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La sesión constitutiva del Congreso anticipa una nueva legislatura bronca de mayoría precaria y más inestabilidad

La portavoz de Unidas Podemos, Irene Montero, habla con la socialista Adriana Lastra en presencia de Pedro Sánchez y diputados del PSOE

Esther Palomera

En la política del ruido, el “quítate tú que me pongo yo” y el griterío permanente, a veces –solo a veces– asoma alguien que pide perdón a los ciudadanos. No es frecuente. Lo normal es que la imagen que trasladen sus señorías desde el hemiciclo sea la de la algarabía, el improperio y el reproche entre adversarios sin reparar en lo que sientan sus representados. Así que cuando la palabra se impone al chillido y la sensatez a la imprudencia, la respuesta suele llegar en forma de chanzas o indiferencia. Una cosa y la otra provocó entre los parlamentarios el discurso con el que Agustín Zamarrón, presidente de la Mesa de Edad del Congreso, se excusó ante los españoles por la incapacidad de todos ellos para formar gobierno en la XIII Legislatura y deseó que la nueva fuera “larga y fructífera”.

Fin de la cita y de la cortesía parlamentaria. Antes de sus palabras, el diputado de Ciudadanos Marcos de Quinto y un parlamentario de Vox acabaron literalmente a empujones en una bochornosa pelea por ocupar un escaño en la que quedó demostrado que el hábito no hace al monje y que lo que importa no es tanto el ser como el aparecer en el centro del hemiciclo en el mejor tiro de cámara.

Volvió la bronca, la tensión, las amenazas, el ruido y los malos modos. Así arrancó la XIV Legislatura, además de con una mayoría muy justa que anticipa más tensión, más dificultades y más inestabilidad. Esta es la única certeza, de momento. El resto está todo en duda, también la investidura de Sánchez y la estabilidad de su próximo Gobierno, si es que finalmente, logra formarlo.

PSOE y Podemos sellaron su alianza, se hicieron con la mayoría en el máximo órgano de gobierno de la Cámara Baja, pero fracasó su intento de imponer un cordón sanitario a la extrema derecha. Vox logró la vicepresidencia cuarta, que ocupará el ex popular Ignacio Gil Lázaro. Unos cuentan que por culpa de los socialistas que no quisieron renunciar a la vicepresidencia primera que le exigieron los populares para aceptar el canje; otros, que porque el PP no midió bien sus cartas y desperdició sus votos en un préstamo baldío a un partido con tan solo 10 diputados como Ciudadanos. En la jugada, gana la izquierda parlamentaria –que tendrá seis de los nueve puestos–; gana Unidas Podemos –que con 35 diputados se hace con tres sillones–; gana también Vox que por primera vez estará en el órgano rector; pierde el PP, que si hubiera aceptado el aislamiento al partido de Abascal podría haber tenido tres y se queda solo con dos y pierde, sin duda, Ciudadanos, que no estará representado.

El Congreso, tal y como se esperaba, estará presidido por la socialista Meritxell Batet, que salió elegida en segunda votación con 166 votos, los del PSOE más los de Unidas Podemos y una sopa de siglas de los minoritarios, que no incluyó a los independentistas, y que aún sitúa lejos la investidura de Sánchez. ERC aún no está en la pantalla del acuerdo. La batalla ahora está en los tiempos. Y los republicanos no quieren precipitarse por las reservas a cómo encaje su posible abstención en el mundo independentista. Cada día que pasa es terreno abonado para dinamitar un posible pacto que si llegara no garantizaría en ningún caso la estabilidad del mandato. Los republicanos ya han dicho que no expedirán cheques en blanco, y mucho menos para cuatro años. Y, aunque hay avances para superar la vía judicial y explorar un marco político para la resolución del “conflicto” que se derive de la comisión bilateral que establece el Estatut, faltan aún escollos importantes por salvar.

La Cámara Baja formalmente ya constituida es la más polarizada y fragmentada de la democracia, ya que están en ella representados 16 partidos que, en principio, conformarán nueve grupos parlamentarios. Es la cuarta de la era post bipartidismo. Son tiempos de una compleja aritmética parlamentaria porque el acuerdo entre distintos bloques es impensable y la suma intrabloques será insuficiente para sacar adelante cualquier proyecto de ley si no es con el voto de los independentistas.

Si la sesión constitutiva del Congreso fuera un ensayo general de la legislatura, ha quedado claro el panorama político que se avecina. La gobernabilidad y la estabilidad no están ni de lejos garantizadas porque la suma de las izquierdas es exigua, pero tampoco se vislumbra demasiado entendimiento entre las derechas, que andan a la gresca a ver quién llega antes al monte. El cruce de acusaciones entre populares y diputados de VOX a cuenta del reparto de los puestos de la Mesa demuestra que la batalla por la hegemonía del bloque no ha acabado, aunque Ciudadanos haya sido descalificado por la fuerza de las urnas y ande ya solo en una batalla interna por la gestión de los restos de su naufragio electoral. Diez diputados dan para lo que dan.

Abascal ha tomado el testigo a Rivera en su combate contra el PP, lo que anticipa que Casado ya no se moverá del extremo derecho del cuadrilátero. Cualquier entente con el PSOE, ni siquiera en asuntos de Estado, es inimaginable. Lo que viene es una derecha más radical y más hiperbólica de lo que representó Rajoy entre 2004 y 2008 durante la primera legislatura de Zapatero. La única diferencia con aquel tiempo es que entonces el Parlamento estaba dividido claramente entre izquierda y derecha y ahora hay más representantes que nunca del independentismo, un partido como Vox que intentará arrastrar al PP a su agenda y varios partidos nacionalistas, regionalistas o localistas, además de los antisistema de la CUP, que por primera vez han obtenido dos diputados.

El panorama no invita al optimismo ni a la moderación. Quizá por ello ha habido quien ha visto en el esguince que se hizo en el hemiciclo al tropezar con las escaleras de la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, toda una metáfora de lo torcida que se le puede presentar a Pedro Sánchez la legislatura si finalmente logra ser investido presidente del Gobierno.

De momento, la primera ofensiva de la derecha, que promete ser implacable, la padeció la presidenta de la Cámara tras escuchar las fórmulas heterodoxas que independentistas abertzales y antisistema usaron para acatar la Constitución. El fuego lo abrió una amenazante Cayetana Álvarez de Toledo al advertir a Batet desde su escaño que se atuviera a las consecuencias si permitía la “creatividad” del anterior mandato. Y, como buena parte de los parlamentarios eligieron fórmulas para la jura o promesa, con apelaciones a la “república vasca”, “la república catalana”, “la libertad de los presos y las presas” y hasta “contra el fascismo y el franquismo”, Casado se apresuró a anunciar un recurso ante el Constitucional, que quedó pequeño al lado de la querella que proclamó Abascal por la “conjura constitucional”. Para cuando Arrimadas quiso meter baza con sus lamentos por “los insultos” a la democracia ya era tarde.

Cuando pase este mandato, sea corto o largo, hará falta quizá otro Zamarrón que vuelva a disculparse. El ruido, la gresca y la brocha gorda se hacen ya insoportables. Y eso que aún no ha echado a andar la XIV Legislatura de la democracia.

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