Vaya mes se ha pegado Albert Rivera desde las elecciones de mayo. Las de abril supusieron un gran avance para Ciudadanos, pero sin el éxito de adelantar al PP. Las europeas, locales y autonómicas permitían lecturas más variadas, pero coincidían con el momento en que se empezara a hablar del futuro Gobierno nacional. En teoría, nada que fuera a importunar a Rivera, que ya había tomado una decisión. Estarían en la oposición en el Parlamento y pondrían en marcha acuerdos con el PP y Vox donde fuera posible, aunque con mucho cuidado.
Algo de sexo sin mucho entusiasmo en el primer caso, y doble preservativo con estrías punzantes en el segundo en los lugares en que fuera necesario irse a la cama con Vox. Que se viera que no lo hacían por placer. Podían decir que lo estaban haciendo “por España”, pero no parecía muy creíble sostener que formaban bloque con la extrema derecha en favor de la idea liberal.
Algunos de los cofundadores del partido, los que pusieron su primera esperanza en un joven trabajador de La Caixa con el pelo muy corto, empezaron a mostrarse decepcionados. Los hubo que pasaron a tomárselo como algo personal. Columnistas de la derecha periodística le auguraban una muerte rápida. Daba un poco igual. Los padrinos –los que presumen de serlo– no son más que unos pesados a los que el líder de un partido no les debe nada muy pronto.
La cosa se complicó esta semana con la dimisión de Toni Roldán, uno de los principales dirigentes del partido, ejemplo de esos fichajes que Rivera alardeaba de haber hecho “en la sociedad civil”.
Rivera optó por el mal menor en esta etapa convulsa. Encerrarse en casa o sólo moverse por lugares donde no hubiera periodistas. Más tarde o más temprano, debía abandonar la guarida y eligió una táctica ya empleada antes por Mariano Rajoy en los momentos críticos: acto interno del partido con una primera intervención cuya señal en directo se envía a los medios de comunicación y sin ningún contacto con periodistas. Los medios de comunicación son fáciles de alimentar con comida precocinada.
Es lo que se hizo el viernes. Un escenario colectivo con todos los grandes dirigentes arropando a Rivera. Un minuto de aplausos al líder. Dos intervenciones de Begoña Villacís e Ignacio Aguado con la intención de ofrecer una imagen de triunfo en Madrid, que no sería posible sin los votos de Vox, pero de eso es mejor no decir nada. “Nosotros no somos un partido bisagra”, dijo Aguado, que es evidentemente el resultado que les han deparado las elecciones autonómicas y municipales. Y sobre todo, el compromiso de Rivera de que no permitirán la reelección de Pedro Sánchez para que no tenga que pactar con Podemos. Eso no es una novedad, porque Rivera ya avisó en campaña. Lo que ocurre es que hay algunos que no le debieron de entender bien.
Hay tanto miedo a que Pablo Iglesias y su partido entren en un Gobierno de coalición que la movilización es general en los centros de poder de Madrid para que Ciudadanos lo impida en la sesión de investidura. Rivera cree que se juega la vida en frenar esa presión.
Mensajes a los 'toniroldanes'
Como siempre que se produce el menor atisbo de crisis interna, el partido ha cerrado filas en torno a su líder. Eso en Ciudadanos es aún más inevitable, porque no han conocido otro. Para ofrecer alguna recompensa a cambio, Rivera devolvió los elogios el viernes. “Este es un partido de valientes, de gente libre”. Lo dijo dos veces, junto a la exigencia “hace falta serenidad y valentía”. Mensajes a los toniroldanes y aquellos que se han quedado con cara de circunstancias: los que se van abochornados o los que dudan son los cobardes, los que no están dispuestos a llegar hasta el final. Hasta el desenlace que ha marcado el líder.
La épica de la valentía llegó al extremo de que Rivera presumiera de que “nos amenazan de muerte y pintan nuestras casas”. Hay que echarle mucho valor para destacar eso de un partido tan joven como Ciudadanos cuando en este país fueron el PP y el PSOE los que tuvieron que enterrar a algunos de los suyos hace muchos años. Pero Rivera necesita que los dirigentes del partido se sientan especiales al acompañarle en este viaje, y no hay nada mejor para reforzar el ego que alardear de la épica del valor en el campo de batalla.
“Yo he tenido a Pujol delante”, anunció el líder de Cs. Como si hubiera luchado contra un dragón de tres cabezas con solo una espada en sus manos.
Tampoco está de más reinventar la rueda: “Vamos a hacer una oposición que no han hecho el PP y el PSOE en cuarenta años”, dijo Rivera. Será porque van a liderar “un pacto de Estado contra la educación”. Vale, eso era un lapsus, porque luego venía el pacto de Estado contra la despoblación. Tantos pactos de Estado pendientes y uno termina liándose.
“Hay algunos que prefieren una oposición radical (Vox) o corrupta (PP). Nosotros queremos una oposición moderada, limpia y libre”, anunció desafiante. Los dirigentes no repararon en que Ciudadanos formará mayorías de gobierno con esos partidos aparentemente radicales o corruptos.
El electorado ve ahora a Ciudadanos mucho más inclinado a la derecha. En el partido, lo consideran una señal de lo acertado de su estrategia, vistos los resultados electorales de abril. Marta Romero plantea otra consecuencia en Piedras de Papel, la relacionada con el apoyo personal al líder: “El barómetro de mayo, realizado por el CIS después de las elecciones generales, reflejaba que el perfil agresivo utilizado por Rivera durante la campaña electoral no había sido bien valorado por la opinión pública”. Tampoco entre sus votantes, que le concedían un modesto 6,5 sobre diez.
Los dirigentes reunidos el viernes le dieron un diez sobre diez. En algunas cosas, Ciudadanos se muestra tan previsible como los partidos de toda la vida.