“Están sonando tambores de guerra en el Caribe”, empezó a decir Pablo Bustinduy en la tribuna, citando a José Mujica entre algunas miradas extrañadas. La mayoría había ido al Congreso a lo que había que ir, que era a arrearse, pero aquel diputado prefirió un discurso de despedida sin estridencias sobre el papel de la política. Un exotismo tal como viene el Diario de Sesiones, al que pronto habrá que borrar del historial de búsqueda como si fuera porno, tan cargado de obscenidades. “Es tremendamente preocupante la deriva de la derecha española [prosiguió el parlamentario de Unidos Podemos]. Cuando ustedes quieran echarle el freno de mano, no van a poder”.
Al rato, mientras Albert Rivera y Pablo Casado caminaban sobre su propia incandescencia y Teodoro García Egea ya había llamado “indocumentado” al presidente del Gobierno, Joan Tardà, también de salida, hizo resonar una reflexión desapasionada: “Señor Casado, es usted demasiado joven para destilar tanto odio. No puede ser que una persona nacida en democracia destile este odio, no se entiende. Algo no habremos hecho bien lo que somos un poco mayores que usted. No tiene sentido que aquí se respire el aire que se desprendía pocos días antes de que ocurrieran cosas muy graves en el año 36”.
La semana final de la legislatura, en cuyo último instante Ana Pastor logró arrancar un aplauso unánime y emocionado, ha servido para que tronaran los tambores del odio, en el cálculo del PP y de Ciudadanos de que si mantienen los vetos y la tensión retendrán también a su electorado. No les convocan para que voten a su favor, les convocan para que voten en contra del “traidor”. La campaña que viene inflamará más aún el discurso político, que no tiene nada que ver, por suerte, con el clima social. Esa es, hoy, una diferencia fundamental para entender el momento: hay partidos dedicados a fabricar crispación artificial.
Del lugar para la política, que es el Congreso, apenas llega griterío y poco más, de manera que la política ha ido a asomar en otros lugares, como el Tribunal Supremo, de donde se esperaba que salieran chispazos y que sin embargo emite reflexiones políticas de fondo, pese al esmero de Manuel Marchena para que toda declaración se ciña al objeto del juicio. Lo que tiene citar a políticos ante el tribunal es que sus reflexiones sean eso, políticas, acerca de lo que se negoció, de la “intercesión” de Íñigo Urkullu o de qué comportamientos políticos llevaron a este desenlace.
En cuanto el lehendakari detalló su mediación, por usar la palabra que incluso pronunció el fiscal, Casado intentó silbar muy fuerte y muy alto, porque en su partido a eso que hizo Rajoy lo llaman traición y golpismo y rendición si lo hacen los demás, que encima son los rojos.
Bajo la sombra de José María Aznar, Casado se identifica por momentos con el discurso de Vox antes que con Rajoy, que volvió a escaparse de las preguntas entre la bruma de sus frases: “A veces se acierta y otras no y otras ni siquiera sabemos si hemos acertado”, dijo el expresidente. Confucio en el Supremo. Rajoy fue a jurar que él no sabía de qué le estaban hablando, aunque no llegó a tanto como Juan Ignacio Zoido, que hubiera podido alegar que no sabe por dónde cae el ministerio del Interior.
Si le hubiera tocado ir al juicio, es probable que Casado se hubiera acomodado junto a Vox, donde preguntaron a Rajoy por qué no tuvo los arrestos de aplicar el estado de excepción o de sitio. Para eso está Vox ahí, para evidenciar a Rajoy, que se quedó corto con el 155 y por eso Casado lo pide perpetuo y de amplio alcance. A eso se refieren los portavoces del PP cuando hablan de un partido desacomplejado, se refieren a esa concreta parte: la parte que se agarró Diego Simeone.
“¡Muestre más ideas y menos testosterona!”, pidió Sánchez a Rivera en el pleno de esta semana. Cuando le replicó, Rivera estuvo a punto de caer adonde su lengua le iba a dejar: “Si tiene lo que hay tener”, retó al presidente. “Si tiene lo que hay que tener... que es coraje”. Aunque tratase de arreglarlo, el inconsciente le había llevado también al mismo sitio que Simeone. Será una campaña muy incómoda, sobre todo para ellos, si piensan pasar los días agarrados a sus testículos, pero así parece que aguarden al 8 de marzo.
Para eso está el Diario de Sesiones, para que vayan pasando a la historia todas sus frases mientras son las actas del juicio las que reconstruyen el episodio político más trascendente de las últimas décadas. Es la historia que revivimos, que cuenta cómo Puigdemont se arredró por los tambores de la plaza y declaró la independencia que no quería. “Las personas que estaban concentrándose en Sant Jaume se le estaban rebelando”, relató Urkullu. Fue entonces cuando Rajoy aplicó el 155 que tampoco quería. Al final, este presente inflamado será el fruto de aquello que nunca quisieron.