que para muchos, sin embargo, suponía una “falta de principios” y “de ideología”.
La IV Asamblea y el abandono de la socialdemocracia
En febrero de 2017 el partido convocó su IV Asamblea General, donde se consumó un cambio en el ideario que Rivera venía fraguando desde hacía unos meses con el núcleo duro de su dirección.
En aquel cónclave, al que Rivera llegó ya con su mandato como presidente del partido revalidado, se eliminaron las referencias a la socialdemocracia, ideología con la que había nacido, para pasar a definirse como una formación “liberal, progresista, demócrata y constitucionalista”.
En su discurso de clausura Rivera reivindicó el centro político. “Los liberales de Cádiz han vuelto para gobernar España”, proclamó, apelando al espíritu de la Transición y de Adolfo Suárez.
Poco después de aquel congreso, el partido decidió borrar de su web todos los vestigios de la plataforma Movimiento Ciudadano. El enlace desapareció de la página oficial del partido, y con él también su manifiesto. Los dirigentes naranjas justificaron la decisión asegurando que “esa etapa estaba ya superada” y el partido iba a entrar en una nueva.
La victoria en Catalunya les refuerza en su estrategia
En diciembre de ese mismo año la victoria de Inés Arrimadas en Catalunya frente a los partidos independentistas convence a Ciudadanos de que van por buen camino. Los 37 diputados que logra la portavoz nacional en aquellas autonómicas suponen para Rivera todo un revulsivo para su “proyecto nacional”.
Animado por el subidón que desde entonces le van dando todas las encuestas, el discurso del líder de Ciudadanos empieza a escorarse cada vez más hacia posiciones claramente conservadoras, una apreciación que certificó el último barómetro del CIS en el que se desvelaba que los españoles cada vez ven más a la derecha al partido, mientras hace cuatro años lo veían en el centro.
Convencido de que esa es una “distorsión” de la realidad, Rivera se ha lanzado sin embargo a competir en cuerpo y alma con el PP del recién llegado Pablo Casado para atraer al votante situado en la derecha más radical.
Tanto en materia de inmigración como ante la exhumación de los restos de Franco, los discursos de los dos líderes son tan parecidos que encontrar diferencias es tan difícil como apreciar matices en sus posicionamientos ante la situación de Catalunya y en su aversión a los nacionalistas.