Hace menos de un año, el Gobierno de Estados Unidos continuaba intentando encontrar la manera de reducir el tiempo que dedica a Europa y Oriente Medio para centrarse en Asia y prepararse para una futura confrontación con China. La OTAN sabía que el compromiso de conseguir en 2024 que todos sus miembros dediquen el 2% de su PIB al presupuesto de defensa tenía pocas posibilidades de cumplirse. Además, mantenía congeladas las aspiraciones de Ucrania y Georgia de integrarse en la organización. Los países de la UE estaban inmersos en ese debate interminable y poco fructífero hasta entonces sobre cómo contar con una política europea de la defensa, una vez que los británicos habían salido por la puerta del Brexit y no iban a poner más palos en las ruedas.
Todo ha cambiado desde entonces. El mundo es más peligroso –no hacen más que repetirlo en la cumbre de Madrid– y hay pocas esperanzas de que vaya a mejorar en los próximos meses. De hecho, es probable que todo vaya a peor. Es cierto que nadie puede ganar en retórica a los políticos y por eso el ministro José Manuel Albares dijo el miércoles a El Mundo que esta cumbre de la OTAN será recordada en el futuro “al nivel de la cumbre de Yalta o de la caída del Muro de Berlín”. Parece que no era suficiente con recurrir al apelativo tradicional de “histórica”.
En realidad, ha sido la invasión de Ucrania la que ha cambiado muchos de los principios de la política de seguridad de Europa. También es cierto que la respuesta futura de EEUU, Europa y la OTAN necesitaba un nuevo manual estratégico. No bastaba con enviar armas a Ucrania y pronunciar discursos.
La cumbre no necesitó apurar hasta el final de la cita el jueves para consensuar las 16 páginas del llamado “concepto estratégico” de la OTAN. Fuentes de la delegación española afirmaron que se llegó al acuerdo final en la noche del martes, lo que significa que estaba bastante mascado después de semanas de negociaciones. Antes de que comenzara realmente la cumbre, todo estaba decidido.
Rusia “es la amenaza más significativa y directa a la seguridad de los aliados y a la paz y estabilidad de la zona euroatlántica”, dice el documento en la frase más esclarecedora. No deja mucho espacio para la distensión o la perspectiva de una coexistencia pacífica con el Gobierno de Vladímir Putin. Como era de esperar, todas las culpas se sitúan en Moscú. “La OTAN no busca la confrontación y no supone una amenaza para la Federación Rusa”, afirma.
Es indudable que será la confrontación la que domine las relaciones con Rusia durante los próximos años y eso contaminará las relaciones internacionales en todo el planeta.
En lo que parece ser la principal contribución europea al documento, la OTAN establece una diferencia que quiere ser relevante entre Rusia y China. Francia y Alemania habían dejado claro que no querían que EEUU impusiera un tono de condena a las futuras relaciones con Pekín. Por tanto, no se emplea la palabra 'amenaza' para referirse a China. Sí se mencionan los “desafíos sistémicos” que presenta su Gobierno.
En realidad, la descripción que hacen los gobiernos occidentales de la conducta china es sumamente negativa. Todo lo que se lee en el texto define al Gobierno de Xi como un rival de Occidente al que hay que vigilar y hacer frente. No hay que ser un experto en geopolítica de lenguaje ininteligible para saber que nos esperan años de confrontación y que será con ambos países. Es sólo que las herramientas de respuesta serán diferentes en cada caso.
El Gobierno español se dio por satisfecho con las referencias que el documento hace al flanco sur de la OTAN, que es una zona de mucho menor interés para la Alianza que la Europa del Este. La descripción que se hace de Oriente Medio, el Norte de África y el Sahel está reflejada en términos casi funestos en los que el terrorismo no es la única amenaza. Se menciona también “el tráfico de seres humanos y la inmigración irregular” como una de esas realidades negativas.
Todo eso ya ha aparecido en múltiples comunicados de la UE. Está por ver que esas frases vayan a provocar actuaciones militares de la OTAN en África. Parece difícil creer que la Alianza vaya a conseguir en el Sahel lo que Francia no ha podido hacer en más de una década. Sólo cambiaría ese panorama una catástrofe, como que un país como Malí perdiera de forma irreversible el control sobre toda una región del país ante un grupo yihadista. No necesariamente a mejor, como demuestran las intervenciones occidentales en las guerras de Afganistán, Irak y Libia.
Moncloa también estaba contenta con la referencia a la “integridad territorial de los aliados”. En su interpretación, eso cubre cualquier punto del territorio español, incluidas Ceuta y Melilla. Pero eso sólo sería importante si de verdad la pertenencia de esas ciudades a España sufriera una amenaza real e inminente, algo que ningún Gobierno español se ha atrevido a decir en público. Seguramente, porque sería falso.
Todo tiene un precio. “Hacer más cosas cuesta más”, dijo Jens Stoltenberg. El secretario general de la OTAN recordó que el compromiso de dedicar el 2% del PIB al presupuesto militar “es un suelo, no un techo” y que continúa la idea de llegar a ese punto en 2024. Es un salto muy grande para algunos gobiernos. En España, tendrá consecuencias políticas de calado. Está por ver con qué aliados el PSOE puede aprobar los presupuestos para 2023, que tendrían que incluir un gran incremento de los fondos destinados a defensa para adoptar las decisiones de la cumbre.
La factura no será sólo económica. Los valores democráticos se verán también comprometidos, aunque eso no es una novedad teniendo en cuenta las relaciones de Europa con Arabia Saudí y Egipto. Los gobiernos de Suecia y Finlandia ya han comenzado a pagarla para conseguir que el Gobierno de Erdogan levante el veto a su entrada en la OTAN. Sólo un día después del acuerdo, Turquía ya había pedido a Suecia y Finlandia la extradición de 33 turcos y kurdos a los que relaciona con el PKK y la secta religiosa Gülen.
Los periodistas italianos preguntaron a su primer ministro, Mario Draghi, por una situación que es algo más que incómoda. Uno de los grupos kurdos que Turquía considera terrorista, la milicia del YPG, fue esencial para derrotar al ISIS en Siria. Ahora son la moneda de cambio que se paga con rapidez en la última ampliación de la Alianza.
Draghi no tenía en principio muchas ganas de responder a esa pregunta y se alejó. De repente, cambió de opinión y dijo: “Es un punto importante el que ha tocado. Es bueno que haga esta pregunta a Suecia y Finlandia”. A él y a otros líderes, les toca alegrarse por el hecho de que la OTAN es ahora “más europea”. De momento, esa factura la pagarán los kurdos.