Los marianismos han pasado en el PP desde la primera línea hasta el sótano donde el comando aznariano que dirige ahora el partido los ha guardado para que no molesten. El Partido Popular respira otros aires con Pablo Casado, con mucha pólvora y azufre. La moderación no es una virtud y el partido pide guerra en todos los frentes. No hay inconveniente en sumar a la extrema derecha en las trincheras. Se acabó el estilo distante y relajado del casino de Pontevedra.
Pero el PP pierde votos y, aunque cambien de líderes, los partidos tienen en estos casos pocas soluciones. Una de las recurrentes es convocar un congreso –o convención o conferencia– para que una amplia representación de los cargos en toda España se venga a Madrid a escuchar discursos. Es lo que el PP ha montado este fin de semana. Tres días, intervenciones de 44 dirigentes y ninguna ponencia o manifiesto. Se trata sólo de hablar y decir que todos somos maravillosos. No como los otros.
Para el primer día del cónclave, la nueva dirección de Casado apostó por los blandos, Mariano Rajoy y Alberto Núñez Feijóo, los que siempre han administrado con cuidado las dosis de ideología para no atragantar a los votantes. Son el objetivo interno de los reproches sin dar nombres que surgen de la sede de Génova cuando se exige un 155 permanente y radiactivo para Catalunya. No como el que aplicó Rajoy. Sobre ese asunto, la convención deparó una desagradable sorpresa al expresidente.
Casado hubiera preferido una foto con sus dos antecesores, pero Rajoy no está desde hace tiempo para soportar la visión de José María Aznar. Le prepararon un formato relajado –una conversación con su amiga Ana Pastor– con la garantía de una buena dosis de aplausos y preguntas amables: “¿Volverías a hacer lo que has hecho?”, fue una de ellas, de una crudeza insospechada.
Era una apuesta bastante segura para Casado, porque Rajoy no tiene cuerpo ya para meterse en duelos ideológicos y no parece que vaya a hacer a su sucesor lo que Aznar le hizo a él.
Un aviso contra el sectarismo
En la sobreinterpretación en que vivimos los periodistas, es muy posible que haya que dar importancia a un puñado de frases de Rajoy y Feijóo que podrían estar algo alejadas del mensaje actual del PP. “No es bueno el sectarismo. No son buenos los doctrinarios”, comentó Rajoy. “Nadie nos va a dar lecciones ni de firmeza, ni de moderación, ni de centralidad”, dijo el presidente de la Xunta. Frases que son casi lugares comunes que podría pronunciar en un discurso casi cualquier dirigente del PP o de otros partidos. Ahora en los tiempos marcados por el pacto andaluz con Vox, quizá suenen diferentes.
Hubo más mensajes sutiles de Feijóo en su línea habitual de decir poco y dejar que los medios afines pongan los adjetivos y saquen brillo a su imagen. “No estamos aquí para reinventar el PP, sino para reforzarlo”, dijo para que se interprete lo que a cada uno le parezca bien.
En la intervención de Rajoy, sólo hubo las dosis habituales de marianismo que tanto divirtieron a los dirigentes y militantes del PP durante años hasta que decidieron que la patria les demandaba colgar del balcón una bandera. Ana Pastor le mencionó lo de los “tiempos líquidos”, pero Rajoy no está para entrar en esas moderneces. Lo suyo era lo de siempre: sacó un papel con una lista de estadísticas económicas para demostrar lo mucho que ha cambiado España desde la aprobación de la Constitución. Los periodistas que pasaron por sus ruedas de prensa y entrevistas lo recuerdan bien.
No se escucharon de boca del expresidente los elogios estelares dedicados a Casado que sí pronunciaron otros oradores de la jornada. Como mucho, Rajoy estaba ahí para confirmar que no va a ser un problema para los nuevos dirigentes y que sus opiniones en público serán pocas y sin muchas aristas. Con él, lo más probable será escucharle batallitas como las de este viernes: “Yo he llegado a inaugurar la luz eléctrica”. A eso sí que no puede llegar Casado.
Ataque de fuego amigo
Rajoy estaba en el estrado con ganas de no molestar, lo que no se puede decir de uno de los protagonistas del debate posterior. El tema era Cataluña y la moderadora, Dolors Montserrat, que dio vía libre para que Jaume Vives –portavoz de la plataforma Tabarnia, que aparentemente aún existe– se lanzara contra el Gobierno de Rajoy, sin mencionarlo, por lo que no hizo en esa comunidad autónoma.
No es algo que se haya visto antes. El PP ofrece el escenario para que una persona que no es del partido se dedique a criticar con dureza al anterior presidente, que es el mismo al que se ha aplaudido antes.
Vives avisó que iba a decir algunas cosas que podían molestar. “El 155 llegó tarde y mal”, dijo refiriéndose a la decisión de Rajoy de limitar la suspensión de la autonomía catalana a un plazo de unos meses. La gente se ha sentido abandonada (por el anterior Gobierno), continuó. Había también otros marginados: “A los católicos y los no nacionalistas se les ha dado la patada durante muchos años”. No dio ningún ejemplo de esa supuesta guerra de religión.
Dolors Montserrat se limitó a sonreír y a decir que “el humor desactiva el odio”. No tanto como para desactivar lo que estaría pensando en ese momento Soraya Sáenz de Santamaría.